¿Es posible un gobierno entre conservadores y verdes? ¿Significa esa alianza lo mismo que el refrán que dice: azul y verde, muerde? Pienso que si. Y muerde mucho, a pesar de que el líder ecologista austriaco dijera que se había logrado «conciliar lo mejor de los dos mundos». Las críticas a la alianza provienen «principalmente de la Juventud Verde». Si alguien cree que el acuerdo con Los Verdes va a suponer un cambio de rumbo en la política antimigratoria del Canciller austriaco, puede olvidarse de ello. Kurz declaró que: «La lucha contra la inmigración ilegal sigue ocupando el centro de mi política».
¿Cómo justifican Los Verdes austriacos su alianza con «un partido de derechas que en los últimos años ha endurecido su discurso en materia de inmigración con posiciones de extrema derecha» y que va aplicar un programa económico neoliberal que «ralentizará masivamente» la lucha contra el cambio climático?
Aunque los ciudadanos han reemplazado en las encuestas a la inmigración por el medio ambiente como principal preocupación, ha habido un fuerte incremento la abstención respecto a las anteriores elecciones (20 puntos). En este contexto Los Verdes austriacos han obtenido el mejor resultado de la historia (13,9%). Y el ÖVP, la derecha xenófoba austriaca, ha incrementado sus votos siete puntos, hasta el 37,5%. Y la extrema derecha del FPÖ aún bajando diez puntos respecto a las anteriores elecciones, ha obtenido el 16,17% de los sufragios ¿Será suficiente este cambio en las preocupaciones ciudadanas para que los votantes verdes se traguen el sapo de esta alianza? Lo dudo.
El acuerdo de gobierno firmado entre los conservadores y Los Verdes austriacos es un programa de gobierno conservador con una pátina verde. Encarna un «ecologismo de élites que no supone una ruptura con las políticas de empleo anteriores, sino que pretende redirigirlas hacia un capitalismo verde.» A cambio de un ministerio los ecologistas se han involucrado en una alianza excluyente que normaliza las políticas reaccionarias de la derecha austriaca: rechazo de la inmigración, del islam y de la integración de los migrantes. El Canciller austriaco declaró tras el acuerdo: «Es bueno poder continuar nuestro trabajo para Austria», refiriéndose a la anterior coalición con la extrema derecha. «Es posible proteger el clima y las fronteras».
Las declaraciones del líder verde señalando que para ellos «los derechos de las personas y nuestro plan verde están por encima de cualquier acuerdo de gobierno», resultan poco creíbles tras el pacto de gobierno alcanzado. Hubieran resultado mucho más creíbles, si ante las diferencias entre ambas formaciones en política económica, climática y migratoria hubiesen alcanzado un pacto de investidura que les hubiese dejado libres en la oposición para criticar la deriva xenófoba y neoliberal del nuevo gobierno. El acercamiento del ÖVP a los ecologistas es parte del giro medioambiental que están llevando a cabo la derecha reaccionaria y la ultraderecha europeas para continuar en el poder. En similares términos a los expresados por el Canciller austriaco se ha manifestado, la portavoz del partido ultraderechista francés Agrupación Nacional, Marine Le Pen, para quien «las fronteras son el mayor aliado del medio ambiente». Ello significa protección contra el colapso climático para los europeos, de la que quedan excluidos los no europeos.
Otra reacción a este pacto que no debe ser obviada ha sido la del presidente del Partido Popular Europeo, Donald Tusk, de un marcado carácter étnico. Declaró éste que la protección del planeta «es para los cristianos el undécimo mandamiento». ¿Por qué dice que es un mandamiento solo para los cristianos y no para todos los europeos? ¿Acaso no estamos todos amenazados por la emergencia climática? Esta declaración aparentemente inocua revela el fondo xenófobo de la política migratoria de la derecha europea.
Pero Los Verdes austriacos no son los únicos infectados. Se han sumado también a este nuevo formato político los socialdemócratas daneses, quienes desplegaron una campaña electoral dominada por un discurso xenófobo con matices ambientalistas y a la que ha seguido una política de endurecimiento de las reglas respecto a los migrantes musulmanes. Esta parece ser la tendencia que se está instalando en Europa: futuro sostenible y restricciones migratorias más duras. Capitalismo verde a cambio de derechos humanos. Con este pacto Los Verdes austriacos puede decirse que han dejado de ser inteligentes para ser solo vivientes.
El líder ecologista austriaco es consciente de que este experimento puede ser un precedente para otros países. Se ve en sus declaraciones: «Desde Europa nos miran». La misma percepción la tiene el presidente del Partido Popular Europeo, quien declaró que: «esta coalición es una directriz para los conservadores». ¿Va a ser ésta la nueva bipolaridad política europea futura?
