Fin de las vacaciones, fin del verano. Todos los veranos son el último verano. El verano siempre es mejor de lo que podría ser. El verano se escurre entre los dedos, sigiloso y desaparece. Comienza la maniobra de aproximación, como en un vuelo transoceánico, y aparece septiembre. Septiembre está flaco. Vuelvo a escribir esta columna. Escribo las primeras líneas y pienso en hablar del verano, las vacaciones, los viajes, el padel surf, la familia, los amigos, las cenitas… Mi verano. Pienso en mi verano y en lo afortunado que soy, y de manera automática (es que siempre me pasa), pienso en el verano de los otros, de los que no tienen verano. “Los sinvacaciones”.
Rosa cuida de su marido, Juan. Juan está conectado a un respirador desde hace meses. Está en la habitación de un hospital. Tercera planta. Rosa y Juan se dan la mano mientras ven un programa de televisión por la tarde. Han comprado una tarjeta prepago. 10 euros. Sueñan con sus vacaciones, los de antes, las de antes, en aquel pisito que alquilaban en tercera línea de playa pero “se veía el mar”, recuerda Rosa. Sueñan con lo que saben que no volverá y esperan a que termine la publicidad.
Lo sinvacaciones son una legión y podrían conquistar un país, Polonia, por ejemplo. Yo pienso en todos aquellos que no han tenido verano, que no se han ido de vacaciones, que no se han ido a ningún sitio. Pienso con respeto en el verano de millones de personas que no suben una foto a Insta porque no tienen foto ni verano ni Insta o porque no quieren. El verano de los que se aferran a un sueño y solo les queda el sueño. El verano de los que miran pasar la vida por delante, por la pantalla, por la ventana… O el verano de los que se quedan en casa porque “como en casa en ningún sitio”.
Alfredo es padre separado y hace años que tuvo que redefinir su concepto de vacaciones. Asumir que, de momento, no era posible, que las cuentas no dan. Asumir la dureza del asfixiante calor en la ciudad y la dureza de una respuesta: cada vez que su hija, Eva, le pregunta que “¿si este año, sí, que si se van de vacaciones?”, y tener que responder “que no, que este año tampoco”, y esperar a que el viento cambie, en otro momento, que haya un golpe de suerte.
Un estudio de la Confederación Europea de Sindicatos revela que más de 38 millones de personas en Europa no pueden permitirse una semana de vacaciones a pesar de trabajar. El coste de la vida está presionando demasiado y cada vez más gente declara serias dificultades para llegar a fin de mes y esto nos aleja del sueño de las vacaciones. En España, según UGT, uno de cada cuatro trabajadores no puede irse una semana. Son muchas personas, muchas familias y no se habla de ello. Los sinvacaciones como en el verso de Borges, en Ausencia, evocan aquello de “…desde que te alejaste, cuántos lugares se han tornado vanos…”
María mira las historias de Instagram y Facebook. No deja de ver a gente en festivales, playas de ensueño, sonrisas Profiden cogiendo aviones que les llevarán a destinos increíbles… María piensa que ella también es realidad, aunque no suba fotos ni salga en las noticias de las tres. María siente que es real y nota una extraña y pastosa presión social sobre su pecho. Finge que no le importa pero le importa, apaga el móvil y enciende el ventilador. Dicen en la radio que llega otra calor, ¿otra?
Autónomos que no pueden cerrar su negocio, becarios que apuestan trabajando su verano y perdiendo sus vacaciones por una llamada en septiembre, enfermos hospitalizados, mayores en casa o en residencias, migrantes que ahorran hasta el último euro y no se mueven, amigos que tienen que cuidar a algún familiar, personas con problemas físicos o de salud mental, reclusos, muchos a los que no les alcanza el dinero o las ganas… Los sinvacaciones son cada vez más, una legión, ya digo, y podemos ser cualquiera de nosotros en cualquier momento, entre nosotros, reales aunque no se les vea.
Nacho, desde hace años, se salió del estándar. Dice que pasa de viajar en verano, que prefiere quedarse en casa y hacer otras cosas o no hacer nada. Dice que se irá en septiembre unos días al pueblo, que quiere ver a sus padres, que están mayores. Nacho es otro más de esa inmensa mayoría silenciosa, invisible, que no quieren o no pueden permitirse unas vacaciones. Nacho abre el último libro de Fernández Mallo, El libro de todos los amores, y sonríe levemente.
Abrir un buen libro, ver una peli bien acompañado y comentarla después, salir a pasear cuando cae la tarde y el cielo se ilumina de luces LED y el mar se mansa, hacer deporte, correr, no parar, alejarte o regresar, quedar con amigos, meditar…, son también formas de vivir las vacaciones. Descansar del trabajo y los estudios, desconectar del teléfono y de la adictiva luz azul, pensar de otra manera, intentar ser feliz más allá de dónde estés, siendo de los convacaciones o de los sinvacaciones, que cualquier cosa podemos ser el año que viene, vivir, vivir más allá, del reflejo y la distancia, y poco más.