Paellismo

18 May

El carnicero de mi barrio, esto es el señor que surte de productos cárnicos esta zona, chillaba el otro día a la clientela que de nada había servido tanto encierro si tan sólo teníamos un 5% de inmunizados, y que él sabía quién estaba detrás de todo esto. Su público, reducido a dos señoras y yo, asentía como esos muñecos que, prendidos desde el espejo del coche, imitan el vaivén de los baches y las curvas. Cualquier tipo que me hable con un cuchillo en las manos, adquiere para mí la categoría de un Sócrates o un Eisntein; por algún motivo oculto me siento inclinado a entregarle el reloj y hasta esa honra, patrimonio del alma, si me la solicitara. Nadie contestó nada que no fuesen frases alusivas a la ternera o al cerdo combinadas con indicaciones referidas al sistema métrico. Una enorme emoción me embarga, incluso me provoca un leve lagrimeo, cuando constato que, más allá de cualquier cifra de fracaso escolar, nuestro sistema educativo ha generado una cantidad tan inmensa de especialistas en virus y tratamientos de pandemias, que nos permitimos el lujo de que sean relegados a cualquier oficio donde no puedan demostrar su dominio de tales asuntos, más que ante un foro de quienes apenas somos capaces de vislumbrar el alcance de sus aseveraciones. Enciendo el televisor y me encuentro como tertulistas a los trasuntos de mi proveedor de filetes, en chaqueta y sin delantal veteado con sangre que otorgue autoridad marmórea a sus argumentos. Pontifican sobre los últimos avances de bioingeniería, con la misma soltura con la que corrigen a un grupo de magistrados que acaben de dictar sentencia hace cinco minutos, tras la redacción de un procedimiento de 10.000 folios. Este virus junto con toda su parafernalia han pasado a pertenecer a la categoría cognitiva del paellismo.

El arroz y el saber científico acumulan las mayores faltas de respeto y consideración, por ausencia de gusto y por exceso de ignorancia. Ahí quedan las paellas que se exhiben sin pudor en los parques de Inglaterra e, incluso, en los escaparates de las costas turísticas españolas, y ahí quedan las hogueras de los muchos sabios que ardieron desde Suiza hasta Italia por no haber dicho lo que sus mandamases querían oír. Para no tener que verse en el engorro de quemar a nadie, con lo difícil que es prender una barbacoa, los gobiernos de Madrid y Cataluña han contratado sabios autonómicos para que aconsejen en contra de ese equipo estatal que no dice lo que tiene que decir y que se está buscando una buena chamusquina; lo que demuestra, por su parte, una absoluta falta de inteligencia práctica de esa que, por ejemplo, le sobra al carnicero del barrio, capaz de explicarnos lo que tenemos que hacer, al tiempo que descompone un cordero de cuatro navajazos peritos. Ante su mostrador, nadie rechista y a ningún usuario de sus servicios se le ha ocurrido que salgamos a hacer ruido a la calle con cacerolas para mostrar nuestro descuerdo con el corte del solomillo o con sus medidas para arreglar esta epidemia. Sin embargo, cuando uno se encuentra ante el fogón con su paella llega ese amigo al que nunca invitas, amparado por mil cuadraturas inexplicables. Se aproxima, cerveza en mano, silencioso como felino. Toma posición y carraspea antes de escupir esa pregunta recurrente sobre por qué no has puesto tal o cual cosa en tu paella hasta que la conviertas en ese desperdicio al que en su hogar travisten como paella. Si los responsables ministeriales aparecieran con un revólver al cinto o se dirigieran a la prensa a la vez que extraen un costillar de buey, tal vez seríamos más razonables. Los generales de esta casi-guerra toman decisiones desde datos muy complejos. Ninguno de esos científicos puede estar feliz con sus anuncios de una ruina que ofrece su alternativa en una ruina idéntica, pero sumada a todos los cadáveres que, de pronto, generaría ese 95% de población aún no infectada. Mantienen tanta calma como la que yo guardo cuando se acercan a rectificarme mi paella que, al igual que mi opinión, y la del carnicero, es la única que conozco coherente y sin fisuras.

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