LA NIÑEZ ILUSTRADA
Entre las calles poco conocidas,
los pisos sin fortuna rebosaban
de broncas y de golpes fácilmente;
el paro, el poco sueldo
o las desilusiones
asediaban la paz de la familia,
mensajeros de un Dios menospreciado
a la busca de algún altar propicio.
Este era nuestro pan cada jornada,
la imagen simple y sepia de la vida,
la puta realidad
paciente como un francotirador.
Imposible jugar entre los coches;
los locales repletos de basura
nos cobijaron cómplices
en un barrio sin parques ni alamedas.
Siempre fue tonto el último en correr,
y los golpes le daban la medida
del lugar asignado por la tribu.
Paco “el bala” tenía fijo el puesto
entre los perdedores de la escuela
y quiso demostrarnos sus cojones;
golpeó con un martillo el proyectil
que, mientras lo dejaba manco y tuerto,
hizo el favor de darle un nombre propio.
Así se convirtió el niño en ejemplo
de que los héroes suelen ser mediocres,
pero con más fortuna que nosotros.
RONDA OESTE (N-340)
Se alzó junto a mi casa como un premio.
Aquella arquitectura de prodigios,
pronto fue una conquista bucanera;
excursiones felices por arcenes
repletos de despojos:
latas, preservativos, pintalabios,
algún tubo de escape.
Un álbum oxidado en la desidia.
Las noches con matrículas exóticas,
imaginaba alegres pasajeros,
sordos a los encantos
de la quietud fingida del hogar;
el camino de rosas hacia hoteles,
y tarjetas con crédito.
Nunca encontré sus límites.
Ahora circulo rápido por ella,
evita retenciones,
engaña a la ciudad y me devuelve
con desprecio el peaje obligatorio
de las horas que entrego cada día.
ASESINOS
Con quince años,
fuimos ya servidores de la muerte,
mensajeros sin causa
del breve telegrama sin destino,
apenas un motor, la máquina inclemente,
del vodevil que inicia el espectáculo;
luego, su aparición fugaz en la opereta,
con artes de tahúr ensimismada
en sus vicios grotescos
por sabidos.
Quizás la muerte exige sólo muerte,
y punto:
Por la cola, los gatos pendían de los techos
con cierta dignidad ante la farsa;
provocaban las risas al acertar los dardos.
Y las muecas convulsas de las ratas
con la inyección de ácido en los ojos.
O el fiel y noble aullido
de los perros que ardían,
la magia de la hoguera,
como una bailarina de estriptís
que encerrara el deseo
en la luz de su ombligo.
O los otros -cualquiera-
bajo la tarde roja y malva,
el silencio vencido por los golpes,
de dos en dos atados y corriendo
igual que si buscaran
adelantar las horas, la mañana
que no verían.
La muerte exige muerte a sus soldados.
Nos grabó su tatuaje de sombras al nacer.
No cabrá incertidumbre en mi camino.
LAS DEUDAS DEL JUEGO
No has cambiado:
melena hippie
y un ron cola a las diez de la mañana.
Un rápido saludo delimita,
por compromiso,
tu espacio de silencio y soledad
en una barra llena hasta los topes.
Hora del bocadillo.
Sigues cobarde,
instalado en aquellos días
en los que la alimaña del futuro
lamió dócil tu mano,
sol, discoteca, hoteles a los quince,
y el sello de una uñas en la espalda,
carriles de autopista
favorable a los que echan buenos polvos
en la costa.
Inquietud en la noche,
cuando nos enseñabas
las frases convincentes del inglés,
los trucos para abrir sujetadores
o para abrir las piernas;
orgullo del trabajo
y el goce de contarnos tus proezas
antes de irte a la playa,
en autobús.
La suerte previsible
te dejó en cama y solo,
supurando el vacío de las horas sin rumbo,
calles enmohecidas
por un ritmo viscoso, señor nuestro.
Yo pago, te debía las leyendas,
el mundo diferente más allá de esas tardes
diluidas en el cáliz de una iglesia,
o en un partido absurdo con pelotas
de papel en la acera,
esquivando con miedo
algo incoherente,
oculto en la palabra vida.
DOCTRINA URBANA
El día de verano se levanta
tras el escape libre de las primeras motos.
