Políticos sin sueldo

12 Nov

Cuando la pobreza entra por la puerta, el raciocionio salta por la ventana. Lo peligroso es que se vaya por ahí, por ese camino del que nunca vuelve, como el amor en la canción de Danza Invisible. Contra esta crisis, que trajo la miseria a España en clase business de avión, se están enfrentando los peores cráneos de cada escalafón público. El periódico parece que fotocopiara páginas de 1868 o así, cuando ya aparecían viñetas y artículos sobre los separatistas catalanes, sobre los carlistas que odiaban cualquier atisbo de progreso en las Vascongadas y sobre aquella ruina estatal que mantenía flacos y enclenques a los empelados públicos, con los maestros nacionales a la cabeza de la famélica legión administrativa española. Entonces la razón se había exiliado de la Península, quizás a Berlín o a la Francia de la absenta y el impresionismo. Las luces de bohemia tardaron más de un siglo en regresar. Aquella España nada tiene que ver con la actual, excepto que aún ondea la bandera bicolor, la república sigue siendo un deseo como esas vacaciones al Caribe que a uno da pereza emprender, y nos gobiernan gentes políticas con un exasperante grado de incultura (salvo excepciones) e ineficacia (salvo algunas excepciones menos). Ni listos, ni inteligentes. Cuando los monarcas hispánicos tenían problemas económicos complejos ante sí, promovían la animadversión hacia los judíos como método financiero para robarles sus posesiones y conseguir capital, lo que empobreció a los reinos peninsulares en menos de diez años. A los nazis se les fue el odio de las manos y mancharon para siempre el nombre de la humanidad por esa misma causa económica. El Gobierno Catalán, ojo, no los catalanes, azuzan el odio a España como si el honorable Govern nunca hubiese formado parte de esta corte de los milagros, ni hubiera promocionado su burbuja inmobiliaria cuatribarrada, ni quemado el dinero con fósforos del Pirineo.

Lo más curioso es que haya políticos que señalan a la clase política como origen de todos los males y propongan medidas ejemplarizantes y, en cierto modo, de escarmiento, como pretende hacer Mª Dolores de Cospedal en su autonomía cuando quiere quitar el sueldo a los parlamentarios y que cobren dietas según asistencia. Volviendo a aquel final convulso del siglo XIX español, con su desastre del 98 y sus últimos de Filipinas, el ministro Mendizábal tuvo la ocurrencia de expropiar las tierras al clero; como resultado no recaudó para Hacienda el dinero previsto, aumentó el poder de los latifundistas y por efecto dominó avivó las ascuas del separatismo vasco y del terrorismo agrario andaluz del siglo siguiente. Los pueblos pagan por décadas, incluso siglos, los errores de sus gobernantes. Durante los años de la Transición, juristas, empresarios, obreros y funcionarios del Estado fundaron o se afiliaron a los partidos políticos con un ánimo constructivo. Quizás haya sido la época más gloriosa de la historia española. De aquel tiempo nació un país que, a pesar de las dificultades de hoy, se ha estructurado como tal sociedad moderna. Los mercados internacionales no hubieran dado un solo euro por aquella España de entonces. El país caminó porque al frente de la máquina había un amplio batallón de ciudadanos con prestigio que se propuso el avance colectivo como única meta. La ausencia de conflicto durante los lustros siguientes provocó una falta de interés por la actividad política. Aquellos sillones han sido en parte ocupados por una amplia cuadrilla de arribistas menesterosos que buscan sobresalir sin currículum ni preparación en las suertes de este ruedo ibérico. La pretensión de que la clase política regrese a la chaqueta de pana y al quinto de cerveza, no es más que una medida populachera que conseguirá que a la política accedan ricos o asimilados, como ya hicieron Ruiz Mateos, Mario Conde o Jesús Gil, sin otro interés que su cuenta de resultados, o el más torpe de cada clase, como esos muchos de los que nos habla la historia desde el Rey Rodrigo. Y de esos ya estamos sobrados.

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