Mi otro yo

17 Oct

La física cada vez está más cerca de la teología y alude a conceptos ininteligibles para el humano medio que se limita a pasar el día sin que algún disgusto extraordinario más allá de los habituales lo doblegue mediante infarto u otro de esos mecanismos biológicos con los que la naturaleza nos escribe el punto y final. La vida e incluso el Universo tiene sus propias leyes, tan incomprensibles como algunas sentencias judiciales pero esto es lo que hay y en esta sencilla oración se resume un inmenso manual para aprender a vivir la vida. Lo que hay. Pero en nuestra genética también albergamos algunas proteínas para la rebeldía y del mismo modo que Francisco de la Torre se alza contra el camino de jubilación que le indican sus compañeros de partido, el humano se obsesiona en saber qué hay más allá de lo que hay, o en luchar contra lo establecido. Así ocurre que del disgusto pasa uno al enfado, y de ahí a la depresión que se encargan de jalear la llegada del punto y final al que antes aludí y al que no necesito explicar para que se entienda a qué me refiero. A causa de una lectura me encuentro en la fase de desazón. Nunca me gustó el fútbol ni el deporte en general a causa de un cierto egoísmo con que me conduzco en la vida. Soy incapaz de identificarme con alguien que gane algo y no sea yo. Cuando once o cinco tipos musculados y heroicos ganan algo provocan mi frustración porque no estoy ahí entre los elegidos para la gloria. No he llegado al punto del Mocito Feliz que se sitúa junto a los famosos para que lo saquen en las fotos de una existencia donde sueña con hallarse inmerso, pero opto por ni ver ni asistir a ningún espectáculo que incluya la victoria de alguien. Maneras de vivir. Sin embargo este método mío de conducir mis horas se ha visto afectado. No me refiero a que ahora estén triunfando algunos personajillos de política local y provincial que gracias a una rápida reconversión ideológica a lo María Magdalena han roto el carné que antaño les proporcionó trabajo y han bordado de rojo alguna camisa azul para que alguien los redima en un nuevo amanecer con magnífico sueldo y privilegio de ladrar a sus antiguos camaradas cual perrillos de guardia de asalto. No. Me refiero al Universo. Así, mayúsculo.

El Universo, según los físicos, a cusa de un capricho energético resumido en una sencilla ecuación de 9000 páginas, durante algún nano-segundo en el inicio del Big-Bang creó otros universos en paralelo. Como nuestra existencia resulta de la combinación finita de unos elementos, si la cantidad de universos es infinita, se deduce que estamos repetidos y además con todas las combinaciones biográficas posibles. Esto es -y en este punto ya sentí náuseas-, no sólo existe en algún recóndito lugar del espacio un yo que vive en una ciudad limpia, con una inmensa mayoría de vecinos educados, con políticos cerebrados e instituciones que funcionan y demás, sino que hay por ahí otro yo al que le tocó la lotería primitiva hace años y ahora se está bañando en una piscina repleta de chicas Play-Boy, y además frecuenta amistades con pasta como él y el único mal rato que conoce es que no sabe lo que es un mal rato. Aquí hay un hombre que dice ay. Esa visión es demasiado para mi. Lo único que me consuela es que si continúo la deducción de esta teoría quizás yo sea al que le va mejor de todos mis yoes y este sea el mejor de los universos para mí. Espero que en los demás lugares no alcancen una tecnología superior a la nuestra y me aparezca por casa un tipo igual que yo pero desarrapado y sucio en busca de cariño y un hogar que le negaré por supuesto aunque me amenace con publicar algún que otro episodio mío íntimo y vergonzoso que él conoce porque él es yo y yo soy él. Pero yo habría triunfado dentro de la modestia a la que el Universo me ha condenado, él no. Este sentimiento de podio gusta al humano medio en general y a prebostecillos públicos en particular que no pueden evitar el sueño de que este Universo los trató bien y esto hay que hacerlo pagar a otros, esos quienes quizás en otra dimensión ahora mismo están pateando sin piedad las costillas de aquellos por esos vuelcos universales del azar, siempre, siempre imprevisible.

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