Se están celebrando en la Caja Blanca de Málaga una serie de conciertos bajo el apelativo “Wild”. Unos grupos de música exhiben su arte y al Ayuntamiento, de quien depende este edificio, no le cuesta nada. El espectador paga su entrada y consumiciones para que de ahí obtengan beneficios, o pérdidas, músicos y organización. Nada de esto sería reseñable si no es porque las instituciones públicas, todas y en carrera de tonto el último, han acostumbrado a la sociedad a que los actos culturales sean gratuitos y a cargo de los impuestos; así, por ejemplo, las ferias de toda España están presididas por carteles de orquestinas con repertorios de bailables, junto con bandas y solistas de moda. En esos detalles se comprueba la labor que un consistorio desarrolla por sus vecinos; para que no se produzcan enfrentamientos sobre si Jesulín o Mago de Oz pues a ambos y gratis, por supuesto. Con el fin de aclarar malentendidos, muchos consistorios separan la concejalía de cultura, en manos femeninas por regla general, de festejos, con presupuestos de mayor envergadura. Esta costumbre de que las instituciones se hagan cargo de los eventos culturales ha expandido hábitos nefastos, además de grandes beneficios de toda índole para quienes designe el dedo del poder europeo, nacional, autonómico, provincial y local, como custodios de la antorcha cultural del pueblo transmutada en museos, orquestas, teatros, cinematecas, patronatos, centros, fundaciones, institutos o servicios con abrevadero a cargo de los presupuestos.
Asistí a una conferencia en el Museo de Arte Moderno de Nueva York sobre Andy Warhol. Compré una entrada (diez dólares); para mi sorpresa incluía canapés y vinos de Long Island antes de la mesa redonda; allí anduve junto al manager de The Ramones, el fotógrafo habitual de Warhol, varias de sus musas y parte de la intelectualidad neoyorquina. Tras el encuentro, el público podía asistir a la discoteca para celebrar el cumpleaños de Warhol, incluso a una cena con los conferenciantes, eso sí, mediante otro pago. En España el conferenciante cena junto al responsable del evento y señora, lo acompañan el funcionariado afecto, y algunos amigos elegidos para la fama y la gloria, camaradas más del Jefe y Señora que de quien haya venido a culturizar. La factura corre a cuenta del erario público y hay quien se siente orgulloso de su gestión cultural porque ha eliminado la carta de vinos de estos ágapes y ya sólo figuran agua o cerveza. El presupuesto de cultura en toda España se diluye más en sueldos de personal y gastos protocolarios que en actos efectivos. Durante los noventa de este siglo la poesía española vivió una curiosa polémica durante la que una corriente lírica era atacada porque recibía premios y sus miembros iban mucho a cenar con cargo al tesoro público. El grupo que organizó esta revuelta ha conseguido el poder, o sus familiares, con lo que ya cenan satisfechos y cobran premios. En otros ámbitos, mediante la excusa de comprobar tendencias, más de uno ha comido en Nueva York, Londres y Tokio a costa de todos nosotros. Así es la cultura subvencionada. Con los conciertos Wild mis amigos de la organización, sí, mis amigos, promocionan cultura sin costo para el contribuyente y llenan de contenido un espacio público que es lo único que las administraciones deberían habilitar y en muchos casos, ni eso. Escribo Wild 1, porque quiero asistir a un Wil 2.