El “Pourquoi pas?” –¿Por qué no? en francés- es un bar nocturno de Torremolinos que dirige la bordolesa Maite desde fines de los años sesenta. La disposición de los botelleros, su decoración, los vasos y la afabilidad de su dueña aún custodian una gran porción del espíritu y alegría de vivir –la joie de vivre- que desde aquella década consiguieron para Torremolinos un espacio singular en el imaginario de todo el mundo. Maite, contagiosamente jovial, nos corrobora cómo el americano James A. Michener en su novela “Hijos de Torremolinos” (1971) acertó cuando comparaba aquel pueblecito aún blanco, todavía incierto en los grandes mapas, con un Shangri-La, punto de peregrinación al que había que acudir de modo obligatorio si alguien quería paladear los aromas de la noche, la libertad y las risas. Un personaje huye de Estados Unidos para no ir a la Guerra de Vietnam y, paradojas de la Historia, se encamina como tantos otros hacia una España de dictadura, iglesia e ignorancia. Torremolinos, más que de Franco, se había convertido en una ciudad franca, refugio para exiliados de toda tierra e incluso de sí mismos a la busca de un hogar y un tiempo perdidos. El “Pourquoi pas?” aparece en la novela junto a otros locales míticos. El único que ha soportado esa batidora de negocios rápidos y especulación en que se convirtió la Costa. Asoma la nostalgia de Maite en su voz cuando recuerda que en aquella Torre de Babel no se dormía por voluntad de estrujar las horas hasta la última gota de su zumo. Hoy todo ha cambiado; el tiempo juzgará.
A Michelle Obama le está costando caro este viaje y no sólo por el desembolso monetario, sino por el filón de críticas que ha entregado a los contrincantes de su marido. En algún artículo aparece como la moderna María Antonieta. En Estados Unidos no comprenden que sus políticos veraneen más allá de sus fronteras. Si quería una playa, le argumentan, tenía a su disposición California, Florida o la tranquilidad de sus inmensos parques nacionales, donde descansaron en familia los Bush o los Clinton. La señora Obama nos ha hecho un favor del que sabía que pagaría un gran precio. Pero ha devuelto la Costa del Sol a un espacio preferente en los escaparates. La elección de nuestra Málaga tampoco ha sido tan casual; reúne una serie de condiciones de seguridad, instalaciones hoteleras y comunicaciones que, con inmenso esfuerzo colectivo, lustro a lustro se han ido consolidando desde aquel despertar al exterior que el régimen franquista concedió a este litoral donde se permitían actitudes e ideas perseguidas diez kilómetros al norte de Calle San Miguel. No volverán, querida Maite, aquella bohemia setentera de Torremolinos, como la del París de Edith Piaf, o la Ruta 66 de los Beat. Ahí quedan la memoria y los nombres ya cercanos al mito. La visita de la señora Obama de nuevo ha impulsado Andalucía hasta los titulares de esta aldea ahora global. Un chiste americano explica que ante la vista de un pájaro que vuela muy alto, el francés escribe un poema, el americano lo imagina en un diseño publicitario y el español busca piedras para abatirlo. Esperemos que sepamos aprovechar este motor que nos han regalado. Mientras, si quieren redescubrir este Torremolinos que también es su casa ahí están la novela de Michener, incluso gratis en Internet, y tras su lectura, la barra del “Pourquoi pas?” una reserva sentimental que no tiene precio.
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