Cuando se habla de las competencias que ha de tener un profesor, se hace referencia a las relacionadas con el saber, con el saber hacer, con el saber contar, con el saber sentir y con el saber ser. Las de los dos grupos primeros son objeto de atención preferente en la formación inicial. No es tan frecuente que haya preocupación por las competencias relacionadas con el saber contar, el saber sentir y el saber ser. No se hace gran cosa por la educación emocional de los docentes, por ejemplo
En la reciente obra de Luis Landero, “La última función”, se habla de una competencia que casi nunca se menciona. Me refiero a la fiebre pedagógica. Una competencia que está en el origen de la decisión de ser maestro, en las instancias de formación y en el desarrollo profesional.
Soy un seguidor entusiasta de la obra del escritor extremeño Luis Landero. Cuando veo una nueva novela suya en el escaparate de una librería, de forma irresistible, tengo que ponerme a leerla. Eso me ha sucedido hace unos días con su reciente libro titulado “La última función”.
Hace muchos años me encontré con Landero en su pueblo natal, Alburquerque. Acababa de leer su novela “El guitarrista”. Y recuerdo que le dije:
- Me gusta tanto cómo escribes, cómo cuentas la historia, que me importa poco lo que estás contando. Me atrapa con tanta fuerza la forma de decir que casi se me olvida lo que dices.
Agradeció el sincero cumplido con una sonrisa y, si hoy le encontrara de nuevo, tendría que decirle lo mismo de las novelas suyas que he leído desde entonces (no sé si respeto el orden de aparición): “El balcón en invierno”, “Absolución”, “Retrato de un hombre maduro”, “El huerto de Emerson”, “La vida negociable”, “La lluvia fina”, “Una historia ridícula”… Tan cierto es lo que digo que, con alguna de sus obras, no podría repetir el argumento de la trama. Solo podría decir lo mucho que disfruté leyendo y la resistencia a que pasito a paso estuviera llegando al final.
– ¡Qué pena, ya solo me quedan cuarenta páginas, treinta páginas, vente páginas…!
Voy al título del artículo que he tomado de uno de los personajes de la historia que cuenta en “La última función”. Me refiero al maestro Ángel Cuervo, del que dice el autor:
“Enardecido por la fiebre pedagógica, se hizo maestro y ejerció durante muchos años en muchos lugares, ciudades y aldeas y de todos huyó a los pocos cursos porque en ninguno encontró un alumno, un discípulo, ni siquiera uno donde él viese la inconfundible luz del genio”.
¿Qué es la fiebre pedagógica? Me aventuraré a explorar en el concepto. Si tenemos en cuenta que la fiebre corporal es un aumento temporal de la temperatura, podría decirse que, metafóricamente, se trata de una situación enardecida, una calentura del ánimo Si la fiebre corporal es, además, una parte de la respuesta general del sistema inmunitario del cuerpo, la fiebre pedagógica nos inmunizaría de aquellas reacciones adversas que lastran el optimismo: desafección de las familias, pasividad de los alumnos, insensibilidad de los políticos…
La fiebre está relacionada habitualmente con la estimulación del sistema inmunitario del organismo, ya que ayuda a combatir a determinados organismos que causan enfermedades. Entre las causas más comunes están: Infecciones. trastornos inflamatorios o autoinmunitarios. Eso es. La fiebre pedagógica nos fortalece ante las adversidades de la profesión. Adversidades que pueden proceder de las dimensiones organizativas de la práctica, de las actitudes de los colegas y de las limitaciones de nuestro propia actuación profesional.
Ceo que esa fiebre pedagógica de la que habla Luis Landero es una necesaria actitud del profesional. Una actitud que empieza cuando la elegimos y que se puede mantener cuando la vivimos con pasión. Pienso que el magisterio es una profesión que solo se puede vivir dignamente con pasión.
La fiebre pedagógica nos hace ser creativos, entusiastas, esforzados, emprendedores, resilientes, perseverantes, trabajadores, optimistas, apasionados… Es ese plus de ilusión que se necesita para hacer frente a situaciones complejas que se convierten en retos y desafíos.
La fiebre es molesta, nos desasosiega, nos saca del confort, nos mantiene en tensión, nos estimula y espolea. Y eso es lo que sucede con la fiebre pedagógica.
