Te echo de menos. Significaste mucho para mí e incluso en algunos momentos fuiste esencial en mi vida pero por causas que no vienen al caso, nos abandonamos. Bueno, lo cierto es que la cita ya no era en el sitio adecuado –ni las formas tampoco- y te dejé. Te dejé porque no quería vivir lo mismo que los demás y decidí que prefería guardar mi mejor recuerdo que estropearlo con algo que sin duda sería peor. De ese amor incondicional a la más grande de las ignorancias sólo hubo un paso y casi puedo decir que te olvidé. Todo lo que representabas para mí se convirtió en puro dolor y angustia. Aquello no podía ni ser sano y te guardé aún más adentro, en zonas oscuras para condenarte al mayor de los silencios. Ha pasado bastante tiempo ya o por lo menos el suficiente para decirte que me sorprendo pensando en ti de vez en cuando, con ganas de volver a verte, de volver a sentirte y a fin de cuentas de reencontrarnos a pesar de que las circunstancias no han cambiado. Quizá ahora sea cuando el dolor ha dejado paso a los buenos recuerdos que sólo puedo eso, recordarlos, con tres o cuatro personas ¡pero qué personas! Los míos. Los que lucharon con un batallón. Como te decía, te echo de menos, me falta dejar de sentir el aire bajo tuya, me falta el anonimato, me falta revestirme, ajustarme el esparto y ver el mundo desde otro prisma. Me falta tu silencio, tu modestia y tu recogimiento. ¡Pero si incluso siento envidia sana de los que lo practican con la suya!. Llegan días en que veré muchas como tú, algunas más cercanas a mí que otras y sé que este año, volveré a echarte de menos, como el pasado y como el anterior. Espero que algún día volvamos a reencontrarnos, es la esperanza que tengo –bien que me enseñaste que tu verde no podía ser sino otra cosa que esperanza- pero mientras seguiré vistiendo de negro en recuerdo de aquel amor que te tuve y que te tengo que hace que aún te respete más si cabe. Negro y verde. Mi túnica.
Qué sabe nadie
4
Abr