Problemas de fe

28 Feb

Cuando era pequeño, y como casi todo este país católico por imperativo legal, asistía a clases de religión obligatoria sin que me cuestionara a qué clase de religión asistía. Era cómodo, no había que pensar, sólo recitar los misterios contenidos en las preguntas y respuestas automáticas del Catecismo, a los que la fe otorgaba la posibilidad de lo imposible; ni siquiera lo inabarcable alteraba la conciencia. No pensar, creer. No intentar caminos, seguir la senda. Crecimos con una imagen preconcebida de lo bueno y lo malo que identificaba al instante lo bueno y lo malo. De aquellos días aún recuerdo (mentira, me lo ha recordado mi padre, gracias papá) las instrucciones que el pecador arrepentido debía seguir como paso previo a una confesión eficaz; incluían el dolor de corazón, el decir los pecados, el propósito de enmienda y el cumplimiento de la penitencia. España ha cambiado como de un mundo a otro; nada tiene que ver el país donde arrastro mi madurez con aquel por el que de niño correteaba. Aquella didáctica adoctrinó también a generaciones recientes en la costumbre de calificar los actos como buenos o malos según ideario previo. Quede lejos de nosotros esa moderna costumbre del pensar, dijo un Rector decimonónico. Y así ha sido por tradición al hispánico modo. Una sociedad con el peso de la fe en sus meninges y, a veces, con el uso de la razón como en un eco al fondo. Hoy lunes celebramos en Málaga el día de Andalucía con unas cifras de endeudamientos municipales que aterran, 17 millones de euros en nuestra provincia, la capital aparte. Sospecho que esas cuentas en saldo negativo se podrían multiplicar por ocho según las zonas que componen nuestra región. Veremos si los andaluces no volvemos a ser lo que fuimos, hombres que hacia Alemania nuestros pasos dimos. Perdonen esta desilusionada recomposición del himno.

Los ayuntamientos en general se han comportado durante una década como una inmobiliaria capaz de asfaltar todo su territorio. Una vez tapiada España que la derruyan y la levanten de nuevo. La fe en la eternidad del ladrillo, en la intemporalidad del mármol y el metacrilato nutrientes de las arcas municipales. Pueblos con menos vecinos que cuatro bloques de Nuevo San Andrés, por ejemplo, disfrutan piscinas magníficas. Tienen derecho a ello, claro está, siempre que puedan pagarla, habría que apostillar. Incluso muchas alcaldías han cultivado entre los ciudadanos la costumbre de no pagar por ver conciertos y actuaciones de ídolos juveniles que sangraban, previo permiso de la autoridad, al erario público con un caché desorbitado. La fe en que algún dios repondrá lo que falte en la caja. Ahora, las distintas instancias y escalafones políticos han comprendido que el tan vociferado estado del bienestar cuesta dinero. La fe en que los euros, como los lirios del campo, brotan espontáneos en el Banco de España. La Ley de Dependencia, cuarto pilar del estado del bienestar –así ripioso- se ha convertido en una columna de azotes; según parece se aprobó sin que nadie hiciera las cuentas de cuánto costaría a los ayuntamientos esas infraestructuras. Una idea considerada buena de por sí sobre la que no había que calcular nada más, ni siquiera si sería viable en momentos de crisis. La fe, que mueve montañas pero no ingresa el impuesto correspondiente. Ahora con los números rojos sobre las mesas consistoriales, por parte de los ayuntamientos ha habido confesión de los pecados e incluso penitencias, sobre todo bajo custodia de la guardia civil. Respecto al dolor de corazón y al propósito de enmienda, sabe dios. A mí no me queda ninguna fe.

4 respuestas a «Problemas de fe»

  1. ¿Digame, porque ahora hay mas gente que nunca que se hacen leer las cartas y van a videntes?. La sociedad no ha cambiado, aunque usted diga lo contrario. Es mas observo que ahora mas que nunca se han vuelto mas espirituales y creyentes, bien por el esoterismo o por el consumismo y tecnocracia

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