El paro en Málaga

2 Ago

Desde hace dos años, un tinte de desconsuelo mancha los titulares cada vez que publican los datos del paro en Málaga. A pesar de que durante este verano el turismo exhiba un tono bronceado en las cifras de viajeros, a pesar de que el sector servicios sea el soporte tradicional de las finanzas domésticas malagueñas, el paro apenas ha descendido en mil cien personas. Las lecturas políticas como siempre transcriben el color del cristal con que los números se miran; para unos confirman la lenta recuperación, para otros la lenta agonía. El desempleo mina la moral de sus víctimas como un cáncer que, además, propaga otros muchos males en este organismo colectivo que significa la sociedad. Delincuencia y violencia en rima con otras excrecencias atentan contra la calma y paz necesarias para que cualquier país prospere. De peores circunstancias hemos salido, habrá que pensar. Esto son ciclos y cada vez más cortos, tendremos que tararear como cántico invocador del alza en la economía. Los sueldos bajan, la inflación sube, la agencia Moody’s, oráculo de Delfos, está a punto de quitar a España la única triple A que aún conserva, y el FMI lanza agua fría sobre cualquier optimismo de avancarga contra el desánimo. Sube el Euríbor, poquito a poco, pero ahí fastidiando, absorbiendo céntimos de los bolsillos cada vez más apretados y encima contentos quienes con su sudor paguen sus deudas. En mitad de este panorama tormentoso Málaga exhibe indicadores aún más preocupantes que el resto de provincias. La hostelería no basta para engordar, siquiera tres meses, el número de personas ocupadas. Las cifras que se auguran nefastas, por tanto, van a ser las de octubre y quieran todos los dioses que yo esté equivocado. El paro sí que tendría que estar prohibido en los parlamentos y consistorios.

Igual que los espetos y el ajoblanco, el paro malagueño aparece sobre los papeles con características propias. Los años de la dependencia de la construcción ingresaron dinero rápido en las familias a cambio de que los jóvenes se lanzasen hacia las hormigoneras para realizar tareas de poca cualificación pero bien remuneradas, sobre todo, si se relacionan con el nivel de estudios exigido. Ahora, la vuelta a los libros es complicada y el reciclaje laboral aún más. Una buena parte del personal en paro no dispone de las herramientas intelectuales que le permitirían el abordaje de otras actividades con éxito. La ausencia de estudios elementales combinada con pagas que permitían comprar coches pomposos en meses provocó que el abandono escolar creciera como bizcocho en el horno. La situación para los titulados no se puede dibujar hoy con una sonrisa; bajos salarios, infra-ocupación y ausencia de perspectivas mejores de futuro aterran la vida laboral del trabajador con credenciales. Cierto, pero disponen de un armamento privado, en forma de capacitaciones, que le facilita el cambio de rumbo vocacional. Las últimas cifras del paro malagueño asustan; la cuarta provincia de España en número de desempleados. El ladrillo no regresará con igual ímpetu y el turismo no genera empleo ni suficiente, ni estable. No sigo. Que cada quien extraiga sus conclusiones, pero parece que asistimos a una reconversión bestial de los sectores productivos que nos daban de comer. Parados, sin formación y casi sin subsidios, un cóctel desabrido, como un Bloody Mary, pero sangriento de verdad.

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