Quistes machistas

6 Jun

Cuatro mujeres murieron la semana anterior por violencia machista. Hay formas de razonar el mundo que se enquistan como los piojos en la escuela, o las garrapatas en las chabolas del pensamiento. Durante esa semana anterior en que las noticias a diario enarbolaban un luto de titulares más negros aún que su tinta, me entero de que un tipo levantó a su mujer por los pelos desde la silla en que se hallaba sentada junto a él y otros familiares en la terraza de un bar en Málaga. Nadie hizo nada. Parte de la clientela se marchó ante tal numerito. La familia medió en el conflicto. Los responsables del bar ni intervinieron ni llamaron a la policía. Aquí paz y después, en el hogar, que continúe el infierno. No explico a los lectores más porque no viene al caso y estoy obligado a mantener un cierto hermetismo con esta información, ya hay órganos públicos que están funcionando para que el desesperanzador panorama en que esa mujer vive se corrija. Esperemos por ella que esta historia finalice como debe, en los tribunales. Curiosas las reacciones de la sociedad española ante este fenómeno de violencia por causa de género, es decir, por simple debilidad física, y sobre todo psíquica, de alguien frente a otra persona con la que tiene que convivir hasta que su muerte la deje libre de esa esclavitud. En un país donde los programas televisivos con mayor audiencia se basan en que la pantalla se transforme en mirilla hacia la mísera alcoba de otros, sin embargo, se respeta la sacro-santa intimidad del matrimonio en especial si va acompañada por golpes e insultos. Nadie quiere problemas, nadie quiere meterse en la vida de nadie, ni siquiera aunque los síntomas de la desgracia se manifiesten en la terraza de un bar en contraste con una alegría ambiente casi veraniega. Aún se camuflan entre nuestro universo conceptual abundantes párrafos con quistes machistas. Su interpretación de los hechos se basa en que el matrimonio es asunto de dos y que nadie tiene que meterse en cuestiones de pareja, que luego se reconcilian y queda en mal lugar quien intervino. Esa encrucijada desagradable en que se hallaría cualquiera que atravesase la puerta para ayudar aparece como resultado del primer aserto, el matrimonio es de dos. Vemos que un círculo de deducciones rueda hacia el mismo punto como noria que no se detiene a pesar de la desgracia que cada mes comprobamos que expande. Veintiocho asesinadas en lo que va de año y esto no ha acabado.

Contra este ideario poco se puede hacer. Fui testigo de cómo ante una llamada telefónica por un maltrato, al menos de amenazas y a voz en grito, cuatro patrullas de policías municipales acudieron en menos de tres minutos. Las campañas de los ministerios, la Junta y los ayuntamientos son constantes y bien diseñadas. En los institutos se enseña desde hace años la necesaria igualdad entre los géneros. Por último, los medios de información difunden con mayor frecuencia de la deseable las biografías de esas mujeres muertas o amenazadas sobre las que planea como sombra de buitre el denominador común del “la mato porque es mía”. Cualquier maltratada tiene miedo. Ese pánico cala en lo profundo como el óxido y distorsiona la visión igual que una neblina muy densa ante los párpados. El maltratador se siente seguro porque su víctima justificará esa situación dañina que padece y nunca se atreverá a plantarle cara o a intentar ser violenta como él. El miedo metódico atenaza como cadenas. Un estado mental al que se llega por los mismos senderos. Se empieza por un insulto cada vez más degradante. Luego, algún plato contra la pared por cualquier diferencia culinaria. Este acto se puede aderezar con algunos correazos a los hijos por mor de su educación. Por último, unos guantacitos a la mujer cuando no sepa evitar un momento de tensión porque el padre de familia llegue borracho o estresado. Así se gesta una pesadilla en el recinto para el descanso del guerrero. Si además los golpes se producen en un ámbito público y la familia sabe lo que sucede y nadie actúa, la sensación de impunidad para el maltratador será absoluta. Aún subsisten esos modos de concebir la convivencia como el estado en que el macho desahoga sus nervios sobre el rostro de su mujer. Tampoco es tan grave. Cosas de enamorados ¿verdad?

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