Ahora es el momento de respuestas reales, no de respuestas sencillas. ¿En qué queremos crecer? En energías renovables, en tiempo con familia y amigos, en alimentos más saludables y ecológicos, en mayor salud, en ocio. O queremos crecer en energías sucias, en cambio climático, en precariedad laboral. Queremos crecer en calidad de vida o queremos seguir amontonando cosas sin sentido por las que pagamos un montón de dinero. Puesto que hemos alterado los equilibrios básicos de la naturaleza es necesario que evolucionemos del «trabajar más para ganar más» al «trabajar menos para vivir mejor», es necesario dejar atrás la competencia para pasar a la cooperación. Ahora mismo la economía es un río desbordado por la crecida, pero tenemos que apostar por la decrecida para ajustar la producción y el consumo a los límites del planeta. Se ha preguntado usted lector ¿qué sistema democrático, que sociedad, que valores podrían resistir el desplome de los recursos y la onda de choque de los trastornos climáticos? Sólo puede hacerlo una sociedad que decide recorrer el camino hacia la moderación, la sobriedad, la frugalidad. Todos juntos. Ahora es el momento de iniciar esa transición, necesaria e inevitable, hacia la prosperidad sin crecimiento, de lo contrario será el planeta quien nos imponga este cambio.
Gandhi dijo: «el mundo tiene los recursos que el hombre necesita para satisfacer sus necesidades, pero no los suficientes para satisfacer su avidez». Ello nos obliga a hacernos preguntas. ¿Cómo combinar una disminución forzosa de las materias, recursos o energías que comienzan a agotarse, con el bienestar presente y el reparto equitativo para el futuro? Con un contrato ecológico, iniciativa a la que animo a unirse, para crear entre todos una dinámica colectiva en torno a una exigencia común. Ello significa que debemos renunciar a seguir considerándonos dioses y reconocer con humildad que sólo somos hombres, que compartimos una comunidad de destino con el resto de seres vivos, con quienes tenemos un vínculo de fraternidad.
Surge entonces un secreto importante. La palabra familia en otros tiempos designaba a los hombres, pero también a los humanos no humanos (siervos y esclavos) y a elementos de la naturaleza como las tierras y los animales. El significado antiguo de familia nos enseña el tejido de relaciones de la naturaleza, que es el modelo para la nueva asociación entre seres humanos y no humanos. Es con esta palabra como mejor se responde la pregunta ¿cómo nacen los hombres y las cosas?, pues en su seno quedan comprendidos hombres y cosas. Familia responde mejor a esta pregunta que la palabra nación: que designa a los seres humanos nacidos (participio pasado) en un mismo lugar. También responde mejor dicha pregunta que la palabra naturaleza: que designa lo que está por nacer (participio futuro). Ya que estas palabras separan ambas realidades.
Hoy los hombres viven en ciudades, inmersos exclusivamente en una red de relaciones humanas reducidas a la dimensión política, que no contempla la dependencia del clima, las sequías, la fecundidad de los animales y plantas, las heladas, donde viven alejados de los animales domesticados, la azada y las tierras de cultivo. Los seres humanos viven hoy en un «universo (…) que solo se agita en las plazas y salas de reuniones, donde todo se arregla con palabras y donde los únicos problemas son los provocados por técnicas verbales». Es decir, tenemos conocimiento de muchas cosas que sólo nos importan porque las vemos en televisión y somos tremendamente ignorantes acerca de lo que debería importarnos porque nadie nos explica por qué nos deben importar. Por eso vaya a su ventana y grite: estoy más que harto y no quiero seguir soportando esta manera estúpida de vivir. Mi abuelo me contaba que cuando ya no podía más, hacía esto. Yo también lo hago. ¿Se apunta a decirle al planeta que está en buenas manos? ¿Se apunta entonces a crecer en calidad de vida? Hasta el próximo miércoles.