Murió por jabalí

22 Oct

Los hermanos Cohen detallaron en su película “Fargo” ese explosivo que nace cuando se combinan casualidad y estupidez. Será efecto de los años, pero yo pierdo y renuevo mi fe en las y los humanos en tiempo real como dicen los modernos tecnológicos, es decir, a cada instante. Una bipolaridad casi compulsiva me invade conforme leo titulares periodísticos sobre nuestra especie a la que, desde una escala modesta, también he realizado contribuciones tanto a sus facetas nobles, como a las penosas y, por supuesto, albergo en mi agenda íntima episodios que preferiría borrar si el tiempo fuese materia gobernable; aunque bien pensado, siempre sería más interesante retroceder sólo unas horas y acudir al despacho de loterías desde este futuro incierto, con esa combinación de la primitiva que convirtiera nuestro presente en un lujurioso paisaje caribeño producido por el pasado. Ya habló Einstein sobre esta relatividad cronológica que, en efecto, modifica el espacio, sobre todo las dimensiones de esa piscina que aún no tengo por no haber podido retroceder aún una miserable semana en el calendario. Trabajo en ello. El caso es que considero que todo humano medio querría evaporar algún episodio biográfico, si no malvado, al menos, ridículo o, tal vez, ruinoso como, por ejemplo, el día del propio nacimiento, o quizás el de la boda de sus padres. Cada quien conoce sus fechas aciagas que nunca serán, desde luego, tan funestas como aquel momento en que un cazador de 22 años confundió a un jabalí con un ciclista que pedaleaba los Alpes vestido para la ocasión, esto es, con ropajes luminosos y ceñidos. El joven francés, sin duda producto del pésimo sistema educativo actual, no conocía las características morfológicas del cerdo montuno y mató al deportista inglés de un tiro certero. Incluso puede que no comprendiera su error hasta que cazadores de mayor experiencia que la suya certificaran la falta de indicios que hicieran pensar que el jabalí también se ejercita sobre dos ruedas y vestido con maillot y gafas especiales.

Podría aludir a “La muerte de un ciclista” de Bardem, pero es que sobre el cielo de este asunto planea con mayor ímpetu “Fargo”, según sus autores basada en hechos reales, como considero que se realiza toda creación incluida la de trazos más abstractos en apariencia. Las y los humanos estamos sumidos en nuestro mundo. Podemos alcanzar una combinatoria de elementos que dibujen una sirena, por ejemplo, o un minotauro, pero ya está. De ahí que las casualidades apenas se produzcan en nuestro devenir. Difundido ese luctuoso suceso del francés que había tiroteado a un inglés por considerarlo jabalí, algunos medios a la busca de carroña, entrevistaron a la familia para saber qué opina una madre sobre la muerte de un hijo. Encontraron lo que no esperaban. La veta de oro en el jardín. Los parientes del presunto jabalí fallecido pretenden recompensar al homicida. Lamentan, eso sí, la breve agonía que padeció el ya cadáver maltratador de madre y novias, además, violador sistemático de su hermana. El tal jabalí había pasado por varios reformatorios y penales británicos antes de su emigración a Francia donde abrió un restaurante vegetariano y conoció a una chica que, por ahora, no ha maldecido su nombre frente a los micrófonos. Este incidente incrementaría algo esa fe en la justicia divina o en la del karma, a la que nos agarramos como lenitivo contra la amargura que provoca la certeza de que un criminal nunca pague sus fechorías. Imaginamos que arderán en el infierno, o que se verán humillados mediante sucesivas reencarnaciones en gusano del estiércol. En esta ocasión parecía que nos hallábamos ante uno de esos cruces de casualidad y estupidez que, no obstante, había dictado una sentencia ecuánime del destino. Pero ya digo que mi estima por la humanidad, servidor incluido, se modifica a cada segundo. Como en guión de los Cohen, días antes, el cazador había rescindido al malhechor británico el contrato de alquiler del restaurante que era de su propiedad. Mantengo mi fe absoluta en la idiotez humana y, más aún, en la torpeza de un jabalí para montar en bici.

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