Malditos extraterrestres

20 Abr

Creo que hemos perdido la fe en que volvamos a conocer la vida exterior en el mismo estadio de evolución y progreso en que la dejamos cuando dimos el último portazo al entrar en casa para este confinamiento. Quizás nos hayamos dado cuenta de que un ser microscópico puede derruir el andamiaje social que nos sustenta. La grandeza de un hombre se establece según la de sus enemigos. El caso es que, según avanzan los días, aumentan ciertos indicios de falta de confianza no ya en el tejido productivo sino en la solidez de nuestra civilización. Este fenómeno que podría ser visto por unos como la terrorífica y lenta presentación de una secuela del Planeta de los simios, para otros es considerado la antesala de las puertas de un paraíso donde podremos dejar de ducharnos, depilarnos, usar gafas o leer el periódico junto a una persona encantadora mientras se saborea un buen desayuno en la terraza de un magnífico hotel. El regreso a los orígenes de la especie con sus despiojes, peleas rituales de machos a causa del olor de la entrepierna de las hembras y ausencia de chocolates, vermús y lencería fina. Si algún holocausto me ha de llevar por delante, preferiría que el óbito se produjera en alguno de esos espectaculares áticos de Manhattan con vistas a Central Park y orientados hacia el amanecer junto a una chica en tanga y tacones ambos con cubata en alto. Un lugar mucho más propio de los humanos que esas cavernas y covachas de protección oficial donde no vive esa misma clase de millonarios que habita, anónima, aquellas terrazas donde disfruta su brunch la riqueza de verdad, esa que nunca aparece en revistas ni televisión y hasta viaja junto a ti en el metro sólo por fastidiar. Pero no. En esta vida va a ser que no, y todo este desbarajuste vírico tan falto de glamour y elegancia me va a pillar en la cola del súper, en fila y casi asfixiado por una mascarilla que, además, me empaña los cristales de las gafas. Una cierta diferencia respecto a mis sueños.

Yo también me he sumergido en el espíritu de la colmena y me he dado cuenta de que formo parte de este ensayo, poco perceptible aún, de regresión colectiva, no sé si hacia el neolítico o hacia los ancestros de Lucy. Iniciado un camino, sólo sabemos que terminará en Roma, apenas más. Todo comenzó con la fijación colectiva por el papel higiénico, clara falta de fe en ciertos tipos de factorías papeleras. No he oído nada acerca del desabastecimiento de folios, ni mucho menos de libros que no sean de papel de fumar. El asunto quedó como anécdota y la masa consumidora, entre la que me incluyo como miembro destacado, se calmó, según se puede comprobar frente a la montaña de rollos que ocupa dos pasillos del supermercado. Ahora, la joya de la cesta, la quimera de los estantes, es la harina junto con su humilde compaña, la levadura. Volvemos a fabricar nuestro propio pan. Además, los jabalíes y otros animales están adentrándose en estas calles desiertas. Los próximos top entre los más visitados de Youtube, en breve, se titularán: “Despiece profesional”, “El ahumado y salazón en casa”, o “Elabore su arco con esa mesilla de noche”. Por ahora, han ascendido en la lista de visitas esos relacionados con “fabrique su propio pan”, en dos versiones: método rápido, o lento y crujiente. Elegí el segundo. Haría bien las cosas, para una vez que me animaba a realizar una hazaña que me uniría a mis semejantes, al menos a los de mi barrio. Creo que el Covid 19 ha sido una confabulación de ciertos grupos de malditos extraterrestres para conducirnos hacia la animalidad con una sonrisa en los labios superiores. En los míos, no, desde luego, quemados por el primer trozo de aquel ladrillo marronáceo salido del horno. Debí desconfiar de ese color verde en su interior que ha acabado con mi reservas de papel higiénico. Tomen nota, un par de kilos de harina, varios sobres de levadura, tres o cuatro lavados de la cocina y ropa que no acaba de quedar limpia, y más de hora y media de gasto de horno eléctrico. Las quemaduras de las manos me disuaden por ahora de la fabricación de hachas de hierro y anzuelos en la terraza del edificio. Pero todo llegará.

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