Esta imagen que ahí arriba ven ya ha sido usada en un texto anterior a este. Para entrarnos un poco en el recuerdo, digamos ahora que está en Bratislava, y que representa a un soldado de Napoleón. Ahora no nos vamos a ir de nuevo a la historia que subyace en la estatua de esa tranquila plaza : la de ese soldado, que parece expectante, pues que algo o a alguien diríamos que espera; algo que lleva tiempo esperando : observen la nieve que se demora en su casaca militar, en su sombrero bicorne de principios del siglo XIX. Pero nosotros dejamos ahora su leyenda porque esta vez sólo queremos usar la imagen del soldado para ilustrar aquellas palabras de Francisco de Aldana en su soneto que empieza con :
«En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,/ tras tanto variar vida y destino,/ tras tanto, de uno en otro desatino,/ pensar todo apretar, nada cogiendo…» Porque este soldado así vivió y así se afanó, variando su vida y su destino, y andando de uno en otro desatino.
Aldana fue también soldado, y como soldado murió en la tristemente famosa «batalla de los tres reyes», la de Ksar el Kebir, (en nuestra lengua, Alcazarquivir), que tuvo lugar en 1578 en esa localidad de Marruecos. Y Francisco de Aldana hubiera querido, según expresó en su filosofía de vida, apartarse de las cosas que acá y allá le llevaban, ( : «tras tanto acá y allá yendo y viniendo», continuaba el soneto ), buscando más bien su meta interna, su personal tarea, esa extraña y tan intensa pulsión que nos torna más humanos y que, aunque parece que de los demás seres nos aparta, es muy al revés : a los semejantes nos acerca más, y más nos une. Pulsión o energía espiritual que habita tanto en el alma del poeta como en la del soldado, y que recorre la historia humana desde los clásicos griegos y latinos hasta casi nuestro presente; y ¡quién sabe si desde algunos pintores de cavernas soñadores de futuros imposibles hasta venideros seres más sabios y más santos! Imagino cosas tales porque intuyo que hay artistas y guerreros que son como solitarios peces pétreos que se tocan las manos, como esas rocas de cavidades primigenias. Vean :
¿Acaso no parecen esas rocas simular saltos sobre las ondas azules de océanos vírgenes y muy primitivos? Imaginen.
Imaginen, y eso, lo de imaginar, no se haga con miedo alguno a caer en extravagancias, pues se sabe al cabo que hay en las cosas algo impredecible y casi infinito, ( y como tal nos parece ser, en realidad, in-abarcable, aun cuando no lo sea… ), una especie de «algo en sí» que se nos entra al alma en sueños o quién sabe cómo, y nos lanza ya a las guerras internas y al arte, o ya a las nunca insanas locuras propias de místicos Quijotes todavía no conocidos. Sigamos.
Si algún lector se extraña de esa suposición que unas líneas arriba hemos dejado escrita, lo de «… desde algunos pintores de cavernas», pensemos sólo esto : decimos que dicha pulsión, esto es, dicha energía espiritual, es algo que pertenece al ser humano en general, y que podríamos igualar en buena ley a un pintor prehistórico, – al que debemos considerar ya plenamente humano -, con un artista de hoy o con cualquier otra persona entregada a una tarea de gran intensidad, ya sea plasmar algo en una obra, ( de arte, por ejemplo ), o tratar de salir lo mejor posible de una situación límite, tal como la de un soldado en la batalla. ¿O acaso vamos a caer una vez más en el error de considerar a los seres humanos de tiempos pasados inferiores a nosotros? Lo llamo error porque lo que debemos presuponer en las creaciones pictóricas de los primitivos pintores de las cavernas tiene de humanidad plena tanto como pueda tener la pintura de un niño en la escuela, sin entrar en valorar las respectivas categorías.
Y más diré sobre este punto, lo de ver una similar manera de expresar lo que se llama «pulsión o energía espiritual» como muy similares en ambos «modelos» de homo sapiens, el que pintó en las cavernas y el que en el siglo XVI o en el siglo XX escribe poesía : en Lascaux, esa «escena del pozo», como se ha llamado a una muy interesante pintura rupestre, algunos estudiosos han explicado la pintura como si se tratara de una especie de relato. Y lo han hecho con razón suficiente. ¿No es esto un botón de muestra que nos permite imaginar que la distancia entre ambos modelos de homo sapiens, el cavernario y el actual, no es tan grande como para no poder pensar que algunas cosas nos unen, pese a los siglos transcurridos? Yo así lo quiero creer. Y esto otro digo : estoy seguro de que habrá más «noticias claras y ciertas» (esto es : descubrimientos incontestables) que arrojarán luz sobre aquellos lejanos tiempos, y esa luz permitirá a humanidades por venir resolver muchos enigmas aún vivos. Y aquí termino por hoy, y otro día volveremos de nuevo sobre «las escena del pozo», la de Lascaux.
Preciosa reflexión, querido Manolo. Sin duda la misma pulsión comparte ese soldado cansado de vagar y que encuentra su razón de ser en los versos y el ignoto homo sapiens que crea a la luz de una antorcha.
Felicidades por tus preciosos textos.
Un abrazo grande