Resulta insólito para un servidor escribir este artículo en un domingo que, desde hace muchísimos años, se coloreaba de manera diferente al que hoy nos enfrentamos. Mi Domingo de Ramos siempre han tenido tonalidades pastel en bajo contraste y entramado poligonal como la fachada de la Iglesia de San Juan. Y también era gris. Mate. Con una rugosidad extraordinaria como la de la rampa que salvaban los escalones para salir. Y verde oliva. Oscuro. Mezclado con el olor a metal que derrama el aluminio pero que, al cabo de los minutos desaparece. De hecho, no conozco otros colores para ese domingo y para rescatar vivencias fuera de esos óleos mentales, tengo que acabar en mi época de chiquillo, al sol, en un terragal, esperando que saliera la Salud de San Pablo, acompañado de mis padres y mi hermano o con mi amigo Perico comiendo churros en Aranda para ver la Pollinica.
La nave ha virado. El acto de penitencia público ha pedido las escrituras y el contrato de uso que teníamos firmado con él y nos ha metido en vereda en un santiamén. Con la cara partida. Y el desvelo programado sin hora de finalización. El mundo entero está con el suspiro sostenido y las lágrimas brotando de dolor. Un dolor infinito que únicamente se representa de manera tan veraz en los semblantes desgarradores de muchas de las imágenes evocadoras de nuestra Semana Santa.
Pero la barbarie que vivimos y las penurias que padecemos son de tal magnitud que no existe dolor o tristeza alguna ante la imposibilidad de salir a la calle a llevar a tu Virgen bajo palio. Y puede sonar raro o extraño para muchos. Pero es tan real como sincero. El procesionismo puede esperar. Pues no es nada comparado con poder respirar. Es ridículo cuando no puedes velar a tu familiar recién muerto. No existe en la mente de quien es incapaz de abrazar a su ser querido. ¿Cómo imaginar una protestación pública si ni siquiera puedes estrechar la mano a tu hermano?
Por eso no padezco la ausencia de procesiones más allá de la anécdota. Porque el lamento de todos es tan hondo que acapara el total de nuestras pasiones. Y así una semana. Porque el vocabulario de estos días nos está acompañando como si nada pasara. Estamos viviendo jornadas de pasión y muerte. Semanas de dolor y soledad. De sepulcros solitarios y de mortajas frías. De calvario interminable. Y de penitencia obligada por una vida en la cuerda floja y parada en seco. Y también por muchas resurrecciones. De amigos y personas cercanas por las que suspirábamos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas pero que están resucitando de entre los muertos y recuperando un aliento que a todos nos falta pero que a algunos les está robando la vida terrenal.
Pero no debemos confundirnos y mirar bien. Porque, aunque no lo parezca, esta Semana Santa están celebrándose procesiones. Hay muchas Cofradías que han salido a calle. Con el rostro cubierto. Y haciendo pública protestación de fe cristiana. Empleando sobre su cuerpo una penitencia. Un dolor físico y una exposición ante la dificultad. O si no, ¿Qué están haciendo esas Cofradías cuando salen a la calle a dar a quien más lo necesita? ¿Acaso una furgoneta llena de mascarillas para un hospital no es un trono? ¿No pesa sobre los hombros de quienes se exponen a un riesgo de contagio? ¿No cansa sobre la cabeza un capirote que se clava constantemente ante la necesidad de ayuda hasta que arrancas y te lanzas para echar una mano? ¿No te quema, cofrade, que ante esta calamidad de vida haya muchos de brazos cruzados?
Esta Semana Santa están saliendo cofradías de Málaga a la calle. Las he visto teniendo un parón en Los Asperones y compartiendo el botijo. Pero también están en la calle sacando por la pantalla la oración. Acercándola a los fieles para que, a través de la oración, sean tramo de luz en vida contemplativa para orar por los fallecidos y enfermos que esta pandemia está arrastrando.
Me asusta observar a muchas personas con pena y dolor porque no van a poder llevar a su Cristo o salir de nazareno. Me horroriza pensar que estemos haciendo de la Semana Santa y sus cofradías un nido de seres insensibles y desconsiderados. Y seguramente sean minoría. Pero el ruido es atronador. Tanto y tan fuerte que, por momentos, retumban ecos de asuntos menores entre el silencio del duelo perenne por la muerte que nos acecha.
Pero igualmente nos debería preocupar a los cofrades que no estemos haciendo lo suficiente por los demás. Las hermandades de pasión tienen con fin originario la caridad. Una obra social histórica que en su momento doblaba el concepto asistencial en dar a quien no tenía y en ofrecer una sepultura cristiana y digna a quien no podía tenerla. Y a eso se le suma la oración pública. Y trasladándolo a nuestra era, debemos hacer examen de conciencia grupal y comprender si estamos en el buen camino.
Mientras eso sucede, podemos abrazar a esas cofradías que están haciendo todo lo posible por echar una mano efectiva. Ya sea con dinero, acercando la oración o asistiendo con mascarillas en hospitales malagueños como ha hecho fundación de la Virgen sencilla que pasea por San Juan cada Domingo de Ramos.
Y es que Lágrimas y Favores lleva comprendiendo y asimilando desde hace años el rol que deben jugar los cofrades de nuestro tiempo de una manera pluscuamperfecta. Y por eso nadie se despega de ella. Porque vale muchísimo más que todo lo que le rodea materialmente. Una cofradía bien entendida debe prestar un servicio real y tangible a todo el mundo, siempre que alguien lo precise, y en la medida de sus posibilidades.
Por eso, la de San Juan, lleva coronada sin papeles mucho tiempo. Porque está justificando un todo del que estamos faltos. Por eso yo veo a la Virgen en una beca de estudios. Por eso en una caja de batas de hospital está el empuje de muchos hombros bajo los varales malacitanos de calle San Juan. Por eso encontramos explicación a lo inexplicable dentro de una familia tan extensa como tú quieras que sea pues en tus capacidades están los límites. Mascarillas y Favores. Algo así se dejaba leer en una foto en la que se veían palets de material que salvará vidas y en el que se leía el nombre de una Virgen.
Mascarillas por lágrimas. Ésas que están por venir y que nos esperan en un año. Cuando agradezcamos en San Juan que seguimos vivos y fuimos capaces de ayudarnos juntos como hermanos.
Este año no salimos. Pero el trono pesa más que nunca. Toca sufrir.
Que la Virgen nos ayude.
Viva Málaga.