Pedro y Pablo

26 Ago

Hay parejas que no pueden funcionar. Lo predicen las historias de la Historia. Por ejemplo, cualquier madurita o madurito interesante que se haya criado con la televisión desde, pongamos, 1969 sabe que dos personas llamadas Pedro y Pablo no casarán bien. Se soportan como hacían en Los Picapiedra, que eran actores dibujados. Cada vez que uno podía, articulaba una pequeña travesura contra el otro, nada grave o sí, intencionada o no. Pedro desplegaba un carácter más hosco que el de Pablo. Casi siempre sus mujeres, cual ministras, tenían que recomponer aquella situación de enemistad en que hubieran desembocado las ocurrencias de sus chicos. Además de estos dos, no conozco otra pareja ajena a la pantalla con tales nombres que la formada por los apóstoles, uno de ellos, Pablo, discípulo honorario que nunca coincidió con Cristo, salvo en alucinaciones que tenían algo que ver con el caballo. Pedro y Pablo no se conocieron en persona. Uno era analfabeto mientras Pablo era muy leído y enterado, el término petulante, en desuso, le venía como el dedo índice al boquete nasal. Pedro era menos estratega pero más impulsivo. Cortó la oreja a un romano de los que venían a apresar al Señor quien tuvo que tomar ánimo en ese trance y adherir el órgano en su sitio. Según parece, aunque no conste en los evangelios ni en los apócrifos, aquel legionario del imperio usaba gafas y Jesús se apiadó de él, cuando previó las bromas a las que sería sometido por la chusma soldadesca. El caso es que tanto pegó Pedro, que fue nombrado portero en el Cielo, topónimo luego adoptado sin permiso por varios clubes de alterne. Pablo era filósofo y mantenía una mala relación con el caballo; en lugar de reflexionar sobre el uso de los estupefacientes, cual pensador valenciano, lo hizo sobre el sexo y la carne y la putrefacción, a pesar de que Pedro sabía más que él sobre ese último tema; era pescador, oficio que reconoce la podredumbre como nadie. Una pareja que jamás funcionó pero que legaron al mundo el armazón de una doctrina, una oreja que, al parecer, no cicatrizó bien, y varios manuales sobre el uso del caballo.

Los pueblos que no conocen su historia pueden aprender la del pueblo de al lado. Nadie llamado Pedro y Pablo conseguirá un objetivo común mediante su unión, tal como revela el Nuevo Testamento. Imaginen a Pedro y Pablo en la barca. Jesús explica su cosmovisión mientras Pablo larga helenismos aprendidos en sus academias platónicas. Que si demiurgos, que si hilemorfismo, que si dialéctica. Durante ese episodio Pedro habría inventado la hostia sacerdotal sobre la cara de Pablo, además delante del Maestro, obligado a poner la otra mejilla. La barca vuelca. Jesús se queda sobre el agua de pie, pero el resto se ahoga a la espera de que Pedro lo salve, que para eso profetizó el Mesías que sería pescador de hombres pero no aclaró si vivos o muertos. Un tipo insoportable. De mano de Pablo quedan más cartas que las escritas por los demás apóstoles que sí escucharon a su Salvador. Sin embargo, gran parte de la actual doctrina cristiana se cimienta sobre el pensamiento paulino, que condenaba de modo expreso la homosexualidad y exigía, con iguales imperativos, que las mujeres vistieran velo. Son criaturas así, charlan en el ascensor sobre el tiempo y le salen notas a pie de conversación. Dicen los buenos días precedidos por una cita de autor, con excesiva frecuencia memorizada en ese almanaque con frases célebres y santoral, perpetuo sobre su mesa de lecto-escritura. Con todo, la situación más compleja en la que uno se puede encontrar con alguien de este carácter se produce cuando, por algún inexplicable error, aparece invitado en una comida social, por ejemplo una paella, para la que todo el mundo atesora una fórmula secreta junto con la prudencia para callársela. Este espécimen no sólo la pregona sino que obliga a quien cocine a que siga sus instrucciones. Insufrible. Si saben de alguien que se llame Pedro y Pablo, y entre ambos pretendan construir una sociedad en común, por el bien de los demás, prevénganlos de que, así en plan cervantino, cuanto más alta la empresa, mayor podrá ser la caída y el daño para los inocentes que a tal conjunción contra natura asistan. Avisado quedó con Los Picapiedra.

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