La globalización, ese concepto que nos vincula con cualquier lugar del mundo, ha conectado dramáticamente distintas épocas: la Edad Media con la Postmoderna, ayer y hoy en conexión wifi.
Mientras escribo esta columna escucho las últimas noticias. Tres hombres armados y encapuchados han disparado con armas automáticas contra la sede de ‘Charlie Hebdo’, un semanario satírico, a medio camino entre El Jueves y Mongolia, lleno de humor y libertad. Además de los 12 muertos, ya confirmados, hay cuatro heridos muy graves. La revista publicó en 2006 las caricaturas de Mahoma y tiene una gran tradición crítica y reivindicativa. Un 11-S a la prensa, como leo en Liberation.
Tomasa es una mujer, de 38 años, nacida en Málaga. Nunca le faltó de nada. Su padre era constructor. Todo era normal, si es que existe la normalidad, quizás es mucho decir, hasta que a los 17, justo antes del COU, conoció a Abdelah Ahram. Al parecer, hoy Tomasa vive en Siria, es conocida como “la española del califato” y, junto a su marido y varios de sus hijos, forma parte del IS, el Estado Islámico. Según la periodista de El Mundo, Ángeles Escrivá, Tomasa “es la última española confirmada en hacer el petate para ir a la yihad”.
Si la vida de Tomasa hubiese circulado por la rutina más convencional, como tantos otros de mi generación, habría visto el Equipo A o Candy Candy, habría salido de marcha por el centro, se habría casado y ahora estaría esperando a sus hijos en la puerta de cualquier colegio de la provincia. Sin embargo, a estas horas todo es, extraña y dramáticamente, distinto.
En un mundo complejo, en el que todo cambia al instante, donde proliferan crisis y emergen situaciones nuevas al tiempo que la realidad no deja de sorprendernos con acontecimientos y paradojas, sólo nos queda entender los procesos para poder hacer algo al respecto. El problema de hoy no es ya tanto la persistencia de riesgos –cambio climático, energía nuclear, crisis financiera, flujos de inmigrantes masivos, terrorismo islámico…-, sino la diferente percepción de los mismos según los países, las culturas y religiones, y sus intereses puntuales. Es el “choque de civilizaciones”, anticipado por Huntington, sumado a nuestro “déficit de conocimiento”, que es la imposibilidad de definir con certidumbre absoluta el nivel exacto de los riesgos.
La globalización nos conecta por la red. La misma red que hace proselitismo, que interacciona a muchachas de España, Chile, Reina Unido y Marruecos, para sumarse a la Guerra Santa, llevándolas al territorio de IS, vía Turquía, para cocinar para los guerreros barbudos, casarse con ellos, ser madres pronto, dar hijos a la causa, morir por ella…
Los padres de Tomasa, Ramón y Carmen, se enteraban hace unas semanas del destino de su hija, de que tenían cuatro nietos más, de que se encuentran todos ellos en el filo de una guerra en la que se cortan cabezas. A ellos, a Ramón y Carmen, hasta hace unas semanas no había llegado la globalización.
De fondo, en mi espacio de trabajo, siguen salpicándome con las noticias que nos llegan desde París: los extremistas dicen haber “vengado al profeta y matado a Charlie Hebdo”; se convocan homenajes en ciudades de toda Francia, también en España y en otras partes del mundo; el Consejo Musulmán califica el atentado de París como extremadamente bárbaro» y un ataque «contra la democracia». Me pregunto entonces qué estará haciendo Tomasa, la malagueña del Califato, en qué pensará, cuando le lleguen las mismas noticias, si pensará algo parecido a lo que yo pienso, y si esta globalización dejará paso a un nuevo espíritu político, eso que ya desde los estoicos recibió el nombre de cosmopolitismo, no como alternativa sino como el complemento imprescindible para hacer frente a los peligros y riesgos de esta nueva modernidad que todo lo está cambiando.