El último verano

1 Jul
La Cala, Rincón, Málaga… Juanjo Ferreira Molina.

El verano siempre es el último verano. El verano siempre nos hace un poco más mayores. El verano son aquellos veranos de entonces. Niño Becerra, que es economista y un personaje de Dickens, dice que “estamos ante el último verano”. Pronostica pesimista que el porvenir de la economía española a corto plazo será malo, que está estallando la nueva crisis, que para lo queda me queda en este convento… Llega el verano y uno siente que es el último, que se ha hecho un poco más mayor, que ya no quedan veranos como los de entonces.

Pero a mí, de siempre, me gustó el verano. El verano es lo mejor. El verano son mis infancias en playas de arena blanca, paseos en bici y horchata. El verano es el escondite entre las cocheras, las zurras de mi padre con sus amigos y un Renault 10 que sigue volviendo a la ciudad. El verano es libertad, noches cortas, nuevos viejos amigos, viajes, lecturas y una orquesta de chicharras frente a mi ventana.

Me gusta el verano, sí. Me gusta andar en chanclas o descalzo sobre la arena templada al atardecer. Me gusta esa vista, pocos minutos después de desaparecer el sol, iluminado el mar y convertido después en un espejo de estrellas y luces LED. Me gusta ese instante, ocaso sin escarpines, en el que la luz que se fuga y, por un instante, todo se detiene, tiempo y espacio, y uno cree que está agarrando la vida.

Me gusta juntarme con amigos y cenar en casa,. Que suene de fondo Nicola Conte o Radiohead, mientras un uruguayo loco nos hace vacío, matambre y tira de asado en el fuego, y bebemos Luis Cañas, y dejamos que todos los huracanes nos sobrevuelen. Cenamos y esperamos que llegue septiembre con sus manos frías y sus malas predicciones. Brindamos por el presente de indicativo, bendita suerte de una noche de verano, y la belleza de los cuerpos bronceados.

Me gusta el olor a jazmín, a dama de noche, a plumaria, a rosas… Sentarme en el patio cuando todos se han ido y sentirme abrazado por ese aroma andaluz que cubre la noche como un toldo, y que nos evoca recuerdos, memorias y olvidos, aquellos veranos de bici y horchata, y un perro viejo que ladra de fondo, y este ansia de estirar el tiempo hasta que no nos quede tiempo ni ansia ni nada que estirar.

Me gusta ver a la gente relajada, más feliz, huidiza, tumbada en la playa escapando quietos de todos los problemas del mundo: el Whatsapp, el jefe, la rutina, la ruina, el vacío, las pesadillas, el ruido, las cartas de amor del banco y la soledad, el IPC, el no sé qué… Olvidarse, un instante de la hipoteca, la crisis, el pronóstico del tiempo que da nublado, lluvia, tormenta, frío para el próximo otoño.

Me gusta la Porra Antequerana, las ensaladas y comer fruta de temporada. Me gusta comer mucha fruta, de colores, en la playa, por la mañana, tras la siesta, sandía, melón, mango, comer kiwi con cuchara y plátano después de nadar. Comer fruta, como un millonario, en verano y pensar que el tiempo es un círculo plano y que lo que hemos hecho lo repetiremos irremediablemente, un bucle, un metaverso de Alberti, una novela de Fernández Mallo.

Me gusta nadar en el mar. Echarme al agua, y salir de mi cuerpo a través de las corrientes, los azules, verdes, gris marengo…, llegar al límite de mis fuerzas en baños terapéuticos, fresquitos y divertidos, al borde de una hipotética hipoxia pensando que Dios existe en todas las cosas, incluso en la marca blanca del Mercadona, y saber que al volver a la orilla estarán mis niñas esperándome para jugar y tener la sensación de que tan pronto se ha hecho tarde.

Me gusta jugar. Siempre me ha gustado. Jugar a todo. Jugar a abrir ventanas y cerrar puertas, a esconderme y desaparecer, a hundirme en ti, a cambiar de disfraz, a reescribir nuestra historia, a empezar lo acabado, a jugar por jugar… Jugar a que dejo de escribir y a que solo imagino las columnas, que septiembre es una utopía, un anhelo y que aún no habéis visto nada de lo que somos capaces de hacer con un poco más de tiempo y de ganas.

Me gustan los días largos, los helados, las piscinas, dormir sin ropa, una cerveza con Manuel, un vino con Álvaro, asomarme a los acantilados de mi pueblo, Rincón de la Victoria, Málaga, la bella, un libro de Rodrigo Cortés, perder el tiempo, verte bucear, las esquinas de tu bolso o es orquesta de chicharras frente a mi ventana. Sí, me gusta, aunque uno sepa que es el último, el puto último verano… Esta anual liturgia de la despedida, de escaparme de puntillas por el cable, por el hambre y por el amor al arte y saber que no hay por qué volver jamás.

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