La cajita de los besos
Acabo de apagar la radio indignado ante unas declaraciones del señor Ministro de Economía español, Cristóbal Montoro, en las que se mofaba sin ningún remilgo de cosas (llamémoslas así, en su honor) como la empatía, el cariño, la cercanía emocional… No eran propiamente unas declaraciones, eran unos comentarios sarcásticos y despectivos al hilo de las preguntas que le hacía un periodista. Se reía (sí, sí se reía) de estas “tonterías” y alardeaba de lo que él consideraba verdaderamente importante: cifras y datos. Como si estuviera por encima de la naturaleza humana, de las necesidades de la ciudadanía de a pie.
– ¿Empatía? A mí háblenme de cifras y de datos, dijo entre risas despectivas.
Qué pedantería, qué torpeza, qué estupidez. Como si no se pudiera vivir sin cifras. Lo que no se puede, señor Ministro, es vivir sanamente sin afectos. Las necesidades no son solo materiales. Como si esas cuestiones sentimentales afectasen solamente a los pobres seres humanos que no tienen otras cosas más importantes en las que pensar. Las personas inteligentes, los VIP, están en las cifras, están en la economía, están en el dinero. Yo no sé si a sus hijos, en lugar de darles un beso al llegar a casa, les entrega una carpeta con llamativas estadísticas sobre el fraude fiscal o sobre el recorte de las pensiones.
– Toma, hijo, algo verdaderamente importante. Empápate. Besos no, qué tontería. Empatía no, qué ridiculez.
Los niños, para estar psicológicamente sanos, señor Ministro, necesitan sentir afecto. Lo necesitan para vivir felices, para desarrollarse adecuadamente, para poder dormir. Le explicaré por qué digo esto.
El último día de curso nuestra hija Carla recibió la invitación de una compañera de clase para compartir la tarde y la noche con un grupo de siete amigas. Carla nos dijo, antes de irse, que se iba preocupada por si no se podía dormir ya que no íbamos a estar sus padres para darle un beso antes de dormir.
– ¿Qué hago, si vosotros no estáis allí? ¿Qué hago si pasan las horas y no me puedo dormir? Por una parte quiero ir y por esa parte no.
– Carla, no te preocupes. Vete tranquila y disfruta. Te vamos a llenar una caja de besos de papá y de mamá. Cada beso estará depositado en un pequeño trozo de papel con la letra p de papá o la m de mamá. Pones la cajita debajo de la almohada y, si ves que no te duermes, sacas un papelito y lo pones en tu cara.
Le preguntamos al día siguiente cómo había ido la noche. Nos dijo que muy bien, que la idea de la caja había funcionado.
No sé lo que hubiera hecho el señor Cristóbal Montoro si una hija suya le plantea este problema. Quizás le habría endosado una gruesa carpeta llena de datos, advirtiéndole de que si no se dormía podía poner la carpeta con las diferentes fórmulas debajo de la almohada.
Le voy a dedicar al señor Ministro, que se burla de las emociones, como si de ridiculeces se tratara, este viejo cuento infantil, aunque es probable que no tenga tiempo que perder en estas cuestiones insignificantes, por no decir estúpidas. Ha olvidado el señor Ministro que no solo de números viven las personas, no solo de datos y de cifras. No solo de dinero.
Hace ya tiempo, un hombre castigó a su niña pequeña, de 3 años, por desperdiciar un rollo de papel de envolver dorado.
El dinero era escaso en esos días, por lo que se enfadó cuando vio a la niña envolviendo una caja para ponerla debajo del árbol de Navidad. Sin embargo, a la mañana siguiente la niña le llevó el regalo a su padre y le dijo:
– Esto es para ti, papá.
Él se sintió avergonzado por su reacción de furia del día anterior, pero volvió a explotar cuando vio que la caja estaba completamente vacía.
– ¿No sabes que cuando das un regalo a alguien se supone que debe haber algo dentro?
La pequeña miró hacia arriba con lágrimas en los ojos y dijo:
-Oh, papá, no está vacía. Yo soplé besos dentro de la caja… todos para ti.
El padre se sintió morir; abrazó tiernamente a su hija y le suplicó que lo perdonara.
Se dice que el hombre guardó esa caja cerca de su cama por años y siempre que se sentía derrumbado tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña había puesto ahí.
Cada uno de nosotros ha recibido una caja envuelta en papel dorado, llena de amor incondicional y besos de nuestros hijos, amigos, pareja, familia…. Nadie podría tener una propiedad o posesión más hermosa que ésta.
La esfera de los afectos es determinante para alcanzar la felicidad. No es una cuestión menor la educación sentimental. Pero, para llevarla a cabo, hace falta que nuestros hijos y alumnos sepan y vean que a nosotros nos importan los sentimientos y las emociones. Los suyos y los nuestros. Los nuestros-nuestros. Y los nuestros en relación a ellos.
La escuela, que siempre ha sido el reino de lo cognitivo, debería ser el reino de los afectivo. Lo explico en mi libro “Arqueología de los sentimientos en la escuela”, publicado en la Editorial Bonum de Buenos Aires y traducido al portugués en la Editorial ASA de Porto. En él reproduzco esta cita de I. Filliozat tomada de su libro “El corazón tiene sus razones”: “En el colegio se enseña historia, geografía, matemáticas, lengua, dibujo, gimnasia… Pero, ¿qué se aprende con respecto a la afectividad? Nada. Absolutamente nada sobre cómo intervenir cuando se desencadena un conflicto. Absolutamente nada sobre el duelo, el control del miedo o la expresión de la cólera”.
Y la familia, tantas veces preocupada por dejar a sus hijos en herencia conocimientos, dinero, casas, cuadros o joyas, haría bien en preocuparse por el caudal de afectos que van atesorando sus hijos e hijas en la vida cotidiana y que constituirán, sin duda, su mejor herencia.
El sarcasmo del Ministro ante el valor de esta parcela de la vida humana, me ha hecho pensar en el abandono que sufre la educción sentimental de los niños y niñas en los hogares y en las escuelas. Teniendo en cuenta que la atención a estas cuestiones no va a ser un obstáculo o un freno para realizar los aprendizajes del curriculum. Todo lo contrario. Para que haya aprendizajes significativos y relevantes –dicen las teorías constructivistas- hace falta una disposición emocional hacia el aprendizaje. Es decir, que un alumno emocionalmente sano está en mejores condiciones de aprender que el que tiene el corazón descuidado, como reza el título de un libro del profesor argentino Castro Santander.
Lo que digo para el aprendizaje, lo digo para la vida. Carla necesitaba aquel día una buena cama para dormir, pero no podía conciliar el sueño sin el afecto y la cercanía de sus padres. Despreciar la vida sentimental de las personas es de una torpeza inusitada. Podemos ser infelices siendo extraordinariamente ricos, famosos y poderosos. La felicidad de las personas no está en la cartera, está en el corazón. Si lee este artículo (ya se que tendrá otras cosas más serias e importantes a las que dedicarse), no se ría de mí, señor Ministro.