El maestro Ángel Cuervo se siente impulsado febrilmente a cultivar lo que considera un don especial que tiene un alumno, en este caso Tito Gil (Ernestito Gil), protagonista de la obra de Landero, cuya prodigiosa voz le ha de llevar a singulares cotas de éxito. El maestro es quien descubre la veta del valor (tiene “mirada sagaz”), quien ayuda a cultivarla, quien guía, tutoriza y sostiene a sus alumnos…
“¿Qué habría sido de Mozart si un padre o un maestro no hubieran visto en él desde el principio el resplandor de la grandeza (que a veces, por cierto, solo emite débiles, casi imperceptibles señales, nada fáciles de captar) y hubieran abonado el entorno para que aquella semilla creciera saludable y robusta? Y cuántas otras no se habrían agostado al faltarles el sustento de alguien que las cuidase hasta que pudieran valerse por sí solas! Sí, él sabría percibir al talentoso, al elegido, entre la rutina de los días y la grisura de la multitud. Esa sería su cualidad: la mirada capaz de penetrar en los secretos mejor guardados de las almas. Y entonces se convertiría en su guía, en su tutor, y su nombre aparecería junto a él, si no en un álbum de cromos, sí al menos en los libros de historia. Así de humilde y así de ambicioso era su empeño”, dice Landero.
La gloria del maestro se esconde bajo los clamores del éxito del discípulo. Su tarea consiste en descubrir los destellos del genio y cultivarlos de forma inteligente para que se desarrollen con plenitud.
“Y de pronto llegó Tito a la escuela. Algo de su viejo ideal renació en él He aquí que el destino ponía al fin en sus manos , ya en el crepúsculo de sus días, la oportunidad de cumplir su viejo afán y darle algún sentido a su vana existencia . Quizá fue un gesto de desesperación, de orgullo, de despecho, pero el caso es que reconoció en Tito los signos de la grandeza, la semilla del genio. Aquella voz y el talento natural que tenía para usarla y acompañarla con los ademanes y gestos idóneos, ya fueran serios o jocosos, sin tener la menor noticia de lo que era el teatro anunciaban al actor de renombre, o al orador llamado a sugestionar y mover a las masas con solo la alquimia de su voz”.
Una vez descubierto el filón de la genialidad, el maestro Ángel Cuervo se encarga de la guía y la tutela de su discípulo. Y actúa de forma exigente y rigurosa. “Lo tomó bajo su magisterio”, dice de forma lapidaria Luis Landero.
“Le hizo aprender de memoria poemas, monólogos dramáticos y piezas oratorias, que Tito retenía con gran facilidad, y no solamente se los hacía recitar en clase sino que, convertido en su representante lo llevaba a actuar en los espectáculos más o menos culturales que se celebraban en nuestro pueblo y en otros vecinos, como si fueren de gira, y con ocho años dio en solitario su primer concierto de rapsoda”.
Quien se dedica a la tarea de la enseñanza ha de tener esa fiebre pedagógica que impulsa a una acción comprometida y desafiante, que cultiva el optimismo, que da fuerza en las adversidades, que impulsa la esperanza y potencia el amor. La fiebre pedagógica espolea a quien la padece, estimula, ilusiona, da fuerza, aviva la creatividad, impulsa a buscar nuevos recursos, facilita la perseverancia, multiplica las fuerzas, aviva la fe en los resultados y hace disfrutar del éxito de los alumnos y de las alumnas. “Ángel Cuervo, dice el autor extremeño, estuvo durante años aguardando los éxitos de su tutelado y murió poco después con el convencimiento de que su vida no había sido del todo vana”.
Hay circunstancias que hacen desaparecer la fiebre pedagógica como si se tratase de un mal que nos aqueja. Su desaparición evita las molestias de la fiebre, nos instala en la comodidad y el conformismo. La rutina que es el cáncer de las instituciones, el cansancio, la pérdida de la ilusión, los fracasos reiterados, los jefes tóxicos, la desidia, la desilusión, el fatalismo son las secuelas de esa pérdida.
Me duele ver a jóvenes recién salidos de las Facultades de Educación que ya han perdido o que nunca han tenido esa fiebre pedagógica que les haría disfrutar de la tarea y les haría entusiastas y dinámicos emprendedores. Me duele verlos ya quemados sin que hayan visto siquiera el humo.
