La deuda

27 Abr

(Texto que he escrito para el libro 40 reflexiones para una cuarentenadonde comparto espacio con otras 39 personas que hemos colaborado en este estupendo proyecto benéfico)

 

Cuando leas estas líneas todo habrá pasado. Están escritas desde el periodo que en tu libro de historia se llama algo así como La pandemia del coronavirus. Puede que algún político iluminado haya quitado la asignatura de historia y en su lugar estudias neolengua. De ser así hijo, lamento el periodo que te ha tocado vivir y te pido disculpas por haber fracasado en el intento de evitarlo.

Te escribo Hernán, con más incertidumbres que certezas. Llevamos algo más de dos semanas confinados en casa. No se puede salir. Solo a comprar y sacar a Minerva (tu primera perra, que no la última). Hay una pandemia de esas que mi generación ha visto en películas o leído en novelas de ciencia ficción, pero que nunca pensó que sucederían. Estas cosas llegan con cierta normalidad. Poco a poco. Empiezan en el telediario, en China y con un virus, no llama la atención. Poco a poco va ganando posiciones en periódicos, programas de radio y en los informativos de televisión.

No dejo de pensar en el comienzo de El Mundo de Ayer, la autobiografía de Zweig, donde cuenta que nadie pensaba que la gran guerra iba comenzar, a pesar de que estaba en la portada de todos los periódicos. Él, como muchos otros, estaba en un balneario cerca de Ostende, en Bélgica. ¡Colgadme de esa farola si los alemanes entran en Bélgica! Llegó a decirle Zweig a sus amigos. Tuvo suerte de tener amigos piadosos. De un día para otro se encontró veraneando en un país con el que estaba en guerra y tuvo que volver a Viena en tren a toda velocidad. Las cosas grandes suceden igual que las pequeñas. No hay una sensación especial. No percibes la magnitud del momento.

De estas semanas el mejor recuerdo que voy a tener es el pasar contigo los días completos. Al menos nos estamos devolviendo el tiempo que por culpa de mi trabajo nos hemos robado en este año y ocho meses que hace que nos conocemos. Jugamos mucho por las mañanas, estamos los dos solos porque tu madre, como sabrás es enfermera y es de los trabajos que siguen siendo presenciales. Los demás o se han suspendido o se hacen a distancia. Ella está en ginecología y reproducción, pero es probable que la acaben llevando a pelear contra el coronavirus. Así es como se llama el agente infeccioso que nos ha puesto en jaque. No deja de ser paradójico que mate a tantos un ser que en opinión de la mayoría de los científicos no está vivo. Me gusta cómo los llama Ed Rybicki profesor de microbiología de la Universidad de Ciudad del Cabo, se refiere a los virus como organismo al límite de la vida.

Sé que leerás esto en una España que tendrá la pandemia como una cicatriz más en su larga historia. Otro contratiempo superado. Pero no habrá sido gratis. Como no lo han sido los grandes contratiempos antes que este. Los españoles saben superar los desafíos, con aspavientos, pero con determinación y sacrificio. Yo no creo en el alma de las naciones, pero pienso que hay algo parecido, su idiosincrasia. España está llena de héroes. Siempre lo ha estado. Y la historia que lees no recoge los nombres de los héroes de este tiempo en que te escribo. Tal vez esté el nombre del científico que encontró la vacuna y el de los políticos que gobernaban. Pero no leerás las historias de dolor y sufrimiento de estos días. No saldrá el dependiente del supermercado donde hago la compra. Él se la sigue jugando porque tiene que trabajar. Lleva mascarilla pero veo la sonrisa en sus ojos cuando me entrega las bolsas en sus manos enguantadas. Tampoco verás los nombres de los enfermeros, médicos, auxiliares, policías, militares, funcionarios de prisiones y un larguísimo etcétera que tienen que seguir jugándose el contagiarse porque de ellos depende que los demás podamos seguir viviendo con cierta normalidad y seguridad. Pero en esa cicatriz que tú lees, ha habido una herida y por ella se ha sangrado mucho. Se han ido miles de vidas, no solo por el virus, como nunca tuvieron que irse: solos. Tras esas cifras escalofriantes que lees hay nombres. Y tras esos nombres había vidas, familias. Padres, madres, abuelas, abuelos, hijos, hijas, nietos, nietas, maridos, mujeres, amigos y amigas que no pudieron dar el último abrazo. Personas que murieron en la desolación de vivir su último suspiro en soledad. Nadie podrá evitar estas tragedias.

Quienes pierden la vida en estos días o sufren una muerte cercana son la medida exacta de la exigencia del momento. Estos días cuando tengo la tentación de quejarme por algo, me doy cuenta de que no tengo derecho. Por ahora estamos bien. Tal vez sea esa la felicidad: estar bien. Aprende esto, hijo. Antes del coronavirus éramos felices y no lo sabíamos. Ten en cuenta que en el momento en que leas estas líneas tal vez eres feliz y no lo sabes. Saber que somos felices, cuando hayamos superado la pandemia, es nuestra deuda con todos los que se han dejado la vida o pedazo de ella en el camino.

 

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