Las condenadas víctimas

28 Jun

Le han caído quince años de prisión a los individuos de La Manada. Poca es la condena comparada con la que tendrá que sufrir la víctima, que es cadena perpetua,¿ pues acaso hay medicina que salve a la memoria de un agredido de no ser invadida por las angustias de un estrés post-traumático? Nadie que haya sufrido sobre sí una violencia extrema llega a superarlo del todo. Los rescoldos quedan ahí, en el subconsciente, para reavivarse en las pesadillas y provocar despertares bañados de sudores y ansiedad.

¿Pudo rehacer su vida tranquilamente un combatiente que sobrevivió a la guerra de Cuba o a la del Vietnam? ¿Lo hizo quizás un judío que escapó de los campos de concentración? ¿Ha sido pacífica la existencia de quien ha padecido malos tratos en su casa o en un correccional?

El agresor no malogra a su víctima por las horas o minutos que dure la agresión, sino que marca al agredido para siempre por el efecto de su maldad y así con la ingenuidad perdida, será presa del miedo y del recelo hasta perjudicar su relación con otros seres humanos. Ellos, los violentos, podrán ser absueltos, liberados de su condena con el tiempo, pero no así los violados. Su prisión, fuera de la cárcel, está en la mente que no olvida, que jamás descansa.

Los violados, digo, porque esta cuestión no se remite sólo a las mujeres; no es una causa “feminista” o “hembrista”, como apuntan algunos frívolamente. Los hombres también lo han sufrido, aunque muchos por temor al ridículo no lo hayan querido confesar ni mucho menos denunciar ¿qué iba a pensar la gente?

La víctima de La Manada, una de ellas, denunció la violación múltiple y en ello se interpretó un atrevimiento, un desafío. Hasta hace no tantos años, las mujeres callaban esa clase de salvajadas por no admitir la deshonra y, manchadas por la falta de otro u otros, se solían resignar a una soltería sombría como “La Goletera” de Arturo Reyes, si bien otras imprudentes confiaban en la virtud del silencio con funestas consecuencias, ya que el posible marido que les surgiese, apenas descubría la verdad, las devolvía al hogar paterno con cajas destempladas:

–Aquí le traigo a esta hija de usted. Yo no trabajo con material averiado.

Y la hija de aquel se sentía repudiada y culpable por la falta que sobre ella había cometido un familiar de “confianza” o un amigo borrachín de la familia, que se había metido por fuerza en su alcoba, sin que ella, como era de ley, saliese de su casa.

Si era culpable aquella pudorosa moza ante la sociedad ¿cómo no lo va a ser una de hoy en día que sale de fiesta, bebe y charla con los chicos de igual a igual?

Es alarmante que las cosas hayan cambiado tan poco a estas alturas del siglo XXI, pero así es. Una chica que va de Sanfermines como los demás chicos y, como ellos, bebe y acaso fuma, no merece la menor credibilidad. El paralelo juicio social, el más temible, va a juzgar cuán de provocativa era su ropa, si dio pie, si sonreía demasiado, si sabía a lo que iba y todo eso.

Dieciocho años y en plena fiesta de Sanfermines dan para saber muy poco. Sólo, en el último momento, se dispara la señal de alerta, cuando en un estrechísimo portal, se advierte el acorralamiento de cinco tipos muy fornidos contra los que es imposible ofrecer resistencia.

Ésa fue su audacia, consentir por salvar la vida, y esa también su vergüenza ¿dirían que quiso? ¿Que le gustó?

Pues sí, algunos lo dijeron y también que más les hubiese valido matarla, pues la condena por homicidio es menor a la de violación. Si añado que ello lo dijeron presuntos intelectuales de este tiempo, se me ponen los vellos como escarpias.

Con un mínimo de conocimientos de psiquiatría, lo cual se le presume a toda persona no ya culta, sino simplemente civilizada, se sabe que sobre estos tristísimos casos huelgan las bromas, pues de alguna manera los agresores ya matan a la víctima con sus crueldades, pues la hacen perder la autoestima, la capacidad para disfrutar de los placeres (anhedonia), las ganas de comer (anorexia) y la voluntad de vivir (depresión); dicho así a modo de resumen.

Muestra de ello es el caso de Noa Pothoven que ha salido a la luz el cinco de junio del presente. Esta holandesa de 17 años fue víctima de violaciones entre los 11 y 12 años por parte de compañeros de su edad y, a los catorce por dos hombres adultos, lo que no denunció sino mucho más tarde y, pues dicha denuncia requería la rememoración detallada de los hechos, provocó en la víctima una reacción de extrema ansiedad, que fue intensificándose día a día al punto de no poder soportarla. Como toda persona estragada por la violencia ajena se culpaba a sí misma de los hechos y comenzó a autolesionarse, por lo cual fue obligada a internarse en un centro, en el que se la inmovilizó para evitarle el suicidio y del que, por el horrendo trato recibido, salió con la fija idea de morir para descansar de su tormento.

De este modo pidió asistencia médica para proceder a la eutanasia, que siendo legal en Holanda, puede ser solicitada por los niños con enfermedades incurables y/o padecimientos insufribles, con autorización de los padres a partir de los doce años y sin necesidad de ella, de modo libre e independiente, a partir de los 16, pero no siendo aceptada su solicitud, dejó de comer y beber hasta perder la vida, lo que sucedió un domingo, 2 de junio.

La víctima de La Manada habrá de sobreponerse a la memoria de dos terribles agresiones; la física y la psíquica, derivada también por el juicio mediático en el que se puso en duda su dignidad humana y fue cubierta de vejaciones, cuando no de recelos. Uno de los estigmas más dolorosos para las víctimas es la de no ser creídas.

La condena para ella será siempre más dura y efectiva que para sus violadores y opinadores vejatorios, pues al fin y al cabo los crueles carecen de empatía, remordimientos y memoria. Ni sienten ni padecen.

4 respuestas a «Las condenadas víctimas»

  1. Cuántos siglos han de pasar
    todavía sobre España,
    luciendo el traje sin luces,
    exportando la cizaña,
    tan fácil de generar,
    sobre el caído de bruces;
    la justicia es un señuelo
    que siempre deviene en copla
    en cuanto la canta el pueblo
    español y con orgullo;
    aquí si que saca nota,
    lo mismo que saca pecho,
    y es verdad de Perogrullo,
    mas no es ejemplaridad
    para presuntos culpables
    doctos en desigualdad,
    sarcásticamente salvajes,
    en esos sitios sombríos,
    a orillas de la movida,
    donde crecen las manadas,
    donde acrecientan sus bríos,
    con su educación fallida;
    inaccesible talud,
    por ahora demostrado,
    y sigue adelante el legado,
    “Si vas a Calatayud…”

    • Dolores y angustias pasan
      en cuanto a defender la honra
      muchas mujeres de España.
      Mala suerte si la agreden,
      pues las leyes
      piden pruebas colosales
      e investigan el detalle,
      y en tanto viven tranquilos
      los criminales.
      Que si su ropa era corta,
      que si sin querer quería,
      que si no se quedó en casa
      y del botellón bebía
      no era la Virgen María…
      Y así resulta de a poco
      que hasta se lo merecía…
      Después de tanto callar,
      como era lo corriente,
      resulta que denunciar
      es un asunto indecente
      que de necias comidillas
      alimenta a las gentes,
      y defienden salvaje pandilla
      que hacen de peor manera
      lo de aquel truhán de Sevilla,
      y al que leyó su sentencia Zorrilla

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