Eso es todo amigos

23 Ago

La feria ha terminado y los balances que ayer nos dejaron escritos en La Opinión mis queridas Alejandra Guillén y Covadonga López despejan las dudas. Estos festejos han marchado bien en cuanto a incidentes, organización y visitas, pero regular en lo que a ingresos generales atañe, fenómeno que no beneficia a nadie y menos a nuestro Ayuntamiento que, como mal fin de fiesta, debe devolver 20,8 millones de euros al Estado. Todo céntimo que entre por caja va a ser poco. Quizás el menor dispendio de las familias que acudían a la feria se haya debido a que los precios o, mejor dicho, a que la relación entre calidad y precio de las consumiciones era de feria en efecto, sobre todo en el Real, lo que en tiempos de crisis causa eso, lo dicho, un efecto previsible sobre el presupuesto familiar, la simple invocación del ahorro a todas horas. La experiencia es la madre, si no de la ciencia, sí del escarmiento. El medio día del pasado sábado padecí junto con mi bolsillo ese mini-trauma que provoca el comer en una caseta decente. Media de manzanilla normalita, un plato de callos a la malagueña -magníficos eso sí- y una ración de jamón –bastante menos magnífico- me salieron por 35 euros para dos personas. Una familia de cuatro necesita por tanto unos 70; cinco días suman sobre 350 euros sólo en un leve almuerzo. Así se entiende esa constricción más que contención del gasto. De la casa sale uno harto de comer y se va a la calle a beber, de botellón, claro. En tiempos de rebajas o estancamiento de los precios en todos los sectores, la feria, un lujo, recordémoslo, no una necesidad, ha sucumbido ante las leyes del mercado.

Otros hábitos han pervivido además de las cartas de precios. El Ayuntamiento se gasta dinero en una campaña publicitaria sobre las bondades del silencio en nuestra Málaga, pero permite un índice de decibelios, sobre todo en las casetas de la zona juvenil, sin duda dañino para cuanto humano pretenda conservar su tímpano después de varias jornadas allí. Ni salud laboral, ni ciudadana. El control del los vatios es mucho más fácil que cualquier otro. Varias discotecas tronaban a volumen imprudente y convertían aquella calle en el auténtico camino hacia el infierno y al otorrino con el permiso de nuestras autoridades que, salvo excepciones, rara vez pasean por allí. Y es que la feria se considera tiempo de excesos, pero según para qué. Una familia a quien gusta las actividades ecuestres que se ejecutan de día dentro del Real me informó de las medidas estéticas y de control que el Ayuntamiento realiza. Los jinetes deben usar una determinada vestimenta o no pueden acceder al lugar; sin embargo, quizás por la promoción de un ambiente étnico, por la noche un tipo prepara bebidas descamisado en una caseta de tronío. Ante una mulata caribeña en top less, las asociaciones feministas hubieran chillado con toda lógica, pero la exhibición de caribeños musculosos parece un deporte aceptado. ¿Quién indica luego a nuestros jóvenes que se vistan la puñetera camiseta? Me sorprende ese doble juego estético y ético de nuestros responsables municipales. Pero así son las cosas; esperemos que el próximo año los visitantes de las ferias que se condensan en la feria gasten a raudales y lo pasen igual de bien que en esta, señal de que acabó la crisis. Por hoy, eso es todo amigos.

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