Tabernas y consistorios

4 Abr

El espectáculo que se orquestó el viernes pasado en el Ayuntamiento de Málaga fue eso, un espectáculo, orquestado por sabe dios quién, pero que se escenificó en un lugar impropio para ello. La cosa va así. Un periódico, La Opinión de Málaga, que siempre se ha distinguido en esta ciudad por transmitir información a sus lectores sin mirar el carné ni las simpatías políticas del objeto de sus miras, ha publicado unos datos, da-tos, objetivos sobre actuaciones de dos concejales de Málaga; como no siempre es cómodo ni agradable que los medios cumplan su función primordial de servicio a la ciudadanía, pues se organiza un ataquito, con disfraces, lemas en contra de este periódico y descalificaciones a nuestro compañero Javier García Recio, conjunto de necedades que lo único que demuestra es que este periódico está haciendo sus deberes. Aunque políticos y mangantes no lo crean, un periódico no debe estar confeccionado por la lista de farmacias de guardia, rodeada por un libreto de alabanzas a nuestras autoridades. Siempre va más allá de los folletos del súper y de la crónica rosa. El periódico no monta la basura, denuncia dónde está y quién la ha generado. La palabra se rebate con la palabra entre gentes civilizadas y educadas pero, como dice la Biblia, de la abundancia del corazón habla la boca; el otro día en el pleno del Consistorio se vertió la suficiente excrecencia oral como para que aquello semejara una taberna. El problema de esta característica con la que últimamente se adornan bastantes instituciones es que, según ese ejemplo, las tabernas no se van a convertir en salones de Versalles cuando arrecie la discusión política. Si un concejal, por ejemplo Manuel Díaz, llama a otro de la oposición “miserable”, y De la Torre indica que no detiene esa verborragia porque no se ha dicho esa palabra con ánimo de insulto, ruego a la Real Academia de la Lengua que otorgue a Don Francisco un sillón para que redefina el término “insulto”.

Recuerdo una anécdota que oí atribuida al malagueño Marqués de la Paniega a quien alguien de la oposición parlamentaria le espetó que cierta reunión a la que el Marqués había acudido se convirtió en “una taberna burdelaria”. El Marqués, hombre educado y sagaz, respondió: “Taberna no, porque estaba yo. Burdelaria tampoco porque faltaba usted”. Los tiempos en que el Congreso olvidó los modales condujeron a la política por los caminos propios de los matones de barrio y el cuento acabó en la Guerra Civil. Que un grupo de señoras decidan defender a sus concejales por quienes sienten una devoción “mu grande” es hasta tierno. Podría constituir una escena de los Quintero. Si es cierto que eran trabajadoras municipales o asimiladas que abandonaron su puesto de trabajo para montar ese festival, el sainete debería tener letra rimada en los juzgados. En cualquier caso, la responsabilidad de los propios concejales, junto con la mayor responsabilidad del alcalde tendría que haber disuadido al grupo allí congregado tanto de la mascarada como de las intervenciones fuera de tono y momento. El acto constituyó una falta de respeto a una institución pública. El Ayuntamiento ordenó la retirada de un cuadro de la Plaza del Obispo durante la pretendida noche artística del año pasado. La policía municipal consideró el tema tan ofensivo que pasó con su furgoneta varias veces sobre la obra expuesta a la que algún prebostecillo juzgó irreverente junto a la Catedral. Sin embargo, ese respeto debido a todas las instituciones y organizaciones no es aplicado con igual miramiento por nuestras autoridades en los espacios de debate político. Imaginemos que a todos los concejales les diera por repetir igual numerito con acompañamiento de acólitos durante cualquier otra situación incómoda. Uno ya no pide a los representantes del pueblo que exhiban la agudeza verbal de aquel Marqués de la Paniega, ni siquiera agudeza, pero al menos que no conviertan las zonas parlamentarias en tabernas, ni se comporten ante los medios como porteros de burdel. Un poquito de educación verbal. Si la conocen, claro.

2 respuestas a «Tabernas y consistorios»

  1. Es que son tan “campechanos” y del pueblo…que se acaba con el más nimio atisbo de “savoir faire”. Estarán aprendiendo de la santa madre televisiva.

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