Puentes

5 Nov

Tras este último puente, el Gobierno anuncia que 2014 transcurrirá como río sin puentes, pero con fines de semana de tres días, que no sé cómo se llamarán. La idea del puente vacacional no es ibérica por más que lo parezca. Como tantos componentes del bienestar humano, baños en el mar y consumo de jerez incluidos, es de origen británico. Durante el siglo XIX los bancos ingleses fueron los más importantes del mundo. Trabajar para cualquiera de aquellas firmas era lo más de lo más. Los simples contables o los botones disfrutaban de ventajas tales como poder asistir a partidos de cricket junto al jefe, y otros innegables pluses sociales que los distinguían del resto de la plebe del orbe. Pronto descubrieron la necesidad de que las fiestas no fastidiaran los negocios. La sociedad británica comprendió que sus libras le permitían gozar de esas distinciones. Si se arruinaba, sus ciudadanos quedarían rebajados al nivel de cualquier súbdito español o irlandés, personas que por aquellos días sólo buscaban algo para echarse a la boca sin reparar en otros avances sociales ni nada de eso, cuestión, encima, condenada por el clero. Como método de civilidad, los patronos de los oficinistas londinenses instituyeron lo que aquí se llamó el fin de semana inglés, un descanso de dos días, que se coordinó con los “bank holiday weekend”, esto es, puentes que siempre se fijaron en lunes, salvo excepciones religiosas de gran importancia como el día de Navidad o el de Pascua. En España, el exceso de Barroco hizo mucho daño. Aún está mal visto cultivar el ánimo de lucro que se considera cosa de judíos o de luteranos, gentes que como todos los castellanos viejos sabemos se caracterizan por tener cuernos, rabo y comerse a los niños en vez del jamón, además de por sus finanzas saneadas, su alto nivel de vida y sus bajos índices de desempleo. Pero eso sí, no van a ir al cielo como nosotros que antes de mirar cualquier consideración beneficiosa para la economía o para el calendario escolar, tomamos como primer punto de referencia aquello que mandó Dios de santificarás las fiestas, lo que implica, según razonamiento tomista, que si no hubiera fiestas no se podrían santificar; luego mientras más tengamos, más fácil se hará el sendero hacia la gloria.

Tras este puente también arreciarán los debates sobre las causas del fracaso escolar, siempre achacadas a la legislación educativa, como si la enseñanza se encontrase desgajada del resto de la sociedad en que se produce. Los argumentos sobre la conveniencia, o no, de un nuevo almanaque festivo giran en torno a la hostelería y a la tradición eclesiástica. Una simple mirada al calendario lectivo de Málaga muestra, mediante fiestas nacionales, un comienzo de curso en mitad de septiembre, y un puente por cada mes; el de diciembre sólo quince días antes de las vacaciones de navidad. La organización administrativa de septiembre se ve entorpecida de modo serio por el día de la Victoria, el 8, que fastidia como ninguno la matrícula en los institutos y, por tanto, una confección de grupos y horarios que garantice un buen orden desde el primer momento. Intentamos encajar a España en la absoluta modernidad de la globalización con estas pinceladas de anclajes en el Concilio de Trento. La continuidad en las clases junto a la proporción de los períodos que configuran las evaluaciones son fundamentales para el buen orden en el estudio. En cualquier país de nuestro entorno, donde existen puentes, que no en todos hay, el beneficio colectivo anula cualquier otra consideración. Ninguna familia española podría reservar unos días de asueto, de esos que vienen bien a la hostelería y no van en contra de las leyes de Dios, durante semanas en las que, a causa de la movilidad de las fechas, los hijos acuden a clase un día sí y otro no, jornadas en las que ni aprenden, ni están con la familia, ni descansan. Los británicos simbolizaron con la construcción del Big Ben su orden sobre el tiempo. Aquí el calendario sólo ejemplifica un sindiós.

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