Decía en el primer artículo de esta serie que el siglo XXI es y será el siglo de la ecología política. Para entender esta afirmación y la época en la que nos hallamos, hemos de partir de un hecho: el contexto ecológico está derrotando a la política, a la economía y a la sociedad, y ha adquirido una primacía que antes era ignorada. Su emergencia ha contribuido a la ruptura del bipartidismo tradicional y al nacimiento de un nuevo ciclo político. El último ciclo electoral en España (europeas, autonómicas, municipales y generales), aún no cerrado, se salda con la presencia de dos diputados y una diputada de EQUO en el Congreso de los Diputados. Les acompañan diputados y diputadas autonómicas en Andalucía, Baleares, Madrid y Valencia y más de cien concejales en Ayuntamientos de toda España. Queda por ver si las elecciones autonómicas de Euskadi y Galicia incrementan esta representación. Pero ésta es sólo la primera etapa de la entrada en la escena institucional de un nuevo discurso y una nueva dialéctica: la de la ecología política. La centralidad de las cuestiones medioambientales ha alcanzado a la reordenación del tablero político. Dicho de otra manera, el tablero político se está rediseñando para encarar los nuevos desafíos del siglo XXI con la llegada de la ecología política, que es la herramienta para afrontar los retos globales.
El nuevo tablero político refleja, por tanto, no sólo la problemática social derivada de la lucha por el reparto de la riqueza acumulada, a través de la clásica divisoria izquierda/derecha o la nueva arriba/abajo, sino que, por primera vez, los problemas ambientales van a poder ser puestos encima de la mesa, por una fuerza política que defiende la transformación del actual sistema depredador de producción y consumo, en otro que sea respetuoso con los límites biofísicos del planeta. La reordenación del tablero político se ha materializado, por consiguiente, desde una doble perspectiva: cuantitativa, con la nueva correlación de fuerzas surgida; y cualitativa, con la entrada en las instituciones de un tercer polo ideológico, la ecología política, aunque todavía de manera incipiente y de la mano de otras fuerzas políticas. En este nuevo contexto más complejo, multipartidario y con tres espacios ideológicos en competencia (izquierda, derecha y ecología política), se manifiesta una nueva divisoria que antes estaba soterrada, silenciada.
Esta divisoria es la denominada productivismo/antiproductivismo. Su dialéctica traza la frontera entre los límites de la acumulación de riqueza y los límites biofísicos del planeta. Es la divisoria central del actual tablero político, pues subordinada y subsume la dialéctica de acumulación/reparto de la riqueza, de la izquierda y la derecha, en la dialéctica de los límites y la equidad, que propone la ecología política, al estar dicha acumulación condicionada y limitada por los límites físicos del planeta. Es, además, una divisoria transversal, que interpela a las personas por encima de sus adscripciones ideológicas previas, para construir una nueva identidad política. La razón de su centralidad y primacía es evidente y fácil de entender: sin medio ambiente, no hay sociedad humana. Esta divisoria, asimismo, tiene el efecto de poner a las fuerzas políticas frente al contexto de crisis ecológica en el que estamos inmersos, obligándolas a posicionarse del lado del planeta o contra el planeta, a que elijan un nuevo modelo de producción y consumo o continúen consintiendo la depredación de recursos hasta el agotamiento. Esta dialéctica fortalece a la ecología política, pues a medida que las restantes fuerzas políticas varíen su posición a favor de un modelo de producción y consumo respetuoso con el planeta, la ecología política aparecerá ante los ciudadanos como una fuerza política para el cambio, útil y necesaria. Y si este postulado es aceptado ya por parte de la izquierda, puede decirse, entonces, que una parte de la izquierda se está haciendo o es ecologista.
En este contexto, la coincidencia de ciertas izquierdas con la ecología política, debe dar fruto. Es el momento de pasar de las palabras a los hechos. Debe haber una confluencia mirando al futuro, en el sujeto con capacidad de agregación política que, sin duda, es la ecología política. Esta es la dimensión ganadora, porque si hay un hecho constatado es que el planeta es finito y los desafíos que tenemos por delante son globales: el cambio climático; la crisis de recursos; las personas migrantes y refugiadas procedentes de territorios en guerra o agotados por el saqueo de los recursos; la desigualdad entre hombres y mujeres, que la crisis ecológica intensifica y acentúa en las comunidades deprimidas. Es el momento de reemplazar los conceptos del siglo XX, por otros propios del siglo XXI: competitividad por cooperación, economía de mercado por economía para el bien común, y globalización por conciencia global, de repensar la libertad y la igualdad a luz de la justicia y la fraternidad. Es momento de recuperar los valores de cuidado y protección de los recursos naturales, de demandar un nuevo modelo de trabajo productivo y reproductivo.
Déjenme que para construir un mundo compartido, también termine hoy con unos versos de Paul Celan: «Donde hay hielo hay frescura para dos./Para dos: por eso te hice venir./Un aliento tal de fuego te rodeaba–/venías de la rosa.» Hasta el próximo miércoles.