Querido Maestro:
!Qué emotivo artículo!
!Cuántos afectos dedicados a su escritor favorito, Luis Landero!
Desgrana cuánto efecto hace la obra de este escritor en su interior, cuánto acercamiento a su filosofía de vida, a su andar por el mundo.
Es el mismo efecto que yo tuve cuando le escuché la primera vez.
No he tenido la oportunidad de escucharlo más, pero me calo a tal profundidad que me innotizo el alma.
Es algo que no se puede explicar, porque no encuentro palabras.
Sus escritos, sus consejos, son lazos emocionales que me hacen ser mejor persona.
Son alicientes que hacen que revivan en ti los mejores valores y sentimientos.
Es una fiebre continua , un sentir etéreo, un reconocimiento infinito de que los afectos hacia las personas nos hacen más grandes y humanos.
Y eso pasa , existe una fiebre pedagógica en el ámbito laboral y una fiebre existencial en el ámbito de nuestro hacer y de nuestra vida.
Reconozcamos que lo más importante es estar vivo y el amor que mantenemos hacia las personas.
Espero esté ya de vuelta de ese maravilloso viaje por las tierras mexicanas.
Y ya sin más me despido con un gran y fuerte abrazo para todos.
! Qué la semana sea feliz, amable y leve!
Muchos besos.
Querida Loly:
Si. ya estoy de vuelta.
Ha sido una maravillosa experiencia con profesores, directivos y alumnos.
Siempre pienso que es más que me dan que lo que doy.
No hay mayor estímulo para un escritor que haya una lectora o un lector que le diga que lo que ha leído le ha hecho mejor persona.
Recuerdo aquella tarde en la que nos conocimos.Ese impacto del que hablas dice más de ti que de mi.
No sé si la semilla que yo lancé era buena, lo que sí sé es que la tierra en la que cayó era excelente.
Gracias por leer el artículo de la semana y por escribir este comentario.-
Besos.
Feliz semana también para ti.
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Muy buenas Miguel Ángel!
Precioso artículo que leemos con ilusión entre aeropuerto y aeropuerto haciendo escala antes de llegar a Málaga.
Nos apuntamos la fiebre pedagógica que algunos creo que padecemos sin saberlo.
Gracias por el diagnóstico y por el descubrimiento de Luis Landero quién no hemos leído pero que ya nos has metido el gusanillo.
Me encantaría hablar contigo esta próxima semana y concretar un día para comer en un hueco que tengas.
Como nos veremos pronto espero que me cuentes tus aventuras Mejicanas y esos proyectos tan chulos que siempre estás maquinando.
Mil Gracias por estar siempre puntual..otros no podemos decir lo mismo.
Mil abrazos y besos
Queridos Miguel y Gema:
Al no veros durante el día temí que estuvierais aquejados por la fiebre corporal, porque la otra es la que os hace estar presentes cada sábado y la que os lleva a ese compromiso permanente y entusiasta que tenéis y que contagiáis.
La estancia en México fue muy intensa y también muy gratificante. Ahora estamos armando el proyecto de innovación. Tienen fiebre para dar y tomar.
La próxima semana nos llamamos para quedar. Tenemos muchas ideas, emociones y asuntos que compartir.
Os envío un abrazo enorme lleno de afecto y gratitud.
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Hola MÁS.
De nuevo los duendes te han alterado el texto en algunos lugares de la entrada de esta semana:
“Y de pronto llegó Tito a la escuela. Algo de su viejo ideal renació en é en Tito Gilo de despecho, pero el caso es que reconocitud.
umno, en este caso Tito Gil, cuya prodigiosa voz le ha de llevar a sl. He aquí que el destino ponía al fin en sus manos, ya en el crepúsculo de sus días, la oportunidad de cumplir su viejo afán y darle así algún sentido a su vana existencia. Quizá fue un gesto de desesperación, de orgullo, de despecho, pero el caso es que reconoció en Tito los signos de la grandeza, la semilla del genio. Aquella voz y el talento natural que tenía para usarla y acompañarla con los ademanes y gestos idóneos, ya fueran serios o jocosos, sin tener la menor noticia de lo que era el teatro anunciaban al actor de renombre, o al orador llamado a sugestionar y mover a las masas con solo la alquimia de su voz”.
