Los negros

2 Ago

Los negros han tenido vidas oscuras. La Historia nunca ha escrito sus nombres en letras de oro, porque sus nombres están envueltos en sombras. No tienen épica los negros, sino sólo en todo caso leyendas negras que los hacen del todo intercambiables, hermanados en un consustancial anonimato.

Hay que admitir, sin embargo, que dentro del negro hay matices y, como diría George Orwell, hay negros más negros que otros. Un negro que no lo fue tanto podría ser Alejandro Sawa, pues era como personaje mucho menos oscuro que sus compañeros y  vox populi su “colaboración” con Rubén Darío.

Quedó el poeta nicaragüense en darle una cantidad en metálico al bohemio sevillano a cuenta del adelanto de la edición de su obra a cambio de presentarle en París a Verlaine -el  maestro liróforo celeste- y tal vez porque aquella” gloria” quedó para el fauno como una “merde” (sic), el autor de Sonatina  rebajó la oferta inicial al pago de unos articulitos que el futuro “Max se estrella” daría a Darío para que los firmase a su nombre en el periódico “La Nación” de Buenos Aires por una calderilla que, según puede deducirse, cobraría en negro del negrero Rubén aquel desdichado poeta, cuya biografía póstuma “Iluminaciones en la sombra” tuvo muchísimo más de sombras que de luz si se considera que murió “ciego, loco y furioso”.

De entre los negros conocidos, porque la mayoría no se conocen, mi favorito  es Pelayo del Castillo, quien a pesar de su nombre tan a propósito para la fama, quedó en el anonimato de aquellos finales del XIX.

Si Manuel Machado dijo de Alejandro Sawa, “Nadie tan nacido para el placer fue tan derecho al dolor”, de Pelayo del Castillo podría haber dicho “Nadie tan destinado a la fama fue a parar al anonimato”, porque el autor valenciano, además de nombre y apellido sonoros, tenía talento, ingenio y facilidad prolífica para escribir y, si no hubiese sido porque las contrariedades y pesares que le sobrevinieron en sus primeros años en Madrid lo hacen refugiarse en el alcohol, tal vez no habría sido explotado por colegas desaprensivos. Y digo sólo tal vez porque parece que hay personas muy valiosas, pero con debilidad de carácter, que están predestinadas a servir de felpudo a arribistas de tan altísima autoestima como bajísimas capacidades.

Un ricachón de esta clase y de aquel tiempo, Camprodón, le encargó a Pelayo la traducción de una comedia francesa que estrenó a su nombre, dedicándosela a una marquesa , que dio al ingenio del negro unos versitos, que circularon profusamente por los cafés de la Corte:  “Si la comedia es francesa/ y los versos míos son/ ¿qué dedica Camprodón/ a la señora marquesa?/.

Y, sin embargo, no fue Camprodón el tirano más temible para Pelayo, pues luego conoció a Pastorfido; uno de tantos escritores bohemios que se dedicaban a fantasear sobre lo que proyectaban escribir y nunca escribirían, alimentando sus quimeras ante dos vasos sobre la mesa de un café; uno pequeño con agua y otro muy grande con aguardiente.

Pues bien, Pastorfido, que conocía las necesidades perentorias de Del Castillo lo alojó en su casa para que le escribiese comedias a cambio del techo y la comida. Por supuesto, el día que no le escribía algunas escenas el raptor lo dejaba sin comer.

Estos hechos que son reales se convierten en ficción un siglo después en la novela de José Ángel Mañas, “Soy un escritor frustrado”, cuya trama plantea cómo un profesor de literatura con un gran deseo de escribir pero sin inspiración para ello tiene secuestrada en su casa a una alumna a objeto de apropiarse de la autoría de una novela que ella le ha dado para revisar.

No recuerdo si en el desenlace la alumna logra liberarse o no. En cuanto a Pelayo consiguió escapar de la casa de Pastorfido y triunfó con un título de comedia ya reconocido como suyo “El que nace para ochavo”. No obstante, ya que como buen bohemio era muy mal administrador, gastó todas las ganancias de la recaudación en excesos y enfermo terminal de tuberculosis fue por su propio pie a morir de caridad en el hospital civil. Al fin y al cabo, se consideraba afortunado pues si no hubiera estado tan perjudicado- decía- habría muerto en la calle de hambre y de frío, pero al encontrarse casi en la agonía iba a acabar sus días en una cama, bien cuidado y bien asistido. Una bicoca.

Éste fue el final de un negro épico que nunca perdió la creatividad ni el buen humor.

El oficio ha continuado pero, que sepamos, no ha dado tan grandes exponentes si pensamos, por ejemplo, en que el negro de Ana Rosa Quintana por pereza copió casi literalmente una novela de Ángeles Mastretta a la que sólo le cambió el título.

Si contemplamos además la posibilidad de que los negros de hoy día son los que escriben los diálogos de esos debates políticos televisivos que, según Juan José Millas, tanto se parecen a los reality-shows, habrá que convenir que la profesión está en franco declive. Las palabras de los presuntos actores aburren al espectador, pese a que el argumento da muchísimo de sí; el futuro de España nada menos, que en rigor y, con buena pluma, constituiría un drama suntuoso, hiperbólico, digno de dejar al público sin respiración y no este soso sainete que, sin ni siquiera divertir, termina aburriendo.

Por falta de vigor en la escena, el español medio no llega a creer que aquella acción sea determinante y sin esperar al entreacto encarga una pizza por teléfono, mientras busca una serie en Netflix.

A estos realitys les hace falta un guionista en condiciones, un negro conocedor de los clásicos como Lope o Calderón. Si estos se hallan secuestrados en algún sótano, habrá que ir a rescatarlos por el bien de la patria.

5 respuestas a «Los negros»

  1. Dio sabios consejos y dinero
    a Sawa y a Antonio Machado;
    sustituto fiel, con tal poderío,
    que lo que tocaba al estado
    lo financiaba Rubén Darío.
    Sabido es que no pagan bien,
    en España, a negros o a indianos,
    ni a gentes con destellos en los ojos
    ni a cabellos de dioses paganos;
    mas cobramos y pagamos tal que ellos,
    sin el iva, principio primero,
    que no hubo canción con más donaire,
    ritmo de verano, vivo, allegro,
    con su pregunta surcando el aire:
    ¿Qué será lo que tiene el negro…?
    Con base de chanza y jerigonza,
    no es nuestra comedia divina;
    sigue los pasos por do camina,
    aquella Comedieta de Ponça.

    • El negro tuvo su moda
      y en ella pagó y cobró
      y blanqueó lo que pudo
      en plan Michael Jacksón,
      mas el asunto vino chungo
      y lo que tuvo perdió,
      a eso se debe, a eso se debe
      esta canción…

      • Yo ya no sé qué pensar
        (sea envidia o caridad)
        a propósito del negro
        que relata Georgie Dann;
        hace ya bastante tiempo
        que surgió del cha-cha-cha,
        tuvo fama de bailón,
        se las llevaba de calle…
        ¿por qué iba ahora a cambiar
        el afamado zumbón?
        Aquí el que vale , vale;
        lo demás, arte pedestre
        bueno para pasacalles;
        y si no, me lo demuestre.

        Felices fuegos artificiales!

  2. La alegría del pobre con Bayón o sin Bayón, sea cual sea su color, es recurso que se estila desde que el mundo fue mundo para no cambiar el rumbo. Si son felices así… hay que dejar a su ritmo a la clase popular. Y todos a disfrutar, otro asunto pinta chungo. Ahora la cosa con Trump es la de cantar el rap …
    https://youtu.be/BfuTIOnyMxY

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