In-de-pendencia y 155

29 Oct

Los independentistas ya sabían −en la sesión del Parlament que supuestamente declaró la República− que tenían perdida esa partida. Se vio en los rostros de muchos de ellos. En su gestualidad, que los delataba: serios, graves. Rostro cenizo. Aplausos sin entusiasmo tras el voto secreto. No se pronunció la palabra república en el hemiciclo del Parlament. No hubo vivas a la Republica de Catalunya. In-de-pendencia. Parte de Cataluña quería no depender de España. Pero el Estat Catalá fue efímero otra vez. Esta proclamación ha sido la que menos épica de todas ha tenido. Catalunya sigue donde algunos no querían estar: de-pendiendo de España. Continúa la misma pendencia: la no in-de-pendencia. Y aún así continuaron con la recreación.

La escenografía de la declaración de in-de-pendencia fue de ocasión, cutre: no hubo discurso que plasmara para los anales la solemnidad del nacimiento del nuevo Estado, del nuevo sujeto internacional, y estableciera el proyecto de la nueva República. Ni salida al balcón para sellar la comunión de las instituciones republicanas con el pueblo. Y además de todo ello la bandera española continuó ondeando en el Palu de la Generalitat junto a la senyera. Y sigue así. Faltó liturgia y gloria. Y fastos adecuados a la ocasión: grandes castillos de fuegos artificiales o grandes actuaciones musicales. En las escaleras del Parlament los Alcaldes gritaron repetidamente libertad, libertad, con la vara de mando alzada. Pero más que la aclamación de las instituciones catalanas por la libertad alcanzada, era la reclamación de la libertad no alancanzada.

En la calle hubo alegría y alborozo, pero sin desbordarse. Pero en muchas casas hubo lágrimas, temor y preocupación. La fiesta fue a base de música enlatada y cerveza, con algunos fuegos artificiales. Careció del glamur de un fasto de esta naturaleza. Era un festejo acorde con el espejismo de República que se había proclamado. Y a la medianoche las calles estaban vacías. Muchos dicen «ahora a parar los golpes». Se han visto algunas banderas negras, símbolo de resistencia. Pero la carne se tumefacta. Y todo exceso de temperatura provoca fiebre, pero la hipotermia causa la muerte.

A pesar de la gestualidad desplegada por el independentismo, ésta no se apropió de la independencia. Aún así la nueva República ha implantado un gozne entre la realidad y su realidad. El procés ha sido ensueño, gesto, espejismo. Pero gesto tras gesto ha chocado con la indiferencia del Estado primero y con su muro después. Y el vacío internacional es total y absoluto. Ni siquiera Escocia, la región secesionista hermana, ha reconocido la República de Cataluña. El Govern está destituido. El Parlament disuelto. Y convocadas elecciones autonómicas, que se celebran en 54 días.

Rajoy dijo que no habría papeletas, urnas, ni referéndum y hubo papeletas y urnas y se votó. Y hubo porras. Dijo también que no habría declaración de independencia y la independencia se declaró. El Estado no puede permitirse más errores. Los independentistas continúan actuando dentro de su burbuja y al margen de la realidad. Pero de tanto repetirla pueden conseguir que lo que hoy parece una mueca, un día se vea como un mohín y después sea percibido como un gesto. Un gesto político. Pero la República Catalana también puede acabar como la Padania italiana. Veremos.

En Cataluña ya impera la lógica doble: la realista y la extática. El independentismo vive en la magia de la «libertad del poder hacer», que no tiene límite ninguno.  Las opciones independentistas rechazadas por el Estado se empiezan a desplegar en una realidad alterna donde se quiere hacer realidad lo que no pudo ser. Paso a paso. Se ha anunciado la creación de un DNI catalán, una e-Administración en la nube con servidores en el extranjero. Hay dos realidades paralelas que empiezan a coexistir. ¿Estará un día completa? Es el multiverso catalán. Es el Plan B. Aunque el independentismo da por perdida la Generalitat, el President en una declaración institucional no acepta el cese. Es el comienzo de un pulso al Estado «con paz, civismo y dignidad». Aunque la alusión a la dignidad es una admisión velada de la derrota de hoy ya descontada. Se pide paciencia. Es el inicio de la resistencia pasiva. Algunos Consellers y diputados se han pronunciado también en favor de defender la República Catalana. Hay convocada una manifestación por la unidad de España en Barcelona. El domingo. Una convocatoria de huelga general del 30 de octubre al 9 de noviembre, en stand by. En alguna concentración se recrimina a la Policía autonómica su ausencia el 1-O. Hay odio y la rabia está explotando. La gente se encara con la policía. Este universo es más hard. La calle es el hemiciclo.

Han vuelto a repetir los independentistas el error de hiperventilación, que cometieron en la II República, que no les ha dejado pensar claramente. ¿Acaso no ven que el Estado español, como cualquier otro estado, se funda «no sobre el vínculo social, del que sería expresión, sino sobre su disolución…»? Su rauxa será un factor destructor y de regresión para el resto de España. En el siglo XX fue uno de los factores desencadenantes de la Guerra Civil. Y hoy se traducirá en una recentralización. En los círculos y cenáculos de la derecha la petición de recuperación de ciertas competencias por el Estado es ya un clamor. Con su actuación los independentistas han servido en bandeja a la derecha la justificación para dar una vuelta de tuerca más al giro regresivo que nos dirige hacia un estado en el que la resistencia y el disenso son cada vez más difíciles. Cualquier crisis económica, política o de cualquier índole, está siendo usada para aplicar la doctrina del shock. Véanse las advertencias de algunos dirigentes del PP. En cualquier caso la izquierda en Cataluña le está haciendo el trabajo sucio al la derecha, al proporcionarle con su posicionamiento una coartada para sus planes. Y si lo dicho no basta, para muestra un botón: alguna izquierda apoya la última tesis independentista que en el Parlament no se votó la independencia.

Tras la declaración de independencia de Cataluña, España internacionalmente es vista como un estado fallido. Y la República Catalana nace fallida. Es verdad que durante muchos años el Gobierno del PP se ha negado a escuchar las legítimas peticiones y reivindicaciones de los catalanes. Es verdad que «la forma más eficaz e insidiosa de silenciar a los demás en la política es negándonos a escuchar». Pero también es verdad que este abuso no justifica el atropello cometido por la Generalitat de Catalunya. Como también es verdad que los independentista pretenden silenciar a los demás usando la misma estrategia. Tras esta catástrofe todas las inútiles élites políticas españolas, todas sin excepción, muchas de ellas además corruptas, han de responder ante los ciudadanos. Nos han robado y han roto el país. Elecciones en Cataluña, si. Pero también en España.

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