Posteriormente hay un salto de línea en:
“a fuerza, aviva la creatividad, impulsa a buscar nuevos recursos, facilita la perseverancia,
multiplica las fuerzas, aviva la fe en los resultados y hace disfrutar del éxito de los alumnos y de las alumnas.”
Parezco un “calentura”… En los pueblos se utilizaba como sinónimo de fiebre el de “calentura”…, aunque ser un calentura, es otra cosa muy distinta… Se consideraba un quemasangres, un pesado, una persona que disfruta haciendo rabiar…
Ante la fiebre pedagógica se toma mucho paracemol e ibuprofeno para mitigarla lo antes posible. Algunos, como tú, prefieren sufrirla… Voy a ponerme el termómetro a ver como tengo mi temperatura pedagogíca!!! Me temo que me va costando llegar al 37.
Hay una acepción de la fiebre pedagógica a la que hace alusión luis Landero que no comparto tanto, es aquella que va asociada a buscar el éxito propio en el del alumno. Me recuerdan a esos padres que buscan en sus hijos o hijas el éxito en el mundo del deporte para satisfacer su ego o su fracaso personal
Un abrazo.
Querido Juan Carlos:
Agradezco tu atención en la lectura y la comunicación de las erratas. ME PREOCUPA MUCHO QUE HAYA SUCEDIDO EN DOS ARTÍCULOS CONSECUTIVOS.En el periódico de Alicante también ha sucedido la semana pasada y están pensando en alguna solución para que no suceda, Es una lata. A mí me da mucha rabia que pase. El texto está bien y al enviarlo se descompone. Voy a corregirlo ahora mismo.
Estoy seguro de que tú andas siempre por arriba de los 38.
Y yo no comparto de la novela la idea de que el maestro solo busque la existencia de un genio. Creo que todos y cada uno necesitan la acción enardecida de un buen educador.
Un abrazo y muchas gracias, mi febril amigo.
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Gracias, qué hermoso texto. Qué lindo sería que las aulas sean de teatro y poemas, aún hacemos con miedo en algunas instituciones donde trabajamos que valorisan solo reproducción de contenidos.
Y de las competencias saber, saber hacer, saber contar, sentir y ser , los 3 últimos sufren de rezago.
Usted Maestro sabe valorar lo bello, lo humano , lo trascendente, que lafiebre pedagógica que nos contagia no se apague nunca.
Querida María Teresa:
Qué hermoso comentario. Cuánto ánimo y cuánta alegría produce tu amabilidad y tu generosidad. Por eso soy yo quien te da las gracias.
Por lo que he leído hoy y en otras ocasiones veo que tú posees esa fiebre pedagógica que nos hace disfrutar de la tarea y que beneficia a los niños y a las niñas en el aprendizaje y en la convivencia.
Muchos besos.
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Un interesante concepto: la fiebre pedagógica. Habría que trabajarlo, explorarlo e investigarlo. Me ha sorprendido muy agradablemente. Creo que distingue a los profesionales comprometidos, entusiastas y optimistas.
Habrá que pensar cómo se adquiere, como se mantiene y cómo se incrementa. Y, sobre todo, cómo evitar que se acabe.
Querida María:
La verdad es que cuando leí ese párrafo en la novela de Luis Landero pensé que había realizado un feliz hallazgo.Tanto es así que pensé dedicarle el artículo de la semana.
Pienso que el concepto es muy útil pata explicar esa actitud ante la profesión que en algún tiempo se llamó vocación, aunque ese término tenía unas connotaciones religiosas que eran difícilmente asimilable para las personas no creyentes.
Voy a seguir explorando en ese concepto de fiebre pedagógica con el fin de sistematizar el análisis. Es interesante, por ejemplo, analizar cómo se adquiere y cómo se pierde. Porque está claro que algunos que han tenido esa fiebre en grado alto han acabado perdiéndola. No solo a causa de la edad. Hay jóvenes que no la tienen ni la han tenido nunca.
Besos y gracias por la escritura del comentario.
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Esa fiebre no es p’ara curar sino para alimentar.
La frase de Luis Landero me parece genial: ENARDECIDO POR LA FIEBRE PEDAGÓGICA…
Eso es. Enardecidos por esa fiebre no solo elegimos oficio sino que lo ejercitamos con pasión y entusiasmo.
