La dimisión

10 Sep

El pueblo toledano de Yébenes alberga además de una larga historia y, seguro, de maravillosa gente, un grupo de vecinos en los que Antonio Machado hubiera visto los frutos de la tierra de Caín, apelativo con el que se refería a esa España mostrenca, de cabra por campanario, de ganso con cabeza arrancada, de toros alanceados o con antorchas en los cuernos, de la que cualquier humano con una mínima sensibilidad y educación apostataría. Un tipo publicó en Internet el vídeo erótico de una amiga por el hecho de que era mujer y concejal. Si no se hubieran cumplido alguna de estas dos condiciones jamás hubiésemos conocido a Doña Olvido Hormigos Carpio, que optó por dejar sus labores para dedicarse al noble oficio de servir a su pueblo desde un asiento en el consistorio. Hace años, gracias a la productora Borvoleta de mis queridos Kike Kanalla y Gaby Beneroso, viajé al Festival de Cine de Vitoria, donde se presentó el largometraje “Las huellas que devuelve el mar”. Allí conocí al actor porno, Nacho Vidal, un hombre educado, buen conversador y del que pensé que uno podría invitar a la mesa de sus padres en Navidades, sin perder la herencia y la familia por ello. Me contó sus proyectos de crear una nueva productora de cine ajena al que entonces era su interpretación habitual y me sorprendió cuando vi que se encaminó a las ocho de la mañana para asistir a una visita guiada por las excavaciones en el interior de la catedral. Años más tarde coincidí con él en Málaga en uno de los locales de copas del conocido como Festibar de Cine. Sólo nos saludamos, porque un grupo de jóvenes, quizás amigos del propietario de la barra, o del portero, le explicaba a voces y en malagueño cerrado los peazos de bicho que llevaban entre las piernas. Un héroe, un ídolo para quienes aún clasifican a las personas según las cualidades de su entrepierna, siempre que esas se engloben entre los límites del recato y la castidad para las mujeres y la invisibilidad para las y los homosexuales.

Si Olvido hubiera sido macho hetero, ese vídeo le habría granjeado felicitaciones de amigos, palmaditas en la espalda, risas groseras en reuniones masculinas con ocasión de lo que cada uno del grupo le haría a las tías, copas gratis, y quizás hasta un posible ascenso político. En el fondo de este asunto, vuelve a aparecer la violencia de género, y considero que así debería de ser enfocado por los responsables de la fiscalía cuando este caso llegue a juicio. No ha habido sangre, pero sí humillación. No ha habido moratones, pero sí vejaciones de esas que se enquistan en la memoria y dañan a cada paso. Recuerdo que, con justicia, parte de los medios han pedido la identificación y procesamiento de ese grupo recurrente de energúmenos que de tiempo en tiempo queman fotos del rey o banderas. De los mesiánicos dirigentes del SAT, se dice que difunden una imagen grotesca de España. El grupo de yebeníes, más que yebenenses, que la recibieron con insultos por el hecho de ser mujer, ha incurrido en un linchamiento impulsado por esa violencia de género que con tanta facilidad y discreción se camufla en las prácticas cotidianas de cualquier colectivo. Si se hubiera producido la dimisión de Doña Olvido, un tinte de vergüenza y de deshonra habría cubierto no sólo a su pueblo, sino a la sociedad española entera, donde un señor aún recibe aplausos como de torero cuando se cepilla a una mujer, pero para la señora, aún se consideran idóneos la casa y la pata quebrada en el submundo del imaginario colectivo hispánico. A pesar de los muchos incendios, no han ardido del todo las raíces de Caín, la España de pandereta y aguardiente, este secarral aún maldito por el dios ibero, como hubiera escrito Don Antonio Machado. Esa dimisión significaría la victoria de unos valores morales que conducen al ser humano de rodillas ante las sotanas, bajo el yugo del beaterío hipócrita o hacia las lapidaciones. Fariseos.

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