¿Economía o ecología? Este es el cruce que tenemos ante nosotros. O seguimos por el camino transitado, dominado por la economía. O emprendemos uno nuevo, regido por la ecología. Pero este nuevo punto de partida requiere enfocar la acción política fuera del eje izquierda/derecha. Desde el ¿centro verde? No, éste es parte de dicho eje. La respuesta debe ser estar delante. Anticiparnos. Ello obliga redistribuir la gama de las posiciones izquierda/derecha, mediante la reasignación de las diferencias entre éstas desde el punto de vista de la sostenibilidad/insostenibilidad de las mismas (Latour). Un indicador apto para esta reordenación sería la huella ecológica. Veamos.
La emergencia climática es una compleja crisis ecosocial que necesita tres respuestas para abordar los tres niveles o planos que presenta: la ecológica, la social y la generacional. La razón para ello es que los beneficiados y los perjudicados por el cambio climático se encuentran en distintas áreas o zonas y pertenecen a distintas generaciones (Padilla Rosa). Se trata de elegir si vamos seguir oponiendo las exigencias del desarrollo a los ciclos de generación y renovación de la Naturaleza. Dicho de otra manera: si solo vamos a seguir gobernando el presente u optaremos no menoscabar el futuro teniendo en cuenta la repercusión de nuestros actos en él. El primer camino lleva a la sostenibilidad débil, al ecoescepticismo o al negacionismo –según el color del gobierno que esté en el poder−. El segundo conduce a la sostenibilidad fuerte, si las soluciones se buscan fuera del mercado.
La respuesta a la emergencia climática requiere medidas generaciones junto a las medidas sociales y ambientales en el gobierno del presente. No hacerlo nos empujaría al desastre. Unas no excluyen otras. Una política y un gobierno así concebidos cambiarían nuestra manera de estar en el planeta y la relación con la Naturaleza. Sería éste un gobierno erigido sobre valores como la fraternidad, el cuidado y la equidad y no sobre valores meramente económicos. Un gobierno donde libertad e igualdad no son enfrentadas sino conectadas.
De todo ello puede extraerse una conclusión. Sin la respuesta generacional pero con un gobierno progresistas-izquierda en el poder, la acción política se situaría en una zona intermedia entre la sostenibilidad débil y el ecoescepticismo social que no mitigaría los efectos más graves de la crisis climática. Si se tratara de un gobierno conservador-liberal su acción política quedaría empantanada en el ecoescepticismo de mercado. Y un gobierno conservador-reaccionario se situaría en una zona entre el ecoescepticismo de mercado y el neonegacionismo. Esta conclusión describe la vida política española e internacional.
Ejemplos de programa de sostenibilidad débil, de progresistas-izquierda, son los de PSOE, Unidas Podemos y Más País, aún no ensayados en España. Pero en Europa sí tenemos ejemplo de ella. Ejemplifica este tipo de política el acuerdo de gobierno en Dinamarca, donde social liberales, socialistas y rojiverdes han firmado un pacto de gobierno que se compromete a una reducción de emisiones CO2, legalmente vinculante, del 70% en 2030. Es una muestra de una política de sostenibilidad débil con fuerte ambición y compromiso climático y restricciones inmigratorias duras, dentro del marco económico neoliberal europeo. No incluye políticas generacionales. El pacto rompe los esquemas tradicionales, no es un pacto como los descritos más arriba, más clásicos.
En España, además, hay quienes dicen –como Más País− que tenemos que ganar tiempo y hacer solo lo que está en el sentido común de la época, es decir, solo que la sociedad puede aceptar. Pero con ello no habremos ganado tiempo como pretenden sino que el problema lo pasaremos a la generación de Greta y la de sus hijos e hijas. Y a las que vendrán después, mientras que el gobierno actual hace como que resuelve la emergencia climática. ¿Podría ser esta estrategia tan errónea como se puede ver en el ejemplo opuesto: la decisión de Donald Trump, de sacar a EE.UU. del Acuerdo de París?