Ojalá que todos los docentes tuviesen esa fiebre.
Querida Marta:
Pues sì, ojalá que todos la tuviésemos y que nada nos hiciera perderla. A veces.las dificultades, los fracasos, las adversidades… hacen que vaya desapareciendo poco a poca. En otros casos se puede perder de forma súbita por algún problema grave o por alguna decepción que no se haya podido superar.
Es importante ser resilientes porque las dificultades son consustanciales a la vida.
Besos.Gracias.
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No conocía a Luis Landero. Por lo que dices es un buen escritor en lengua castellana.Es un buen elogio el que haces a su estilo literario.
La idea de LA FIEBRE PEDAGÓGICA me parece estupenda. Creo que se le puede sacer mucho partido.
Estimado Mario:
Creo que si lees alguna de sus novelas, te va a gustar porque escribe muy-muy bien. Da gusto leerlo porque maneja de maravilla el lenguaje. En cuanto a la fiebre pedagógica ya ves que esas dos palabras me han llevado a la redacción del texto de la semana.
Creo que esa fiebre ayuda a desarrollar la tarea de una forma entusiasta y comprometida. Por otra parte, esa fiebre ayuda a superar las inevitables que conlleva la tarea de la enseñanza en estos días tan revueltos.
Un abrazo y gracias por escribir.
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¿Por qué hay muchos profesores que, a medida que van pasando los años, van perdiendo la fiebre pedagógica?
Querida Marta:
Vamos a dar por bueno el apriori que planteas. Yo lo suscribo. Y preguntas por las causas.
Creo que hay tres tipos de motivos por los que se pierde la fiebre pedagógica:
1. Motivos procedentes de la sociedad: la cultura neoliberal no es un buen caldo de cultivo para mantener la ilusión y la pasión porque su filosofía contradice todos los presupuestos de la educación.
2. Motivos institucionales: hay climas enrarecidos, jefes tóxicos, rutinas empobrecedoras, mucha burocracia, fagocitosis de los innovadores, perversión de la meritocracia, desafección de las familias…
3.Motivos personales: estos son los motivos más importantes porque los dos primeros son parecidos para todos, pero algunos convierten las dificultades en oportunidades… Son motivos importantes que acaban con la esa fiebre el pesimismo, el cansancio, el fatalismo, el desamor, la pereza…
Gracias por la pregunta que me ha permitido reflexionar sobre la respuesta.
Besos.
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Qué estupendo título y qué importante idea: la fiebre pedagógica.
Creo que es maravilloso tenerla pero que es todavía más maravilloso para los alumnos y las alumnas. Van a ser más felices, van a aprender más y van a sentirse queridos.
Es necesario tener esa fiebre y, por supuesto, saber cultivarla y mantenerla.
Estimado Miguel:
Me preocupa que los profesores adquieran esa fiebre, que la busquen, que la cultiven porque no es un regalo de los dioses. Y también me preocupa lo que dices: cómo evitar el perderla. Hay dificultades, adversidades, fracasos, errores, agresiones… Hay que vivirlas de manera que no nos frustren. Con dos signos menos (si se manejan inteligentemente) se puede construir un signo más.
Gracias por tu comentario.
Un abrazo.
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El problema es llegar a la jubilación sin haber perdido la fiebre pedagógica. Porque eso significaría que se ha mantenido acrecentado a lo largo de los años.
Me dan mucha pena aquellos colegas a los que veo sin ningún entusiasmo, sin ninguna alegría, sin esa fiebre que enardece.
Estimado Manuel:
Creo que la manera de llegar a la jubilación es un indicador fidedigno de lo que ha sido la trayectoria.
Hay quien vive ese momento como lo hizo Emilio Lledó. Dijo al respecto: “He dejado atrás una fuente inagotable de felicidad y de vida”.Otros viven ese momento como si se tratase de una liberación, una salida de la cárcel o de un campo de concentración. Esa diferencia muestra claramente lo que ha sido el desarrollo de la profesión.
Muchas gracias por leer y escribir.
Un abrazo.
