Inundada

19 Nov

Otra vez Málaga se ha inundado. De nuevo, el sábado anterior, la ciudad demostró, en contra de lo que dice D. Francisco de la Torre, que está mal diseñada. No es que Málaga tenga puntos débiles, sino que exhibe grandes manchas de torpeza en su arquitectura. Una cosa es que se generen grandes charcos o corrientes puntuales bajo una lluvia recia, y otra que las calles se conviertan en ríos, o los ríos corran bajo puentes que también se transforman en ríos pero en otra dirección. O que no se pueda salir de la ciudad. La tormenta me pilló a la intemperie, camino hacia el aeropuerto y comprobé lo rápido que Málaga se cierra como una ratonera. De entrada, algún amable vecino había aparcado su coche en la puerta del garaje. En estos momentos difíciles se revela la educación y templanza de cada quien. Vivo en la zona de Calle la Victoria. Las tapas de las alcantarillas levantadas medio metro sobre los callejones aledaños me aconsejaron que virara hacia la otra parte de El Egido, esto es, pensé en dirigir mi automóvil hacia Avenida de Capuchinos, Segalerva y, por la Rosaleda y Avenida de Valle Inclán, hacia la circunvalación que no debería de estar inundada como gran obra pública que es. No lo sé. Tuve que dar la vuelta frente a la Cruz Roja en Segalerva. El agua tenía el alto de la acera. Allí coinciden varias cuestas, convertidas en torrentes ocasionales desde Las Flores hasta Capuchinos. De nada sirve que el Gudalmedina se encuentre a pocos metros si ningún responsable técnico lo ha visto sobre el mapa o sobre el terreno, aspecto este último del que dudo más. Parece que los jerifaltes de los ingenieros no estudiaron aquello de que el agua busca siempre su camino, ni leen a los poetas clásicos, cansados de escribir que los ríos van a dar a la mar, sea cauce viejo o impostado, lo que ayuda mucho, incluso en plan metafísico, para prever el alcantarillado y calcular su volumen y dirección. Con todo, el gran problema ante el agua es que el malagueño medio no está acostumbrado a conducir bajo la lluvia. Por algunas calles no se podía transitar porque los conductores se detenían paralizados por la situación. Si esta tromba se hubiera convertido en una emergencia grave, ni ambulancias, ni bomberos podrían haber sorteado el caos.

Como me precio de conocer mi ciudad, regresé otra vez a Capuchinos para alcanzar la autovía por Camino de los Almendrales, zona imposible de inundar si no es por maldición divina contra el monte donde se asienta el Seminario. Aunque los desprendimientos de rocas daban a esa avenida un aire de rally que vino muy bien para la autoestima de mi utilitario, la huida de la jaula se hallaba próxima. Pero no. La bajada de Almendrales finaliza en Calle de la Era por donde cruza un arroyo y, sobre él, un punte convertido en laguna. Nada influía en ese fenómeno el riachuelo que salvaba. ¿Cómo un puente no evacua el agua? Pues también tiene su mérito construir algo tan mal con lo fácil que es hacerlo bien. De nuevo el miedo ocasionó el atasco, hasta que el todo terreno que provocaba la retención decidió apartarse y permitir el paso a los demás. Por fortuna cayó sobre la ciudad una tromba de las medianitas, nada de aquellas legendarias gotas frías que todo malagueño mayor de treinta recuerda. A mi regreso, la sorpresa surgió frente a la puerta del puerto, donde confluían dos arroyos nacidos entre el Paseo de los Curas y el Paseo del Parque que desembocaban dentro del aparcamiento de Plaza de la Marina. Aquella explanada carece de inclinación hacia el mar. Holanda se anegó una vez y sus habitantes realizaron una de las mayores obras europeas para dominar mareas y ríos. Igual hicieron los británicos con el Támesis. Frente a esto los ciudadanos de Málaga aún tenemos que reclamar alcantarillas y el uso del nivel y de los planos cuando se trace una calle. Un atraso urbanístico incomprensible para quienes han padecido anteriores inundaciones y, además, han visto cómo el dinero municipal se ha quemado durante los años del ladrillo. Según indicios, no alcanzó para instalar una red fiable de saneamiento.

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