De feria

16 Ago

La feria de Málaga abre una zanja entre una parte y otra del verano. Hasta estos días el verano flota como un barril sin destino cierto, sin grandes milagros. Al final de la semana que hoy se inicia, los estudiantes se encerrarán bajo el sonido de los clarines del próximo septiembre. Quienes aún disfruten de días libres lamentarán la brevedad con que la memoria dibujó esas horas sin obligaciones, sensación contraria a la de quien contempla cómo sufre los meses en el paro. La feria señala algo para todos en nuestra ciudad, como de pistoletazo en una salida abstracta de competición. Esta semana habrá que soportarla o disfrutarla sin más. Volverán, como golondrinas de Bécquer, aquellas críticas por esos modos que la juventud usa para divertirse con el único objetivo de divertirse. De nuevo oiremos que la feria del Centro teatraliza sólo una macro-reunión donde se bebe, y se baila sin más contenido. Recuerdo a Jovellanos; en un informe sobre los espectáculos públicos, tras reflexiones de actualidad absoluta, llegó a la conclusión de que hay que dejar al pueblo que se divierta como guste, sin barbarie, pero sin que nadie dirija su ocio. Nos agrade o no, la feria supone una semana de jolgorio; para muchas familias incluso la única semana en que se permiten un cierto dispendio y una alteración de horarios justificada en que es feria, nada más. En el Real truenan los ritmos caribeños danzables ideados para que chicas y chicos luzcan palmito y meneos de cadera, este año con el fa-fa-fa-lamericano como fondo. Tanto en el día como en la noche hay quien quisiera ver una feria castiza, malagueña hasta la médula con hombres de sombrero cordobés y mujeres vestidas con faralaes sevillanos o batas rocieras de Huelva. Una especie de re-escenificación de “Bienvenido Mister Marshall” en el agosto playero y al sur de todo el sur. Prefiero la naturalidad de Jovellanos.

La feria de Málaga constituye desde luego un ejemplo de saber estar. Una inmensa mayoría sabe comportarse bebida y al sol o bebida y bajo los efectos hipnóticos del bum-bum que brota desde las casetas. Ayer vi a un grupo de policías que perseguían a un tipo por el Cortijo de Torres. Cumplieron su misión e impidieron que una acción delictiva puntual ensombreciera la alegría mayoritaria. En cualquier sitio no puede organizarse una celebración multitudinaria de una semana sin que luego esta cuadre en el balance de una semitragedia o similar. La organización policial siempre ha parecido magnífica y pacífico el comportamiento de la ciudadanía. Otra cuestión se suscita si escribimos sobre la ausencia de civilidad que se revela en los montones de basura sembrados como restos de batalla, en las chicas que orinan entre los coches, o en los tipos –ventajas naturales- que lo hacen de pie sobre las esquinas. Esta ambientación de figurantes aderezada con vomitonas, desmayos etílicos y llantinas también contribuye a la escenografía de esta pequeña bacanal. Es imposible sustraerse al poderío magnético de la feria. Tras su paso, quedará una semana, breve en el imaginario de agosto, para la reflexión y el dolor por los pecados que se cometieron o por los que se debieron de haber cometido; luego, acecha septiembre y sus afanes. Esta semana, de feria; no hay alternativa.

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