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El problema de la fiebre pedagógica son los muchos hechos que la destruyen. Cuando ves el poco caso que hacen los políticos a la tarea docente, cuando ves que las familias ponen en cuestión la tarea y critican con furia y desprecio lo que hacemos, cuando algunos alumnos y alumnas se empeñan no solo en no aprender sino en que los demás tampoco aprendan, es difícil mantenerla viva.
Estimado Juan:
Tienes razón.Hay obstáculos que son difíciles de entender y de superar. Porque es muy difícil entender que el principal enemigo del pésimo aprendizaje sea quien tiene que tener interés para aprender. Un profesor me contó que un alumno le había dicho: profesor, explíqueme lo que quiera, por el método que desee y hasta póngame la nota que prefiera pero, por favor, no me motive. ¿Cómo se puede motivar a ese alumno? Algo parecido digo de la actitud de algunos padres y madres. Y, por supuesto, ¿qué decir de los directores tóxicos?
Un abrazo.
Y muchas gracias.
Querido maestro:
Gracias!
Es increíble como describe esa parte de lo que es la fiebre pedagógica, todo lo que requiere ser, saber y hacer un docente… me sumerjo en la profundidad de su escrito, porque quién no recuerda a un maestro o maestra, quien no tiene recuerdos de la escuela, quien no ha tenido ese impulso o motivación por un maestro, quien no reconoce la grandeza de esta profesión, quien no tiene espacio en su corazón para agradecer que exista un maestro.
A veces no pensamos que un ser humano transformado en docente tenga que trabajar tanto en si mismo para ser un ejemplo o una inspiración en la sociedad, para generar un cambio positivo, para construir un mundo mejor, qué poder indescriptible posee un docente que es capaz de lograr en los alumnos y en los que lo rodean una visión más congruente de lo que es saber vivir.
Siga escribiendo
Con cariño, respeto y admiración
Lily
Querida Lily:
Yo también siento por ti cariño, respeto y admiración. Porque veo la sinceridad con la que escribes y la receptividad con la que lees.
La importancia de la función educadora tiene dos dimensiones. Una positiva que describes muy bien y otra negativa ue a veces olvidamos. Un maestro malo, sin compromiso, sin fiebre pedagógica puede causar un daño irreversible.En el blog hay un art´ciulo titulado LOS ALUMNOS DE WITTGENSTTEIN, Es un buen ejemplo de las repercusiones que tiene la acción de un mal profesor.
Besos.
Sigue escribiendo tú también.
Gracias.
MÁS.
Buena tarde Dr. Santos Guerra
Que interesante escrito nos ha regalado. Buscaré ese libro del que habla. En la salud, la fiebre anuncia que hay alguna enfermedad más fuerte. Es un sistema de alerta, de alarma de sistema inmunológico.
En educación la fiebre pedagógica la interpreto, además de lo que usted y Luis Landero, en su libro “La última función” mencionan, como esa inquietud, esas ideas y acciones que hacen a un docente a enfrentar las adversidades y retos de la profesión. Es eso que llevamos por dentro y nos hace impulsarnos hacia el éxito y todo eso que no podemos contener que está dentro de nosotros y se manifiesta como esa fibre, que no se puede ocultar, porque es una luz que erradian quienes la tienen que es imposible de desimular.
La fiebre anuncia algo fuerte, que está dentro y desea salir.
Muchos docentes lamemtablemente se curan la enfermedad, acabando con su creatividad, haciendo su vida y su profesión una ocupación monótoma, pieden esa chispa por los afanes y al pasar todo esto, dejan de tener fiebre y pierden el sentido de la enseñanza y el aprendizaje.
Pero muchas veces llegan estudiantes u otros docentes, directivos, o cualquier otra persona, que contagian su enfermedad y hacen que el docente aflore su fiebre de nuevo. Pero también hay docentes que se vulven inmunes a las enfermedades, que nunca han sentido ni sentirán la fiebre pedagógica y inmunizan a sus estudiantes también.
Que interesante la comparativa, gracias por campartir.
Un abrazo estimado Dr.
Querido Misael:
Me ha encantado tu comentario sobre la fiebre pedagógica. Has ido más allá de las palabras de Luis Landero y también de las mías. Creo que has desarrollado certeramente la metáfora. La verdad es que da mucho juego. Es potente y hermosa.
Ojalá que esa fiebre nos impulse al compromiso y a la innovación.
Un gran abrazo.
Gracias por tu interesante aportación.
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