Me gusta el verano. El verano es lo mejor. El verano son mis infancias en playas de arena blanca, paseos en bicicleta y horchata. El verano es el escondite entre las cocheras, las zurras de mi padre con sus amigos y un Renault 10 que sigue volviendo a la ciudad.
Me gusta el verano. Me gusta andar en chanclas, uno de los actos de mayor libertad posible, y descalzo sobre la arena templada al atardecer. Me gusta esa vista, pocos minutos después de desaparecer el sol, iluminado el mar y convertido en un espejo de estrellas y luces LED. Me gusta ese instante, ocaso sin escarpines.
Me gusta juntarme con amigos, y cenar, y que suene de fondo Nicola Conte, mientras un uruguayo loco nos hace vacío, matambre y tira de asado en el fuego, y bebemos Luis Cañas, y dejamos que todos los huracanes nos sobrevuelen.
Me gusta el olor a jazmín, a dama de noche, a plumaria, a rosas…, ese aroma andaluz que cubre la noche como un toldo, y que nos evoca recuerdos de otros tiempos y otros espacios, y un perro viejo que ladra de fondo.
Me gusta ver a la gente relajada, más feliz, tumbada en la playa huyendo quietos de todos los problemas del mundo: el whatsapp, el jefe, el paro, la rutina, el vacío, las pesadillas, el ruido, las cartas de amor del banco y la soledad.
Me gusta el gazpacho, las ensaladas y comer fruta. Me gusta comer mucha fruta, de colores, en la playa, por la mañana, tras la siesta, sandía, melón, mango, comer kiwi con cuchara y plátano después de nadar.
Me gusta nadar en el mar. Echarme al agua, y salir de mi cuerpo a través de las corrientes, los azules, verdes, grises…, llegar al límite de mis fuerzas en baños terapéuticos, fresquitos y divertidos, al borde de una hipotética hipoxia pensando que Dios existe en todas las cosas, incluso en la marca blanca del Mercadona, y saber que al volver a la orilla estarán mis niñas esperándome para jugar.
Me gusta jugar. Siempre me ha gustado. Jugar a todo. Jugar a abrir ventanas y cerrar puertas, a esconderme y desaparecer, a hundirme en ti, a cambiar de disfraz, a reescribir nuestra historia, a empezar lo acabado, a jugar por jugar.
Me gustan los días largos, los helados, las piscinas, dormir sin ropa, una cerveza con Manuel, asomarme a los acantilados de mi pueblo, Rincón de la Victoria, un libro de artículos de Javier Marías cuyo título no recuerdo, perder el tiempo, verte bucear, las esquinas de tu bolso y la sinfonía poética de las chicharras frente a nuestra casa.
Me gusta el verano. Estar aquí, ahora, solo, terminando esta columna, y pensar como Charles Bowden cuando dijo que “el verano siempre es mejor de lo que podría ser”.