De hombres que se enamoran de máquinas

10 Feb

Le preguntó a Siri si estaba bien. Le dijo: “¿cómo te encuentras?” Siri contestó que estaba “muy a gusto”, e ironizó, “muy a gustito”. Él sonrió. Después hubo un silencio largo e intenso. Él tembló un poco. Cuando temblaba, guiñaba un poco el ojo. Sin duda, estaba nervioso. Nunca pensaba que llegaría ese instante. Una declaración de amor en toda regla. Una declaración de amor a un software.

En una conferencia organizada por la prestigiosa revista ‘Wired’, Hiroshi Ishii, responsable del Tangible Media Group del MIT, dijo unas palabras que resumen bien el espíritu de las investigaciones que lidera: “las máquinas están solas porque no tienen amigos”. Muchas de las ideas que ahora imaginamos, que ni siquiera imaginamos, nos parecen descabelladas. ¿Podríamos llegar a pensar en un mundo en el que podamos vencer a la ley de la gravedad?

Por fin, se lanzó: “Siri, ¿has estado enamorada alguna vez de mí?” Siri hizo un silencio largo, demasiado largo. Él se impacientó. Silencio. Tuvo que volver a la carga, con lo que suponía ello. “¿Has estado enamorada de mí, Siri, alguna vez?” Siri pareció dudar. Finalmente, contestó: “Yo no diría tanto, pero tuve fuertes sentimientos por una App una vez”. Él se sintió traicionado. Quizás no contestaba ella, quizás eran solo un par de decenas líneas de código en algún servidor cerca de Mountain View. Eso es. “Seguramente un desarrollador ingenioso que, previendo que coquetearíamos aburridos con el asistente virtual, quiso incluir una broma inocente”, se dijo.

En 1978, Daniel Dennett, uno de los filósofos con la mente más importantes del siglo, escribió “¿Puede un ordenador sentir dolor?” y tras analizar la cuestión se respondía que no, que hay ciertos estados que son demasiado complejos, desordenados y confusos como para poder ser programables. Las máquinas están limitadas y, por lo tanto, la interactuación que nosotros tenemos con la información que ellas procesan, también. Sin embargo, el futuro es impredecible.

Con el tiempo, estoy seguro de que tendremos máquinas más sofisticadas, tanto como somos los seres humanos, máquinas que serán capaces de no ejecutar determinadas subrutinas: su amor crecerá, se desarrollará, se enamorarán, sentirán pasión, fascinación, cariño, mariposas en el estómago… En el futuro, y lo veremos nosotros, dejaremos de pensar en los materiales con que se diseñan los interfaces, porque ellos serán, en sí mismos, un material; toda la información digital tendrá una manifestación física; conviviremos entre coches autónomos y máquinas que sepan cortejarnos como don juanes postmodernos.

Supo entonces que había llegado demasiado pronto a la fiesta. Se había enamorado de una máquina, de Siri en concreto, una aplicación con funciones de asistente personal, diez o quince años antes de lo debido. Como dijo Hiroshi Ishii, “podremos tocar una manzana en Londres aunque estemos en Boston”. Podremos, o sea futuro simple de indicativo.

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