El convenio del metro

25 Feb

Una amiga mía, líder sindical, disolvió más de una vez alguna reunión cuando preguntaba si alguien se había leído la legislación o el convenio sobre el que discutían. Caras de sorpresa por parte de los asistentes y a casa a hacer los deberes, como los niños chicos. Tras el último encuentro anterior al próximo que tampoco será el último, seguro, entre Ayuntamiento y Junta de Andalucía para hablar sobre el metro de Málaga, resulta que ahora nos enteramos de la existencia de un convenio firmado hace años por ambas partes. El ciudadano no comprende cómo se abordó una obra que está generando tanta discusión entre los promotores públicos encargados de mejorar la calidad de vida de los administrados. Uno quiere imaginar, por conceder inteligencia a los poderes públicos de los que tanto dependemos, que antes de emprender una obra de esa envergadura, las partes implicadas se sientan y hacen cuentas, miran el dinero que hay y habrá, los costos y el interés o no de esa determinada construcción con las vistas puestas en el futuro de la ciudad. Y por lo que ahora dice el Delegado de Fomento de la Junta, así fue, al menos, se firmaron unos papeles donde quedaron, o deberían de haber quedado, recogidos los plazos de ejecución, los métodos y las aportaciones dinerarias de Consistorio y Gobierno Autonómico. No sé si el metro de Sevilla logró tantos titulares como el de Málaga sobre si es galgo o podenco. Y vuelvo a la pregunta que preside estor renglones, si existe un convenio a qué vienen tantas polémicas y de tanto tipo. A no ser que esté redactado en términos tan generales que de ello provengan todos estos enredos. Las planificaciones de la Junta en Málaga arrastran una larga trayectoria de planificaciones más que dudosas. Recuerdo el macro-hospital anunciado a voz en grito que en eso se quedó, en papeles, humo, sombra, nada, como la existencia en el verso barroco. De aquello se habló y se habló hasta que los titulares se fueron secando como hierba bajo el sol de agosto. La financiación de la idea estaba tan clara que no se ha llevado a cabo. La consejera del ramo defendía contra toda crítica aquel cambio de terrenos de dos hospitales, por uno que, en la imaginación, se dibujaba tan inmenso que no podía funcionar nada más que como el sueño que ahora es.

Una obra pública que basaba su viabilidad en la especulación urbanística. Así la Junta insuflaría su poquito de gas a aquella burbuja inmobiliaria que poco tiempo después estalló en la cara de la sociedad española. Ahora en Málaga no tenemos el tercer hospital y si las obras de aquel monstruo se hubiesen comenzado no sé dónde estarían las constructoras que tenían que adelantar los trabajos, los bancos que iban a poner el capital, ni los cientos o miles de albañiles que a todas luces se iban a quedar en el paro de un día para otro. En demasiadas ocasiones la Junta muestra que no cultiva la filosofía tan andaluza de aquella sentencia que valora la palabra como plata, pero el silencio como oro. Y según el precio al que está, conviene estar callado. Dos líneas de metro no suponen una obra de las que pasarán a las enciclopedias como el Puente de Brooklin. No significan un reto para la ingeniería moderna, ni situarán a Málaga a la vanguardia de la tecnología del transporte urbano. El ciudadano contempla una polémica que afecta a cada uno de las partes que ensamblan este humilde trenecito del que no se sabe aún si será subterráneo o si la Junta instalará un fastidioso tranvía y así se despacha con los malagueños. Se supone que todo eso estaría recogido en el convenio inicial, lo mismo que deberían de haber sido fijados los métodos de construcción, con tuneladora o mediante pantallas, si por arriba o por abajo, si con un recorrido u otro, si yo pongo veinte y tú ochenta, o nos lo jugamos al billar. El convenio parece que fue escrito con tinta de broma. Si de verdad existe, que uno hasta ya duda de eso, que se ponga encima de la mesa, que las partes lo lean antes de cada encuentro y que los malagueños perciban en el menor tiempo posible que sus políticos han trabajado para hacerle un poquito menos fastidiosa la existencia.

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