Antonio Maíllo ha sido siempre una persona con predisposición para la utopía. En plena juventud, cuando el auge de las tecnologías comienza a planear sobre las ruinas de las humanidades, allá por los ochenta del pasado siglo, él estudia para ser profesor de Latín contra la preferencia de sus padres que lo querían abogado. No, sin verle aptitudes, desde luego, pues desde aquellos tiempos hasta ahora, Antonio Maíllo ha pasado gran parte de su vida subido a una tribuna dándole a la oratoria por defender causas normalmente utópicas como son la unidad de la izquierda o el resurgimiento de las lenguas clásicas en el sistema educativo mediante estrategias pedagógicas innovadoras, que ha puesto por escrito como Jefe de Servicio de Programas Educativos Internacionales y coordinador de la adaptación curricular de la asignatura de Latín a la Ley Orgánica de Educación para toda Andalucía.
Ni a la unidad de la izquierda ni a la enseñanza del Latín se le prevé mucho futuro en Andalucía (como en el resto de España), para qué nos vamos a engañar. Si la izquierda hubiese estado unida en este país alguna vez, habría ganado la Guerra Civil, por eso, de la historia, que es la mejor maestra, se deduce que las siglas IU (Izquierda Unida) encierran una gran utopía y no menor paradoja, lo que no ha desmentido, precisamente, el paso de las últimas décadas, que ha cundido en disensiones de militantes en el seno del partido para no perder la tradición. Recordemos, pues, que IU nació de una disensión, siendo la escisión de otro partido, el PCE, de modo que más que de la unión nació de la separación y de la necesidad tal vez de minimizar la expresión «comunista», que iba todavía asociada a ciertos prejuicios y obsolescencias vinculadas a la Guerra Civil.
Sin embargo, Maíllo, lejos de renegar del término se hace militante oficial del PCE en 1996, cinco años después de la culminación de la Perestroika y la demolición del Muro de Berlín. Y lo hace, además, a los treinta años, esa edad en la que dicen que se pierde corazón para el ideal y la cabeza ocupa su lugar para ponerse de parte del bolsillo.
No es raro que el político lucentino tomase como referente a Julio Anguita, que, docente y comunista, se hizo célebre como alcalde de Córdoba, donde estableció un califato que no le discutía ni la derecha. Las personas son, definitivamente, más complejas que las directrices ideológicas, la política municipal lo demuestra. La actuación de los diputados se puede diluir más o menos en el Congreso, pero nunca la de un alcalde, pues revierte en nuestro marco más inmediato; la ciudad que habitamos, que salta a la vista. De ahí que en unas elecciones municipales se vote a las personas, más allá de las siglas.
Desde la honestidad, que si le atrajo valoración también le acarreó conflictos, Anguita fue el principal referente para un partido (IU), que quería estar a la izquierda de la izquierda, y logró para él los mejores resultados electorales de la historia democrática, cuando llegó a la política nacional. Nunca supeditó sus principios a la conveniencia ni al lucro personal y por ello era creíble para sus votantes. Frente a la insustancial propaganda, su lema era «programa, programa, programa…».
Retirado ya de la política por problemas cardiovasculares llevó su coherencia hasta el final, pues fue de los pocos políticos que tras estar más de ocho años como parlamentario renunció a la pensión de jubilación como ex diputado y recibió la de maestro de escuela.
Como Anguita, Antonio Maíllo deja la política y regresa a las aulas. A ello le llevan también problemas de salud tan graves como la superación de un cáncer de estómago.
Para mí, Maíllo merece el mayor de los respetos. Ha luchado muchísimo por su salud y también a costa de su salud por intentar la unidad de la izquierda en Andalucía con la adhesión a IU de Podemos, Equo, Primavera Andaluza e Izquierda Andalucista; una tarea siempre ardua, porque los electores andaluces, como han demostrado con su voto, son más partidarios de la disgregación que del conglomerado.
Ahora, después de dimitir como coordinador de IU en Andalucía y Diputado del Parlamento, Maíllo vuelve a las aulas, como profesor de Latín, lo que no es un reto sencillo, estando tan denigrado el prestigio de los docentes y el estudio de las lenguas clásicas. No sé yo si es más complicado unir a la izquierda que hacer que los alumnos de hoy día se aprendan las declinaciones…Pues es un luchador, como no hay duda, defenderá que la educación es la única herramienta para el progreso de los humildes, por los que siempre apostó y que la enseñanza del Latín y el Griego les dará armas para pensar, que es la mayor de las capacidades con la que defenderse en la lucha por la subsistencia. Ésa es la más grande de las revoluciones.
Dicen que el relevo de Maíllo está decidido. Sin duda, quien lo sustituya habrá tomado lecciones de su valor y habrá de trabajar mucho para cubrir el vacío que deja.
Por el momento, quiero transmitirle ánimos a Maíllo en su nueva etapa, pues me produce una gran empatía. Yo también he sido profesora de Latín en Aracena y, aunque con menores méritos, nunca he dejado de combatir por la utopía.
La educación es la base del progreso y yo sé que Maíllo seguirá teniendo en ella una parte activa y sobresaliente. En las aulas está la clave para el futuro.