Un autobús

19 Mar

Un autobús lleno de niños y niñas, de madres, huyendo de la guerra, hacia cualquier lugar. Esta es la historia. Un autobús sin hombres, sin padres, sin maridos. Un autobús cargado de preocupación, cansancio e incertidumbre, dolor y miedo, pena, rabia y un sabor metálico que no identifican. Familias rotas en su intimidad que no saben si volverán a verse, que no saben si volverán. Un autobús como una metáfora de la guerra, de estos días tan oscuros, tan feos. Otra vez, los “niños de la guerra”, huyendo hacia ninguna parte.

Hablo con Vasyl Nepeliak. Vasil es ucraniano y vive en Nerja. Vasyl ha ido Cracovia para, con la ayuda de muchos malagueños, traerse a unos cincuenta refugiados. Hablo con Vasyl y me dice que ya están todos en el autobús a la altura de Alemania. Le pregunto “cómo están” y, de alguna manera, siento que evade la respuesta. Horas después, recibo un vídeo por WhatsApp, 02.23, enseñándome el interior de ese autobús, a esos refugiados, es un plano secuencia, sus miradas, todo mujeres y menores, niños muy pequeños, algunos solos. Veo el vídeo y entonces, por fin, comprendo el calado de una guerra, la crueldad, el exilio, y necesito contarlo.

Esta columna surge a partir de ese vídeo, de ese plano secuencia, de sus miradas. El clip comienza con la propia música que suena dentro del vehículo, suena “Let It be” de The Beatles. Se ve al conductor, español, concentrado en la carretera, un viaje de más de 80 horas, ida y vuelta. Después la cámara gira y enfoca a los pasajeros. Podría ser una excursión de un cole con mamás del AMPA que acompañan a sus pequeños pero no, no es así, la realidad resulta más cruel, estos días es una realidad más oscura, más fea, pastosa.

Niños y niñas, madres, adolescentes, una abuela, caras muy cansadas, algunos dormidos, otros jugando, algún peluche, saludan a la cámara, uno de ellos come algo, un bebé de apenas un año sonríe, su madre que lo sujeta, supongo que es su madre, también lo hace. Sigue el plano. Se les nota preocupados, agotados, en shock, lo han pasado tan mal, pero su sonrisa al saludar denota agradecimiento, quizás un ligero alivio. Huyen de su país y van hacia un lugar que no conocen. ¿Qué se siente cuando huyes de tu país y vas hacia un lugar que no conoces? Un vértigo, un precipicio, qué putada, me digo, y no he terminado el vídeo.

Imaginad que en cuestión de días, tienes que abandonar tu país, tu casa, tu familia y amigos, tu trabajo, tu cole… De repente, eres pobre. Tienes que arreglar tus papeles. Vivir en un campo de refugiados, primero, y después Dios sabe dónde. Imaginad que tienes que rehacer tu vida, a miles de kilómetros, sin tu marido, sin tu padre, sin tu hermano, vivir de la caridad. Pasas de tener una vida, la tuya, tan buena o tan mala como la nuestra, a otra vida, una de prestado, en precario, sin casi nada. Y, lo peor, no saber cuándo terminará todo, cuándo podrás volver a casa y si es que vuelves. Vivir al día, sin un plan más allá de hoy, de mañana, arrancadas las ilusiones y pendiente del móvil, de una llamada, de la guerra, de ese país que llora.

Y los pequeños, las niñas, los niños, adolescentes, y otra vez, ese maldito término: “niños de la guerra”. ¿Dónde están los Derechos Humanos, los Derechos de los Niños? Te pasas la vida enseñándoles que no se peleen, que solucionen sus problemas hablando, con educación, que la educación siempre abre puertas, y ahora viven en primera persona la maldita guerra. ¿Qué lección de vida es esa? ¿Cómo cicatriza alguien una herida como ésa? Siempre les quedará la cicatriz o la herida o ambas cosas, y eso no debería ser así.

Ucrania calcula que más de un centenar de niños y niñas han sido asesinados en la ofensiva rusa. Unicef asegura que cada segundo un menor ucraniano se convierte en refugiado. La ONU ya confirma que serán muchos más. Es el gran éxodo de la guerra: la mitad de los tres millones de refugiados ucranianos son pequeños. Ahora podremos entender, sino lo hicimos antes, el dolor de otros refugiados afganos, sirios, desde Sudán a Nicaragua, por Dios. ACNUR habla de más de 22 millones de refugiados en todo el mundo. Ahora podremos entenderlo, espero, podré hacerlo mejor cuando cuente las noticias.

Das los titulares en la tele o en la radio, como el que da los deportes o el tiempo, y no terminas de entender nada. Ahora veo el vídeo, escribo esta columna y me parece que, por fin, siento algo de verdad, con sentido, una punzada: sigue el vídeo y sigue sonando Leti t be, una niña baila, una mamá cabecea dormida con su bebé en los brazos, más saludos, más sonrisas agradecidas, más caras de miedo, de pena, la incertidumbre… En una fila del autocar un chico y una chica, de unos nueve o diez años, duermen muy cerca el uno en el otro, parece que se dan la mano, él con chándal rojo, ella con camiseta gris.

Paro el vídeo en ese instante, en ese frame. Les veo dormir, imagino que sueñan, que salen del autobús, que vuelven al cole, como la semana pasada, que juegan al fútbol en el patio de su cole de Kiev, que estudian geografía y ríen con el último vídeo de Tik Tok. Están tan guapos, tan sanos, con tanto futuro. Imagino que sueñan con otra vida, con su vida, la de antes, que vuelven a casa tras las actividades extraescolares, que su padre les abraza y su madre les prepara algo de comer. Ríen viendo la tele. Les veo y os aseguro que sueñan que no hay guerra, que hay paz, que ya no huyen. Vuelven a tener su vida y mañana volverán a coger este mismo autobús para ir al cole, como siempre, como debe ser y que despiertan y todo está bien y así es.

Una respuesta a «Un autobús»

  1. Desgarrador, increíble esta pesadilla para gente como nosotros, duele el alma y sale odio. Bien visto, narración profunda, felicidades.

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