Unas navidades distintas

10 Dic
Una insólita calle Larios, vacía, en Navidad.

Decía Punset, el gran divulgador de la curiosidad, que vuelve a la actualidad estos días con “Imprescindibles”, un docu delicioso en RTVE, que “la felicidad es la ausencia del miedo, de la misma manera que la belleza es la ausencia del dolor”. Van a ser unas navidades difíciles tras un año con mucho miedo. Un año con demasiadas ausencias y pocas felicidades, contando demasiados muertos y dolor, sobrevolando un vértigo insólito, insostenible… Un año distinto, histórico, inédito, que tendrá una navidades distintas e históricas e inéditas; un año y unas navidades en las que descubriremos que ser feliz es desear menos.

Ya me he expresado en redes, en la tele y en la radio -madre mía, no puedo estar en más sitios-, sobre las recomendaciones que el Gobierno ha pactado con las CCAA al respecto de las próximas fiestas navideñas. He expresado mi incredulidad por la irresponsabilidad de nuestros políticos y mi hartazgo por la falta de liderazgo. Unos y otros. Si hay tercera ola, la culpa será de los ciudadanos, nuestra, tuya. No se puede pedir responsabilidad individual sino se ejerce la responsabilidad institucional. En fin que con todo, estoy pensando en cómo diseñar mis próximas navidades: unas fiestas con poco peso en la mochila y muchas ganas, con precaución y solidaridad, con responsabilidad y Zoom, con recuerdos e imaginación y un cuento de Ray Bradbury para terminar.

Recordaré, por ejemplo, aquellas navidades del 83 cuando los Reyes Magos me regalaron la equipación completa de Arconada, la mismo que lució Casillas años después, y cómo mi hermano me contó que los había visto, “¿a los tres?”, le dije, “sí, he visto sus capas, y sus coronas, han entrado en silencio, y te han dejado algo junto al árbol”, y recordaré como me quedé un rato en la cama, helado, paralizado, con miedo, pensando en la extraña posibilidad del allanamiento de morada.

“Estas navidades Zoom, Zoom, Zoom…” Así resumía Margarita del Val, viróloga del del CSIC, que está siendo un faro entre tantas tinieblas, el actual debate sobre qué hacer estas navidades, y concluía: “no podemos negociar con el virus si vamos a tener o no unas Navidades tranquilas, porque va a hacer frío y en interiores hay más riesgo”. Este año, lo dicho, Zoom y recuerdos.

Estas fiestas, ya lo tengo pensado, recordaré el traje de Arconada y aquellas cenas multitudinarias en casa de mis padres, recordaré a todos los que ya no están y dejaron su huella, a los que han crecido y ya son otros, a los míos, a los vuestros, y os imaginaré -soy bueno imaginando-, en Nochebuena o Nochevieja, cenando, riendo, brindando, con las uvas, a través de una pantalla, o por teléfono, como siempre, tan guapos, deseando un año mejor, todos, juntos, separados, ahora.

Leticia Teboul, abogada, amiga, a la que siempre imagino dentro de una peli de Isabel Coixet, me habla de un estudio del MIT que calcula, mediante la simulación de la transmisión por aerosoles, el riesgo de contagio según el espacio y los asistentes. Al parecer, según este método matemático, en una cena con cuatro comensales, uno de ellos positivo, con ventanas cerradas, sin mascarillas y un volumen de voz normal, en tan solo 18 minutos se produciría un contagio múltiple. Debemos ser prudentes porque las cenas de estas fiestas se pueden convertir en bombas de relojería a punto de estallar.

Recordaré también aquel viaje al norte, “al norte del norte”, decíamos, donde todo era silencio y noche, y aquel cielo que se transformaba en una acuarela de Matisse y en rúbrica , y cuando tú me dijiste “vivamos de la ilusión” sobre una carretera helada y una estepa nívea como un muro de Facebook vacío, y como nos besamos frente a un cartel en el que se podía leer: “FIN DE LA TIERRA CULTIVABLE”. Recordaré aquella historia mientras os siento a todos.

La semana pasada escribía aquí que debemos escuchar menos a los políticos y más a los científicos. Le pregunto a José María Reguera, Jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Regional de Málaga, sonríe, y me avisa: “no va a gustar lo que voy a decir, Roberto”. Le digo “adelante”, y contesta claro y contundente: “no debemos reunirnos a cenar con gente que no forme parte de nuestro grupo familiar; deben ser navidades muy restrictivas y lo decimos desde los hospitales”.

Recordaré, por tanto, aquella Nochevieja en el Balcón de Rosales, en aquel hotel de la ciudad de las agujas, viajando a Logroño, o la primera con Álex, o la última con papá, o las más malagueñas y las más divertidas, recordaré aquellas cenas en las que cualquier cosa podía pasar y pasaba, con la Tía Carmen, y los abuelos, los tíos, los primos…, y luego los sobrinos, y vosotras, y las felicitaciones y las risas y las uvas y las coplas y las copas y ese “feliz año nuevo” que esta vez, sí, tendrá todo el sentido.

Hablo con Pilar Triguero. Pilar es amiga, una luchadora de la vida, esa hermana mayor que muchos pedirían tener, que vive el día a día en la primera línea del Covid entre pasillos y UCI de hospital. Pilar es clara y me dice: “llevamos desde marzo en una situación que nos ha desbordado y que no podemos olvidar en vidas y secuelas”. Pide “cautela” estas fiestas y a la pregunta de “¿tú que harás?”, vuelve a ser clara, como siempre, piedra y espuma: “este año no nos veremos en fiestas porque espero poder celebrar con ellos muchas más”.

Y, para terminar, recordaré aquel cuento de Navidad de Bradbury en el que sus protagonistas sumidos en el misterio de la oscuridad y el espacio, terminan observando la belleza infinita del universo y las galaxias, mientras que otros tripulantes cantan villancicos, y aquella última frase que resulta una hermosa metáfora: “el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas”, que son las estrellas, nosotros, todos, celebrando, seguros, en la distancia, en el espacio, recordando, sabiendo que somos felices necesitando menos, que seremos mejores separados para celebrar todas las navidades que están por venir y ésta, distinta e inédita, que ya es historia.

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