La quiebra de la igualdad ambiental es ya un hecho. La nueva fase del capitalismo del siglo XXI, ha ahondado en la concepción que colocaba al ser humano en el centro de las cosas (antropocentrismo), convertiéndolo en una fuerza geológica (antropocenismo). El escenario energético al que nos dirigimos es de guerra por los recursos, competición regional, vuelta a la soberanía nacional e incremento de tensiones entre regiones y/o culturas, que en buena medida se refleja, ya, en el discurso del nuevo presidente Trump y de la extrema derecha europea. Junto al escenario descrito no puede ni debe obviarse la nueva era climática en la que nos encontramos, al haberse sobrepasado, a nivel global, el umbral de 400 partes por millón de CO2 en la atmósfera. Este umbral permanecerá así durante todo 2016 y no descenderá ya durante generaciones, siglos.
El cambio de era en el que nos encontramos, invalida las recetas de hace 40 años. El capitalismo ha intensificado la explotación de los territorios. La explotación de los cuerpos, que ha tocado techo, está siendo sustituida, principalmente, por la explotación de la psique. Ello hace necesario que nos planteemos nuevas preguntas. ¿Es suficiente la igualdad para enfrentarnos a un planeta en cambio climático, unos recursos energéticos en declive y un mundo sin trabajo? Implementar la igualdad entre países enriquecidos y países empobrecidos o dentro de cada país, incrementa la huella ecológica o alguno de sus indicadores sectoriales: huella de carbono o la huella de agua. ¿Es legítimo, entonces, implementar políticas de igualdad a costa de incrementar la huella humana en el planeta? No, porque una igualdad material que se alcance, más allá del límite de los recursos del planeta, traslada al futuro la desigualdad —material o climática— que debía haber sido resuelta hoy. El principio rector, entonces, debe ser la equidad, intra e intergeneracional.
La primera tarea en este tiempo es, por tanto, evitar que el medio ambiente se transforme en una nueva causa de desigualdad social. La igualdad, para ello, tiene que ser remozada. Precisa nuevos apellidos. Ejemplos de ello: «igualdad frente a», «igualdad dentro de». Igualdad frente al cambio climático, igualdad dentro de los límites del planeta. Esta reconstrucción requiere que la igualdad sea atravesada de fraternidad, de empatía y de cuidado de los otros. Sea impregnada de la ética de la responsabilidad, de equidad intergeneracional y de deber de cuidado de la biosfera. De esta manera, la igualdad, se vincula, al igual que la libertad, a la justicia, y posibilita la satisfacción de las necesidades de la generación presente y de las generaciones futuras, sin que por ello se sobrepasen los límites ecológicos de la biosfera. La igualdad, de esta manera, se hace equidad.
El contexto energético y climático ante el que nos encontramos, está determinando el escenario político, dirigiéndolo a una polarización, creciente, entre las fuerzas políticas que, más adelante, serán los polos de la confrontación: de un lado, neoconservadores y extrema derecha, de otro, las fuerzas ecologistas. Esta predicción comienza a ser corroborada por la realidad. La primera confirmación de este escenario se produjo en Austria, este año, con la vitoria del candidato ecologista en la disputa de la presidencia del estado, elección que el Tribunal Constitucional austriaco ordenó que se repitiese. Ratifica el análisis, la situación en la que se encuentra la izquierda: con el pie cambiado, sin apenas recursos discursivos. Sin proyecto. Melancólica. Debatiéndose entre: ser parte del universo neoliberal (socioliberales) o confrontar desde los márgenes del sistema (izquierda tradicional y nuevas izquierdas). Su única propuesta es una política económica keynesiana que devuelva el estado del bienestar, sin tener en cuenta que no existen recursos naturales ni planeta para continuar con una producción sin límite capaz de generar igualdad como hasta ahora.
Sólo una fuerza política: la ecologista, consciente de la necesidad del decrecimiento de la producción y de los límites del planeta, puede oponer un discurso sólido a los neoconservadores. La ecología política aparece, de esta manera, como única alternativa frente a la extrema derecha y el fascismo que viene, que ha saltado ya de la periferia al centro.
Es necesaria una estrategia que contrarreste la tendencia autodestructiva de la derecha, que nos está conduciendo a una peligrosa competición por los recursos, en un planeta enfermo y en constante degradación. Ejemplo de ello, son las líneas básicas de actuación que propone la ecología política: cuidado de las personas, cuidado del medio ambiente y modelo económico sostenible, que conforman los ejes principales de su programa político. Materialización de las mismas son, en primer lugar, renta básica universal (RBU), parte esencial de un nuevo modelo de estado del bienestar. Es ésta el derecho de todo ciudadano a percibir una cantidad periódica que cubra, al menos, las necesidades vitales sin que por ello deba contraprestación alguna. Sus primeros ensayos –totales o parciales– ya han comenzado en países como Finlandia, Holanda, o Islandia. En segundo lugar, soberanía alimentaria, que es el elemento de conexión entre el cuidado de las personas y el del medio ambiente. Es el derecho de los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo. Y, en tercer término, un modelo económico verde, que combata de raíz la explotación tanto del hombre como de la Naturaleza, centrado en el bien común y la equidad entre generaciones, cuyos ejes estructurales son: decrecimiento de la producción, transición energética, economía social y transformadora y economía feminista y de los cuidados.
La pregunta es: ¿existe, fuera de la ecología política, visión y voluntad política, para acompañarla en el camino a la fraternidad, que es más que un cambio de paradigma? No. Pero la soledad de ésta no puede servirle de coartada para apostar por objetivos pequeños.