PIB y huella ecológica

21 Jul

El PIB, como índice de medición del progreso, es la cuenta del Gran Capitán. Y parafraseando el verso final de la coplilla que dio lugar a ese tópico, este progreso se hace con el capital de la Tierra, porque el PIB contabiliza el crecimiento, pero no tiene en cuenta los costes ambientales del mismo. A fuerza de repetir la canción del PIB, se ha instalado en el imaginario colectivo la creencia que es posible sostener un crecimiento infinito en un planeta finito. Se quiere ignorar que la tasa de renovación de la Naturaleza no es ilimitada y que no puede sostener un crecimiento económico infinito. La crisis del petróleo de 1973 no fue únicamente una crisis de precios, fue una manifestación de la crisis que sufría el capital natural. A partir de ese momento el capital natural disponible per capita fue decreciente y deficitario. Ante las insuficiencias del PIB para medir el desarrollo de una manera adecuada, han aparecido indicadores sobre el impacto de la actividad humana en la Naturaleza. Uno de ellos es la huella ecológica. Hay otros indicadores específicos, como el de la huella de carbono o la huella hídrica. Y otros indicadores alternativos como el Ïndice de Desarrollo Humano o el Ïndice de Felicidad Bruta.

La huella ecológica representa el área de tierra y agua ecológicamente productivos –cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos– y el volumen de aire, necesarios para generar recursos y además para asimilar los residuos producidos por cada población, individuo o actividad de acuerdo a su modo de vida, de una forma indefinida. El propósito es evaluar el impacto sobre el planeta de un determinado modo o forma de vida y compararlo con su biocapacidad. Se busca con ello conocer la sostenibilidad de la actividad analizada. Un ejemplo ilustrativo: «En EE.UU. se gastan 10 calorías procedentes de combustibles fósiles para obtener 1,4 calorías de alimentos» (Carlos Fernández Urosa). La huella de carbono, por su parte, mide los gases de efecto invernadero emitidos directa o indirectamente por un estado, un individuo, una organización, un evento o un producto.

El punto de partida de la correlación que hay entre PIB y huella ecológica, son las diferentes posiciones de la derecha, la izquierda y la ecología política con respecto al crecimiento económico. Unos, derecha e izquierda, defienden la consecución del progreso social a través del crecimiento económico ilimitado (productivistas). Otros, la ecología política, sostienen que en la consecución del progreso social no se pueden ignorar los límites del planeta y es necesario replantearse la orientación y el sentido de la producción dentro de un mundo finito (antiproductivistas).

Si se considera, además, el posicionamiento de las fuerzas políticas en relación con los indicadores señalados, afloran mas diferencias entre los tres polos ideológicos. La derecha sólo reconoce como índice de medición fiable el PIB y no considera los indicadores de impacto ambiental. Vive en una burbuja economicista y cortoplacista que le hace ignorar el coste ambiental de la actividad humana. Para ella la solución de los problemas ambientales (cuando reconoce su existencia) es tecnológica. La izquierda está igualmente instalada en el dogma del crecimiento económico ilimitado. Reconoce el deterioro ambiental que produce la actividad económica, pero subordina la solución al bienestar social. Su apuesta, ingenua o interesada, es una transición energética que reduzca la huella de carbono, sin renunciar al dogma del crecimiento económico, y por tanto a la reducción de la huella ecológica. Esta posición deja sin resolver la crisis de recursos y de biodiversidad.

El resultado de dos siglos de crecimiento económico sin control es un planeta esquilmado y quebrado. El patrimonio neto natural está por debajo del 50 por 100 del capital natural que existía antes de la industrialización. Un dato. Por debajo de este umbral la legislación societaria considera inviable a una entidad mercantil y la condena a la disolución. Si continuamos por esta senda, también haremos inviable el planeta. Éste ya presenta una cuenta de explotación negativa, que nos avisa de la destructiva evolución que ha tenido la actividad humana sobre la biosfera desde el inicio de la Revolución Industrial hasta nuestros días. Los números rojos se advierten la deuda de carbono que, las anteriores generaciones y la actual, dejan a las generaciones futuras, en forma de cambio climático.

¿Cuál es la posición de la ecología política? Ésta advierte de la insostenibilidad de la asignación de los recursos naturales basada sólo en criterios de eficiencia económica. Esta asignación economicista y cortoplacista tiene como resultado el sobreaprovechamiento de la Naturaleza: utilización de los recursos renovables por encima de su tasa de regeneración; explotación de los recursos no renovables sin tener en cuenta sus existencias limitadas; y grave sobrepasamiento de la capacidad de asimilación de residuos por la biosfera. La reducción de la huella de carbono por sí sola, como pretenden algunos, es insuficiente. Para ecología política la solución pasa por reducir tanto la huella de carbono como la huella ecológica, hasta ajustarlas a la biocapacidad del planeta. Eso significa adaptar la producción y el consumo a los límites de la biosfera.

La distinción entre el productivismo y el antiproductivismo traza, nítidamente, la frontera entre una sociedad insostenible y una sociedad sostenible. Una sociedad del buen vivir. Dibuja una obcecación. Esta obsesión por la producción sin límite ni medida, como dice Eugenio Trías, ha erosionado y arruinado la libertad; ha situado la justicia, (y la equidad intergeneracional, afirmo Yo), en la última fila; ha imposibilitado la felicidad o buena vida. Igualdad y fraternidad, han sido reinterpretadas desde ese prisma. La liberación de los seres humanos de la economía es, por tanto, la emancipación pendiente de las sociedades posmodernas.

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