Para responder a esta pregunta hay que partir de una idea: tener poder no garantiza nada si no se adoptan las medidas acertadas. Esto se puede ver en la gran coalición que se ha formado contra la decisión de Donald Trump, por quienes si quieren comprometerse a la reducción de emisiones en EE.UU.: el Movimiento de rebeldía climática en EEUU formado por 25 estados; 534 ciudades, condados y tribus; 2.008 empresas e inversores; 981 organizaciones culturales y religiosas; 38 de salud y 400 universidades, que representan el 51% de las emisiones. Calculan pueden reducir las emisiones un 25%. Y con un mayor esfuerzo de ciudades, estados y empresas se podría aumentar esta reducción a un 37%.
Una muestra de sostenibilidad débil, liberal-conservadora, es el Pacto Verde presentado por la recién elegida Presidenta de la Comisión Europea, que ha sido concebido con medidas de mercado y soporta un déficit de financiación anual de 250.000 millones de euros. La reacción ciudadana a un plan de este tipo es conocida y ya ha sido vista: los chalecos amarillos en Francia. Como dice T. Picketty «la idea de tender a un uso más moderado de la energía sin moderar la desigualdad es una ilusión, porque no seremos capaces de pedirle a los que ganan menos y a los grupos de ingresos medios que cambien su forma de vida si los que más ganan siguen consumiendo a lo loco y generando muchas emisiones de carbono».
Los conservadores-reaccionarios tienen la falsa convicción que en el futuro seremos más ricos –aunque en realidad solo algunos serán más ricos−, lo que les lleva a pensar que no es rentable hacer esfuerzos en el presente para disminuir las emisiones que afectarán al futuro, pues las emisiones como se sabe afectarán más a los más pobres. No a ellos.
Modelos de ecoescepticismo de mercado y neonegacionismo son la actuación del PP, C’s y VOX en Madrid, con el desmantelamiento de la prohibición de circulación en el área de Madrid Central. O el proceder en Andalucía con el inicio de los trabajos de prospección para yacimientos de fracking el día que comenzaba la COP25 en Madrid. Cumbre que se ha cerrado con un débil llamamiento a aumentar la cacareada ambición y sin acuerdo sobre los mercados de carbono.
No existe un derecho natural a contaminar, en consecuencia el principio ‘quién contamina paga’ no es válido. La premisa no es: si puedo pagar puedo contaminar. La premisa es no contaminar. Y los mercados de carbono se basan en este principio. Su funcionamiento hasta hoy no ha servido para reducir las emisiones de CO2, al contrario continúan incrementándose. La única opción viable que tenemos es una política, que cumpliendo de la obligación del presente, no altere −como hasta ahora− la dotación natural que las generaciones futuras tienen derecho a disfrutar. El respeto de los derechos del futuro debe implicar «un menor sacrificio» al presente. Pero «un menor sacrificio» no significa que sea el menor sacrificio posible para el presente. Sino que alude al «menor sacrificio compatible» con los derechos del futuro, el cual es el marco del resto de políticas del presente.
El legado que dejemos al futuro es el indicador que establece la calidad de las políticas de maximización del bienestar social de la izquierda y las de maximización de la rentabilidad de la derecha y el que señala el mayor o menor contraste con las propuestas de bienestar social y protección de los derechos de las generaciones futuras de la ecología.
La trampa que tiende la izquierda a los ecologistas con sus coaliciones es visibiliza de su acción política al eje izquierda/derecha, estéril para éstos pero productivo para ella, desplazándola de la visibilización en su eje natural: sostenibilidad/insostenibilidad. El esfuerzo de diferenciación de la ecología respecto de la izquierda la convierte en una fuerza política sectorial y secundaria de la izquierda. Y no la deja aparecer como una fuerza política con un eje político diferente.
¿Y Equo donde ésta? Tras su coalición electoral con Más País y el rechazo del decrecimiento en la ponencia política de su última asamblea, Equo pone en entredicho su posicionamiento en la sostenibilidad fuerte, pues la objeción al decrecimiento hace que la equidad entre generaciones que defiende sea puramente nominal. Y sin política generacional no hay sostenibilidad fuerte.