Fanáticos

20 Ene

Cuando uno se percata de que pertenece a la misma especie que quien haya puesto de moda eso de recibir el sol en el ojo del culo como fuente de salud y bienestar, siente una mayor angustia de la sempiterna ante la idea del futuro. Al menos yo. Si a esta tendencia unimos aquella de blanquearse el ano, junto con esa de acudir a quiromantes especializados en leer la buena ventura en la misma parte, no sé si ya blanqueada, morenita e, incluso peinada, o así montuna como dios la colocó entre ambas nalgas, pues ya ahoga la pena de hacia dónde nos conducirán nuestros pasos colectivos. Habrá quien esboce una mueca, medio sonrisa y rictus de desagrado, mientras lee estas líneas; de igual modo, habrá quien ya esté ofendido porque me ría de una firme y arraigada creencia que, en efecto, como toda la que cualquier humano asuma, hundirá buenas raíces. No importa que los dermatólogos más solventes del planeta alerten de que esos hábitos invocan a los melanomas por la falta de costumbre a ver el rostro del dios Sol que tienen las zonas aludidas; antes bien fueron calculadas para permanecer en la oscuridad, incluso en la de las luces rojas de los antros de perversión y pecado si quieren, pero ajenas a una luz letal para mucosas y células fotosensibles. Para nada servirá que un tipo ridiculizado por una túnica blanca saque 500€ a esa criatura que a cuatro patas anhela saber el destino de sus días venideros y que recibirá un enigma multiuso como respuesta, cuando no una nota depositada entre los dientes para que ingrese otra cantidad a cambio del informe completo. Así avanzamos en este carro colectivo que bien parece una enorme nave de los locos donde la humanidad transita su crucero entre una y otra nada. Oscilamos desde el escepticismo al fanatismo en términos absolutos y, aunque no lo creamos, según manías de temporada recurrente. A los regresos, hacia lo que consideremos nuestros orígenes naturales donde creo que sólo hay avispas y estiércol, sigue una ola de exaltación de los trajes de microled y de adoración del artificio. Viene y va, se llamaba un amigo imaginario de Leopoldo María Panero quien ingresó por propia voluntad en el psiquiátrico, por exceso de lucidez.

Según estudios psicológicos realizados a sujetos militantes de alguna doctrina, por ejemplo, los anti-vacunas o los idólatras de la homeopatía, por más pruebas que al individuo se le expliquen casi nunca modificará su fe en la causa. Sin embargo, eso que cada quien definiría como una o un líder carismático, y aquí ya se inicia otro motivo de desavenencias semánticas, sí puede lograr tales virajes ideológicos. De aquellos experimentos se deducen varias consecuencias. En primer lugar, los genetistas deberían de investigar la conexión de los humanos con los ovicápridos y su muy probable cruce genético con alguno de nuestros ancestros que se hallara solo por cualquier pradera en épocas remotas. Ello explicaría sin mayores dificultades ese deseo por convertirnos en rebaño apenas un pastor sepa emitir los dos silbidos o pedradas precisas. En segundo lugar, manifestamos una clara imposibilidad de aprender, o mejor dicho, así a bulto, la inmensa mayoría sólo puede aprender aquello que quiere oír. Se niega a asumir sus errores. Yo, por ejemplo, nunca me equivoco, característica que soporto con una gran modestia que no me impide, sin embargo, iluminar el camino torpe de mis congéneres. Cuando pego, siempre es por el bien de alguien. Sólo el carisma de un buen bofetón puede abrir las puertas del intelecto a quien sea alcanzado por tal regalo casi divino. No tiene ningún sentido discutir a causa de la apuesta política o intelectual del congénere que nos toque al lado en este deambular por el mundo. No se irriten por nada que aúlle o eructe su prójimo. Imagínenlo según las posturitas exigidas por esas prácticas al inicio descritas mientras les habla a favor o en contra del último gobierno, de Cataluña o de la raza de enanos que habita bajo tierra. Se sentirán mejor y con su culo a salvo sin necesidad de hacer un calvo.

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