El virus de la feria

6 Jun

Estamos a dos meses de presenciar la primera semana de agosto en la que nuestra ciudad no se vea colapsada por una fiesta masiva en el centro histórico. Ha tenido que llegar un virus maldito para que esto suceda y quizá, sea lo único positivo que podamos sacar de toda esta situación. 

El plan es sencillo a la par que evidente. Sería de género tonto promover una historia de esa magnitud sin saber si quiera si estaremos vivos y sanos para esa fecha. Por tanto, el discurso tiene el mismo recorrido que un pacto con Juan Cassá: Muy poco. 

La cuestión es que, durante las semanas pretéritas, ha sido puesto en cuestión al ayuntamiento cada vez que saltaba un procedimiento automático de contratación pública de algo relacionado con la feria. Poco después, salía la concejala responsable o alguien de su equipo y explicaba que se trataba de algo automático que se planeaba meses atrás y nada más. Que no quería decir que se estuviera trabajando en ello. Pero daba igual. Se seguía promocionando cada historia similar para -supongo- recoger algunos clicks en una web o un enlace muy comentado en las redes. 

Y mientras tanto, el público seguía rumiando con irrealidades desde su sofá en un encierro en el que el teclado ha sido el arma más peligrosa al conjugarse con el aburrimiento. 

Pero todo ha pasado. Y la realidad es que se acerca agosto y la única que ha reservado su habitación en Málaga es la incertidumbre. Social. Sanitaria. Económica. Y nadie más. Por lo que el resultado no es otro que el de tener que suspender la feria. Un evento de masas en una ciudad que absorbe de miles de personas venidas de fuera para disfrutar de una fiesta urbana, cómoda y con unos ingredientes idóneos para la bacanal social con el plus del mucho por poco. 

La feria del centro está pervertida si la comparamos con la naturaleza de su origen. La del real adolece pues el espacio es mucho mayor del necesario y existe un mercadeo de casetas en el que siempre perderá el ciudadano al que se le impiden poderes para hacer de la feria una extensión de sus casas y reuniones de amigos. 

Es por eso por lo que, quizá, ante las circunstancias actuales, fuera bueno replantear el concepto general. Analizar las necesidades económicas que se producen y canalizarlas hasta otros espacios donde todos ganemos. 

Para ello, quizá sería necesario comenzar, valorando algo que actualmente no tiene ningún sentido en nuestra feria: el papel de las peñas. ¿Qué son hoy en día las peñas? ¿Qué papel juegan en nuestra sociedad? ¿Cuántas peñas hay en Málaga y qué masa social arrastran? ¿Son representativas en nuestra ciudad? Todas esas respuestas acaban y comienzan en no. Por eso no tiene sentido alguno. Por eso es indispensable que las peñas salgan de la feria como propietarios de casetas. No aportan nada. Hacen negocio con ellas y las acaban alquilando al mejor postor: caseteros de fuera o negocios de hostelería. Y es tan así que, al final, el ayuntamiento da la sensación de que, de manera gratuita, otorga de una manera velada financiación paralela a entidades moribundas de nuestra ciudad como son las peñas. La feria de nuestra ciudad tiene la importancia y entidad suficiente como para no tener que estar supeditadas a las peñas que son insignificantes en la Málaga de 2020. 

¿Habría pues que achicar el real? Pues seguramente. Y eliminar la feria del centro que es dañina, impersonal y sin raíces. Y reinventarse. Málaga es la mejor del mundo para ello. Y quizá tengamos que ir todos al real. Y quien se quede en el centro encuentre buen ambiente en sus maravillosos locales de hostelería. Y también en el real. Con modelos como el del Pimpi o Los Mellizos. Negocios puros y duros que al menos aportan algo de sentido común a todo esto. 

El virus de la feria ya estaba antes del coronavirus y la pandemia. Y es su propio modelo actual el que la está consumiendo. Por eso, la situación actual, nos puede ayudar a resolver el sistema. Quizá merezca la pena arrastrar la festividad a septiembre u octubre, donde Málaga disfruta de un clima perfecto. Y tener una feria de Málaga pensada para sus gentes. Y que los grupos de amigos puedan acceder a montar sus propias casetas. Y la hostelería sustente las mismas. Y hagamos feria. 

De la misma manera que el centro puede encontrar en 2020 un futuro prometedor. Y quizá en esos días, el Café Central invite a una manzanilla a sus clientes. Y Lo Güeno corte unos jamones y ponga sevillanas para que su gente, la de siempre, celebre la fiesta de su tierra sin niñatos en chanclas con el trolley y la tajá barata ya pre contratada desde su lugar de origen. A lo mejor, durante esos días, son muchos los comercios que nos enseñan lo que era esto antes de convertirse en un circo. 

Y hablan de perdidas estratosféricas en el plano económico. Y nadie lo duda. Pero el modelo a seguir no es el que teníamos. Se puede seguir ganando dinero a espuertas, pero con un modelo mejor. Más malagueño. Menos pervertido. Y si es posible menos chabacano. 

Que la situación actual nos sirva a todos para entender mejor la realidad. Para buscar modelos que nos protejan como pueblo. Que se valoren las costumbres. Que existan las raíces y que amparen nuestra tierra. Málaga tiene derecho a tener una fiesta en condiciones. Y todos tenemos ganas de celebrar la herencia mayor que tenemos. La de haber nacido en el sur. 

Todo hay que venderlo para poder comer. El turismo es nuestro monocultivo. Pero hay fórmulas para mejorar. Y el año es largo. Y con la pandemia ha quedado demostrado que podemos sostenernos un tiempo y volver a caminar. Por unos días al año de feria no turística no pasaría nada. Y que volvamos a ser lo que fuimos. O lo que fueron y no somos capaces de conseguir ahora. La ocasión lo merece. ¡Vamos Teresa! ¡Échale valor!

Viva Málaga

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