Llega el verano y mi cuerpo está igual que desde hace muchos inviernos. Una cierta presión del ambiente, a la que no obstante permanezco inmune, me conduce a devaneos con el programa informático que una prestigiosa clínica ofrece en su página. Allí uno copia su foto de cuerpo entero, constata (aunque con mentirijillas inocentes) algunos parámetros como peso, edad, o complexión, y el ordenador figura un desnudo aproximado al cual se le pueden realizar liposucciones virtuales o injertos de prótesis. En mi caso, ya digo que apenas necesito algún retoque, caprichos que me hagan sentir seguro en la playa, el trabajo, la discoteca, el autobús, museos (sobre todo de cera y antropológicos), bares y restaurantes, bautizos, bodas, comuniones, bibliotecas, almacenes en general, los aparcamientos públicos, los urinarios, o en los festejos y saraos de tronío a los que considero que me rara vez me invitan quizás por mi aspecto que, reconozco, algo he descuidado hasta la leve repulsión colectiva. Apenas pretendo alguna mínima pincelada de manos quirúrgicas, como aquel peluquero de «Muerte en Venecia» decía al protagonista que en su vejez correteaba ridículo tras un efebo, devolverme a mí mismo lo que naturaleza me robó.
Comienzo. Reduzco mi barriga y cintura; una vez hecho esto, me implanto músculos ventrales que me transformen en la coraza de un general romano. Sin embargo, compruebo un cierto desajuste con la flaccidez de los pectorales a los que también inyecto silicona, pero no en formato globo, no crean, sino como la parte superior de la coraza romana, guiado por el modelo que exhibía el mismísimo Julio César. Otra operación me reconstruiría los hombros, tras las intervenciones iniciales, ahora desproporcionados en su poco volumen que a su vez exigen unos nuevos brazos. Tras consultas en la literatura médica de algún pequeño reino aún no reconocido por la ONU constato que también pueden ser modificados, al igual que las piernas y pene. Afirmo y reduzco glúteos y ya está. Pero ahora no termino de encontrarme acorde con el rostro. Noto algunas incoherencias de medidas. Una vez entrados al quirófano lo mejor es que todos estos asuntillos se solventen a un tiempo. Programo pues un estiramiento del cuello, grosor de labios, modificación de la mandíbula, remodelación nasal, y ya puestos una siembra capilar completa. Sobre la pantalla contemplo, entre lágrimas de emoción, a ese gemelo de Conan el Bárbaro que tras el espejo siempre intuí, aunque con algún efecto secundario como de prostituta cabaretera. Solicito cita al cirujano y otra al director de mi banco que amabilísimo declina cualquier posible encuentro durante las próximas dos décadas. Veré cómo soluciono este detalle. Se vive una vez, y dentro de dos días celebramos una reunión playera de antiguos alumnos en la que quiero exhibir este palmito con el que la edad, confieso, fue algo traicionera, pero a la que derrotaré con el poder de la inteligencia humana. Se me olvidaban los rayos UVA. Ah, y un nuevo bañador, tanga por supuesto.
Cirugía estética
13
Jul