El otro día me fui por ahí con un viejo amigo al que la vida le fue bien. Nos pusimos a contar los días que hacía que no nos veíamos, supongo que en cuanto los efluvios del ron nos embaucaron, pensando que serían algunos menos distanciados pero, superados los mil y uno a tanto alzado, nos cansamos de medirnos la lejanía y, a gustito, nos dispusimos a reír las noches en común de la vuelta de la esquina, muchas más, seguramente.
Cuando se recuerdan anécdotas del pasado entre malagueños con músculo abigarrado, siempre son muy divertidas. Cuando se rememora una aventura, se le arregla una parte confusa y se le añade una puntita de felicidad extra. Cada vez y se agrega. Así se contempla uno a sí mismo bastante más rubio, alto y delgado de lo que realmente nuestros genes nos permitirían ser en cualquier circunstancia, por más guapos y jóvenes que fuésemos. Yo más, siempre, por supuesto. Sin embargo, no fue la belleza la que imperó en estas pequeñas historias retocadas que nos lanzábamos el uno al otro aprovechando un descuido de memoria, sino el éxito rotundo en el que confluían todas ellas, con sus risotadas sinceras de viejos culpables. Tío, si nunca nos fue mal ¿por qué estábamos tan deprimidos? Nuestras plazas no tenían árboles, ¿te acuerdas?, le pregunté con demasiada nocturnidad. Así que hubo trocitos de cita que no recordaremos dentro de 20 años si seguimos aquí -y si no, tampoco-. Ni con inocentes adornos. Sobre todo se borrarán los momentos en los que agitábamos el hielo de muy al fondo, cuando pasaban todos los ángeles del cielo. Creo que porque no podía quitarse la gorra ni las gafas de sol. Gaby, ¿músculo abigarrado qué es?
Si tu amigo no sabe que con músculo abigarrado te refieres a la barriga, es que no tiene y está presumiendo. De eso, de reloj de diseño exclusivo y de hablar inglés como los ángeles de varios renglones más arriba, tan educados que no hacen ni un ruido. Tío, llevo un rato fijándome en tus calcetines, son perfectos. Se nota que son caros. Nunca se bajan, ¿verdad?. Yo creo, tío, que los míos son distintos porque me los compro siempre negros, muy parecidos, y los uno en una bola equivocada al 50 por ciento de ineficacia cuando los cojo del tendedero y los meto en el cajón de los calcetines desparejados.
Sólo los buenos amigos se intercambian los calcetines. No sé por qué en vez de eso, no le hablé del reloj de muñeca. De muñeco. Pero qué suavitos son. Valió la pena descalzarse aunque la camarera nos mirase así. Como si practicásemos sexo en público. Claro que, ¿cómo no va a sospechar de alguien con gorra y gafas oscuras que se se siente al fondo del local cuando no haya nadie y se ría tanto? Tío, ¿te has hecho un injerto capilar?
A mi amigo le sonrió la vida, sí. Nunca pensé que se pudiese vivir de eso cuando tiré la toalla. Nuestro amor incondicional me ha servido para que al final me quede también con sus zapatos y para averiguar que los millonarios tienen unos gustos muy estrafalarios para un pobre de su barrio. Horteras, en confianza. Le gusta el ambiente de unos conciertos de Marbella, que no especifico para no ofender a nadie. Cuanto más dinero gana, más se involucra en la Semana Santa. Ha empezado a ir al Rocío. Y le encanta. Ve fútbol en los palcos, en serio. Va a comedietas de teatro, eso sí, cuando le aseguran que se sentará donde nadie pueda molestarle con selfis. Bailará reguetón intelectual, sin tacos, como Aznar hablaba catalán, o sea, en la intimidad. Que sí, que ya existe el reguetón fino para ricos merdellones. ¿Trap? Tío, ¿te gustan los toros? ¿De verdad? ¿Desde cuándo?
Gaby, soy el mismo aunque ahora vote a Ciudadanos, me dijo a media lengua antes de que lo acostase en la cama de su hotel con la gorra puesta. Bueno, a Ciudadanos, podía ser peor… Esta confesión sí la recordaremos dentro de unos años como aquella otra de camino a una fiesta afterpunk cuando me soltó que le gustaba Madonna. ¿Cuántas veces lo habremos contado? ¿Me lo diría de verdad? ¿Yo pondría esa cara de sorpresa? En realidad, creo que siempre me gustó Madonna a mí. A ver si fue al revés y se apropió de mi extravagancia. ¿Quién sabe?