Abrazos

18 Nov

Los abrazos exhiben en público la confianza depositada en quien te estrecha aunque podría apuñalarte mientras abres tus brazos acogedores. Yo abrazo a mis amigos y hasta reposo en sus hombros cuando se me echa encima cualquier circunstancia de esas que encajan certeras su puño contra mi vientre. Tal vez por influencia del cine o la literatura, junto con el innegable hecho de que voy dejando atrás mi adolescencia, cada vez que ciertas personas me abrazan siempre miro con disimulo si mi billetera sigue en el bolsillo. Luego, si mi interlocutor continúa ante mí, procuro frotar la espalda contra una pared por si me hubiera pegado algún monigote o el típico cartel que incita a los viandantes a que me den patadas. No lo puedo evitar, desconfío de los extraños y, sobre todo, cuando me aparecen con una sonrisa y un abrazo. Judas señaló a Jesús mediante un beso. Momentos antes se había retocado con un lápiz de labios para dejar marca. Los mafiosos de las películas andan todo el rato abrazándose antes de que alguien de un bando u otro le pegue al capo cuatro tiros o seis navajazos de esos que uno no puede rechazar. Mi perro me abraza, lo aseguro. Los osos también abrazan y no creo que sea el mismo abrazo que me da mi perro, una de las mejores personas que conozco. Los abrazos en sí no solucionan nada. Si buceamos en nuestra historia, el Abrazo de Vergara, también llamado la Traición de Vergara, unió en un estrujón a los generales Maroto y Espartero; cuentan que la tropa de ambos bandos marchó junta a beber y celebrar el fin de aquella primera Guerra Carlista que no fue sino el aperitivo para la Segunda y Tercera, donde ni hubo más abrazos ni fiestas. Aquella paz se quebró porque Espartero hizo una fea alusión al pequeño tamaño del aparato testicular del caballo de Maroto respecto del suyo, hoy inmortalizado en bronce. El caballo de Espartero completo, claro.

Existe quien cultiva la esperanza de que un abrazo nos exima de las terceras elecciones, igual que quien considera que una fastuosa noche de sexo previene un divorcio entre dos seres que se juntaron para odiarse mejor. Conozco personas en Izquierda Unida, Podemos o Más País muy sensatas y para mí muy admirables. Por varias de ellas pondría la mano en el fuego sin duda, siempre que pudiese retirarla antes de que lo encendieran, claro. Pero así en conjunto, me recuerdan a los protagonistas de aquellas reuniones de la Vida de Brian donde, por ejemplo, se reconocía el derecho que un hombre tiene a dar a luz. La sutura que unió a los militantes de esas formaciones, tal vez con la excepción de IU, fue el descontento social ante una crisis económica profunda, gestada en un gobierno del PSOE y gestionada por uno del Partido Popular. El presidente Zapatero cuando arreció aquel derrumbe económico que según su gobierno no existía, ofreció a los españoles abrazos de esos que se dan en los velatorios como consuelo cuando el difunto aún está de cuerpo presente. Rajoy con cada abrazo pillaba la cartera de quienes estamos obligados a llevarla para pagar todo lo que no abonan quienes ni siquiera tienen que usarla. Entre las disposiciones de ambos presidentes fue muy fácil organizar un conglomerado de odio indefinido hacia el todo, sin necesidad de especificar ninguna de las partes, ni de ofrecer soluciones. El abrazo entre Iglesias y Sánchez reconoce las ansias de poder de ambos. Imaginen las ruedas de prensa tras los hipotéticos Consejos de Ministros. Si Iglesias apoyara unas medidas, alguna corriente de sus propios antis le daría un calambrazo. Si Sánchez asumiera otras, podría verse cantando en el mismo karaoke que Albert Rivera, empujado por la fuga de notables de su partido. Los orientales odian los abrazos, no consideran educado ese contacto físico. En la actual política española sobra pasión y abrazos taberneros y faltan esos cálculos fríos y reposados mediante los que una sociedad avanza sin necesidad de achuchones, teatros o aspavientos.

Una respuesta a «Abrazos»

  1. Las penosas cosas del día a día quedan más bonitas leídas de tu pluma.
    No he podido dejar de imaginarme a Sánchez y Rivera con sendos chalecos rojos cantando en el karaoke a lo dúo dinámico.

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