Otra pregunta que es necesario hacerse es sobre las consecuencias de esta alianza. El efecto que va a ocasionar es la normalización del discurso de la ultraderecha –al menos allí donde se ha consumado− y la obtención de credibilidad para su discurso sobre el cambio climático: que la preocupación por el clima es una cuestión esencialmente nacionalista, posición que apuesta en Europa por el ámbito interestatal a la vez que debilita la supranacionalidad europea.
¿Y quien va a ser el mayor beneficiado con esta alianza? La primera respuesta la da la demoscopia y es generacional. La extrema derecha es la elección más popular entre los menores de 30 años en Austria. En el resto de Europa la ultraderecha sigue avanzando entre los milenials y la Generación Z: lo ha hecho en la Francia de Le Pen y en la Italia de Salvini. Y resulta indiciario que la edad de la mayoría de los ministros del nuevo gobierno austriaco esté entre los treinta y cuarenta años. Al lado de los 58 años del dirigente verde.
La probable reelección de Trump −en un trasfondo de agravación de la emergencia climática, de aumento y extensión de los desplazamientos migratorios que hará prioritarios estos asuntos− hará que más partidos de las derechas liberal y soberanista viren hacia la ultraderecha, que al igual que la derecha xenófoba austriaca buscarán la legitimidad que les proporcionan las alianzas con los partidos ecologistas. En este contexto –más que nunca− éstos deben evitar alianzas con las derechas y con unas izquierdas poco relevantes que solo aspiran a mantener «el viejo statu quo». Y atribuirse para si «la normalidad democrática» y la defensa de una «racionalidad e institucionalidad» razonables, a fin de romper el control de otros sobre sus narrativas y dejar de cantar otras canciones. Creer en nuestros objetivos.
¿Pero en vez de enfrentarse a esa derecha extrema Los Verdes austriacos han pactado con ella? ¿Por qué? ¿Es un ajuste de los ecologistas a esta deriva? ¿Son ansias de ocupar el poder? El error que Los Verdes austriacos quizás hayan cometido es haber considerado como mérito propio un resultado electoral favorable influido por el fuerte aumento de la abstención que en principio lo hace coyuntural. La forma en que el dirigente verde coge la mano del líder conservador resulta significativa.
Y aunque Los Verdes están capitalizando por ahora la acción climática y el voto contra la derecha, esta alianza puede pasarles factura electoralmente en los próximos comicios debido al desencanto de los jóvenes -que el propio Kogler dice le han apoyado- por un programa económico neoliberal impuesto por la derecha que «ralentizará masivamente» la lucha contra el cambio climático, según los Jóvenes Verdes austriacos.
A más largo plazo el voto de las clases medias con «conciencia ecológica» pueden pasar a engrosar las filas de la extrema derecha −de la misma forma que el voto socialdemócrata migró a aquélla ante el fracaso de éstos para oponerse a la austeridad− debido al aumento y extensión de los desplazamientos migratorios y si las medidas que se pactadas para afrontar la emergencia climática resultan ineficaces haciendo que la crisis climática se profundice.
El horror de la crisis climática además de en los efectos ambientales, está en la forma en que las sociedades se preparan para afrontarlo. Y la estrategia de Los Verdes austriacos y los socialdemócratas daneses desmantela la idea de llevar a cabo una transición justa. Arruina y deja sin contenido, además, el programa electoral verde en materia de inmigración, en el que se dice que «hay proporcionar apoyo a […] la gente en busca de refugio, para que puedan construir una nueva vida». ¿Este es el apoyo? ¿Son admisibles políticas públicas de transición energética implementadas sobre la exclusión y el rechazo del diferente, sobre la definición estrecha y cruel de quien pertenece y quien no pertenece a un determinado territorio a efectos de protección? ¿Se han hecho cómplices Los Verdes austriacos de la xenofobia de la derecha y de la ultraderecha con su alianza? Marine Le Pen, la líder francesa de la ultraderechista Agrupación Nacional, ahonda ese discurso en la misma dirección sosteniendo que a los migrantes «no les importa el ambiente; no tienen patria».
Que las cosas que es necesario hacer para atajar la crisis climática no sean populares, nada tienen que ver con la xenofobia de la derecha y la ultraderecha. La alianza entre Los Verdes y la derecha austriaca ha destapado la necesidad de llevar a cabo un amplio debate político y social que redefina lo deseable y lo posible. Un debate en el que lo deseable no sea traicionado por lo posible.