El rostro de Rajoy

12 Oct

La semana pasada comenzaron los Populares su ante-pre-campaña con vistas a las elecciones generales del 20 de diciembre, no sé si fustigados por los resultados de Ciutatans en Cataluña, o por esa especie de Watchman de la derecha, llamado en la intimidad Josep Mª Aznar. El caso es que ya hemos visto bailar a Soraya, la única chica “Interviú” con currículum. Y vimos que el viernes los Bendodo’s Boys se reunieron junto a los De la Torre Team, para mostrar una imagen de unidad y, de paso, consensuar estrategias que comuniquen a la sociedad malagueña que por estas tierras las cosas de los palacios se han hecho bien. Málaga puede entregar un buen puñado de votos a la causa nacional. A esos movimientos de alfiles y caballos, el rey Rajoy ha respondido dejando caer que, quizás no, aunque puede que sí, se vaya antes de ese 20 D por el fijado para ceder paso a una reina oculta con la que atacar a los oponentes en este tablero de ajedrez múltiple en que se le ha convertido la política española. Cumple Mariano aquellos atributos imaginarios de los gallegos, de quienes se dice que se detienen cuando encuentran a alguien en la escalera, para que el intruso no sepa si el gallego sube o baja. En este caso, si se confirman los vaticinios que corretean entre titulares, y Alberto Núñez Feijoo se convierte en el postulante a la presidencia de España, pasamos de un gallego a otro. Por ahora, permanecerán quietos en el descansillo de su escalera hasta que salgan a la calle. Un ajedrez a la gallega, más silencioso si cabe que cualquier otro. A España le vendría bien una catalana o una vasca de cualquier partido político para que, mujer y periférica, impulsara esta democracia que, a veces, camina con paso tan inseguro y jaleada por tanta insensatez de panfleto. Pero una cosa es lo deseable y otra lo que sucede. Aquí un señor da paso a escena, la tarara si, la tarara no, a otro de igual traje, aunque sin una barba que pudiera anunciar unos ciertos efluvios hipster u otras modernidades.

Mariano Rajoy no comprende que los problemas electorales del PP no los ha provocado él sino la política por él impulsada. Tendría que cambiar el collar de cada perro para que parecieran distintos y eso no es posible. Frente a los avales de una estabilización económica razonable en mitad de una tormenta internacional que podría haber tenido peores consecuencias, se encuentran las arenas movedizas del resto de sus ministerios. Rajoy dio la orden de emprender una especie de guerra desde todos los frentes, en lugar de cumplir la máxima de los conservadores, esto es, conservar lo que funciona. Paradojas. Una gran parte de la sociedad española no entiende esto, ni creo que nadie pueda explicarlo. La mayoría social de nuestro país es moderada y razonable como ha demostrado en mitad de las penurias y a lo largo de esta difícil democracia nuestra. A la vez que sacrificios laborales y financieros, la ciudadanía ha tenido que soportar, por ejemplo, leyes como la de Wert y su actual esposa, Montserrat Gomendio cuyo único ánimo fue el de destrozar el anterior sistema educativo para implantar uno que ningún profesional considera aceptable. Como premio, Rajoy les regaló un par de puestos representativos en París con privilegios de representativos en París. Estas oscuras maniobras de Wert se comprenden bajo la cruzada Gallardón que buscaba dar paso franco a las sotanas para que reconquistaran territorios de moral pública perdidos. Ambos ministros fueron defenestrados porque comenzaron a llegar cuentas del voto perdido que asustaban. Si a esto sumamos, como otro ejemplo, la chulería taleguera con que Bárcenas y Rato afrontan sus periplos judiciales, no hay prima de riesgo que sustente con su descenso esa previsible bajada de votos del Partido Popular en las próximas elecciones. No se trata de que cambie el rostro de Rajoy, como vieja meiga que traspasa sus poderes a otra. La política Popular estuvo herrada como los mulos, y errada como Rajoy, desde un principio por su obcecación en abrir todos los frentes de batalla a un mismo tiempo. Ahora no hay queimada que calme tanto estómago revuelto.

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