Ruinas de septiembre

2 Sep

Ha regresado el cisne a la desembocadura del Guadalmedina. Como en un verso de Leopoldo María Panero, su soledad dibuja el silencio en la escena y le regala un fondo modernista y romántico junto a las ruinas del río y las del CAC. Activo en el ordenador los “Nocturnos” de Chopin interpretados por Brigitte Engerer. Málaga, tierra de surrealismo, decía Emilio Prados cuando fijaba su ojo en el de la proa de las jábegas. A un mismo tiempo, apenas se lo permiten, también revela querencias hacia el gótico con su profusión de muros caídos y huellas de memorias. Debió de ser espectacular la llegada del cisne a esa ilusión de ría. Un rebelde que lucha contra su condición de ave de escenario con la que los humanos la humillan. Regresó tras la feria cuando se sabía libre del vocerío de noche y madrugada, y de cualquier borracho desalmado que pagara su frustración vital sobre su plumaje blanco tan en contraste con la negrura de aquel charco. Quizás este año no hablemos ya de otoño, igual que el pasado casi no pudimos hacerlo del invierno. Tal vez las golondrinas permanezcan y las andanzas de los cisnes marquen el trasestío, nueva estación con iguales temperaturas que la precedente pero con noches más largas. El cisne ha venido, pero nadie sabe cómo ha sido, así en ripio cursi. Volverán y volverán las oscuras golondrinas, con aires de sentencia y casi amenaza. El trasestío conlleva estos fenómenos. Una enorme ruindad queda durante un año en el Cortijo de Torres, por donde Rodrigo Caro hubiera podido iniciar aquellos versos suyos sobre Itálica. Lo imagino como concejal del ramo junto al alcalde en lamento porque el jaramago ha invadido lo que fue campo de diversión, semillero de votos y templo donde inducir la amnesia a sus contribuyentes mediante vinos apócrifos. Y ahora queda un año por delante hasta un evento de masas que si por nuestros próceres municipales fuera, duraría todo un mes para que, junto con las resacas etílicas y las perspectivas de Halloween, luces de Navidad, carnavales y Semana Santa, se vuelvan invisibles, como modernas golondrinas, las grietas en esta gestión que hacen de una ciudad diseñada para gloria y honra, pero de unos pocos y no siempre bien señalados.

Las ruinas, por su propia condición evocadora, permanecen. No se regeneran por sí mismas si no contemplan un futuro. Pueden descansar en una paz perpetua aunque soporten un mayor deterioro. Así, junto al cisne, el CAC ya exhibe en sus costados las llagas de la desidia a la que fue condenado por la ineptitud administrativa de un ayuntamiento, con su alcalde al frente de toda romería y festejo, al que sobre cualquier otra cosa preocupan los fuegos de artificio. Traer un Centro como ese a Málaga infla la pechera alcaldicia a base de titulares. Que sus trabajadores hayan ido al desempleo y que el edificio ya se signifique como un casi basurero y que el CAC, en realidad, ya no exista por falta de previsión e interés, genera pocas críticas. Como metáfora del destino, la pasarela junto al CAC, esa que con aires de arco veneciano cruzaba el río repleta de escalones para que ninguna silla de ruedas pudiera por ella pasear, pues esa, esa tampoco está. Sus cimientos se han movido y nadie sabe cómo ha sido, ni dicho ni pío, así en tripio. La naturaleza ha delegado un cisne para que trace con su aleteo una firma decadente sobre la podredumbre de la marea. Por implorar misericordia divina, roguemos otro cisne, o mejor un cuervo, anidado sobre el edificio de aquellos cines Astoria, donde aprendí a adorar a Woody Allen. Desde mañana martes, risas y lágrimas frente a aquellas pantallas vertidas volarán entre el humo de otra ruina sin rumbo; por ser justos, a causa de todas aquellas voces que motivaron que Antonio Banderas dirigiera su proyecto de inversión en Málaga hacia otro espacio. Apareció septiembre con su cúmulo de escombros y silencio hasta la próxima fiesta que nos haga olvidar olvidos, imprudencias y torpezas consistoriales. Cierro el piano de Chopin. Mientras, el cisne dibuja su interrogante junto al mar.

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