Un año que se va lleno de pobreza y otro que llega cargado de incertidumbre. Como toda forma de comunicación humana, los sms de año nuevo significan material para el estudio del ánimo; muchos de los que recibí en mi teléfono proponían la negación de los malos augurios, imploraban la alegría en el enfoque frente a tanta nube negra que oculta el horizonte. Como feo punto y final para el año impar que se marchaba, el nuevo gobierno anunció nuevos recortes y medidas que palíen el déficit y la locura de gasto que entre todas las administraciones públicas consiguieron. El alcalde de una ciudad tan endeudada como Málaga considera que no tiene que rebajar ningún servicio público, o lo que él entiende como servicio que, quizás, se debería redefinir para concretar dónde se gasta el dinero y dónde no. La paradoja actual para muchos departamentos municipales, autonómicos y de diputaciones consiste en que la reducción presupuestaria los ha dejado sin tareas salvo la de que sus empleados, y sobre todo sus jefes, cobren a fin de mes. Es decir, con el objetivo de racionalizar el gasto público algunas zonas de la administración púbica se están convirtiendo en oficinas propias de un universo kafkiano a las que sus trabajadores acuden durante un número de horas para no hacer nada pues no pueden abordar sus tareas. Pero la administración del Estado, que comprende desde el gobierno central hasta el del municipio, está contaminada por cargos políticos que hay que colocar y por amiguetes a los que hay que meter en la cosa pública y la cosa pública, en general, se ha entendido durante demasiado tiempo como la olla pública por la que nadie se preocupó de su límite de resistencia. Nadie, por más que ahora, cuando los malos oleajes arrecian, partidos y sindicatos alcen indignados la voz al cielo como forma de protesta contra una situación a la que contribuyeron por acción, omisión, palabra o pensamiento. El ciudadano encuentra tres o cuatro departamentos iguales en la administración autonómica, local y de su diputación, pero nadie desde las instancias gubernamentales se plantea su simplificación o supresión. Habría un cargo del partido al que recolocar y eso de quedarse sin sueldo y cuota de poder no lo desea nadie y menos en tiempos de paro y crisis como estos que nos atenazan.
Hoy es lunes festivo. A partir de mañana comienza el lento deambular de este nuevo año al que ya le han colocado grilletes en sus tobillos desde los últimos días del año pasado. Después de los anuncios en tono casi tétrico de la Sáenz de Santamaría a ver cómo se estimula el consumo general de los españoles. Si no hay consumo no hay empleo; si no hay empleo no hay ingresos para que el Estado pueda cubrir los servicios públicos que necesita la ciudadanía. Un monstruo que se devora a sí mismo sin solución. La administración pública podría adelgazar mucho y en poco tiempo pero quedarían fuera militantes de partidos y otros advenedizos a la función pública que además no tendrían dónde ir porque no saben hacer nada. De ahí que D. Francisco de la Torre ya haya anunciado para tranquilidad de sus allegados que seguirán siendo desempleados de lujo, esto es sin trabajo ni funciones pero con un sueldo mientras él gobierne la casa. De ahí que las Diputaciones continúen en el organigrama estatal como reinos de taifas donde recompensar favores e, incluso, donde las cuotas de poder de una u otra corriente de uno u otro partido encuentren su propia cueva. De ahí que un gobierno recién elegido actúe como aquel personaje de José Tomás de Lampedusa que cultivado en el cinismo explicó que era necesario que todo cambiara para que todo siguiera igual, esto era, en manos de los poderosos como él. Y así sigue. Este año que hoy se inicia será el primero de una época en la que gobernarán iguales siglas en Madrid, Málaga ciudad, Málaga provincia y pronto en Sevilla. Malos tiempos para que gentes del partido queden en la calle, todo seguirá igual aunque descrito en sucesivos episodios con el tono telenovelero de la Soraya. La esperanza de un año mejor por ahora viaja en los sms.