Un viento, que es dulzura, dormirá
faroles e inquietudes.
No conoce alambradas
la ambición del termómetro;
y el sol, con la certeza del silencio,
secará cada nombre,
cada combate.
Lo entiendes,
cuando ya has sumergido
el calor en tu cuerpo,
sin huida posible.
El día será fiel a su estrategia,
inmóvil,
igual que el evangelio
donde la honra alumbra a la desgracia.
Son unos pocos trucos esenciales.
Primero, en la nariz
y cuando el dolor nuble su equilibrio,
en la boca.
Él o tú. Y ya sabes que los hombres
no pueden ser piadosos, ni maldecir el daño
que cultivan. Y nunca
Inclines la cabeza,
el perdón es limosna de cobardes,
sea su muerte la paga del desprecio.
COSTURERA EN EL JARDÍN
Los jardines del barrio
casi no ven el cielo que desgarban los bloques,
y en la fuente
entierran su ternura, triste por el olvido,
peluches y dibujos;
orina, polvo y lluvia.
Pero ahuyentan el orden impreciso,
el martilleo exacto de metrónomo
con que la soledad asfixia.
Fecunda el sol de tarde,
aunque frío,
las escenas campestres del mantel,
y brillan las agujas en el pecho,
galones sobre el luto
por servicios prestados.
A veces la costura pesa,
quizás vista cansada
de seguir a las horas que se escurren;
entonces se remansa en su pupila el tiempo,
como un lodazal
que hará fértil la siembra del hastío.
El desencanto teje cada día;
no hay dedales que eviten las puntadas
de un péndulo en reposo.
JUANI LA LOCA
Basura.
No hay contenedores.
Son útiles las bolsas en las fuentes;
arden, de vez en cuando,
y compiten los niños
que mean desde muchos metros sobre las llamas.
Están rojas e inmóviles, las pupilas de Juani,
espejo de otro mundo ante la hoguera,
su túnel interior con luz de niña débil;
una caja de música en silencio,
rota por la eficaz orina de los niños,
los insultos y golpes.
No se limpió el meado ni la sangre,
según los testimonios,
fue apacible su gesto, mientras apuñalaba
a aquel chulo del barrio;
solamente en sus ojos,
el azul ya enfermizo de la hoguera.
Huyeron los demás intimidados
por aquella concordia tan contraria:
Aquí, la mansedumbre nunca había cubierto
con su manto a la muerte.
Después, sobre el portal, las luces,
la nerviosa sirena azul-naranja,
policías y médicos, sus padres,
al fin, libres de aquel castigo.
Las bolsas de basura arderán otras noches.
Juani la loca,
el cuchillo, el psiquiátrico,
su libertad, las manchas de las calles.
PERROS EN LA NOCHE
Con miedo,
mortecinos de día, imperceptibles,
olisqueando el desprecio,
o la supervivencia cabizbaja
del reproche en las sobras.
Yo urdía con su imagen,
cuando la cena
quebraba el frágil rato de los juegos,
una legión famélica,
amigos que vencían
el hogar, su liturgia.
No los vimos ninguna tarde;
regresaban a oscuras,
quizás acompañados por el frío.
seguían el silencio,
las trochas entre escombros,
los charcos, la paz sucia
de los signos con tiza
que celebraban el coño de la Paqui
o que alguien tiene cuernos.
En sus fauces traían soledad.
Furtivos,
expoliaron los cubos de basura,
y mi vigilia,
miedoso fanfarrón sin guardaespaldas,
mientras la podredumbre fuese el calor del aire.
A veces, mi hija llora por la noche,
al despertarme siento
una inquietud sureña
por la combinación de noche y llanto;
en la distancia, algún ladrido.
No sé evitar que mi hija
oiga los perros.
LOS BARRIOS FAMILIARES
Las esquinas parcelan como agujas
este molde de hastío,
estratos superpuestos que se tiñen
con cortinas y vaho noble
de café vespertino en los cristales,
cuando en invierno duele la ventisca,
camino del trabajo.
A la luz de los pobres
voltios, calla el papel pintado,
conflictos hogareños
en que la sangre,
bendecida por santos de culpas y escayola,
casi no deja huellas
en la imitación plástica
del suelo de parqué.
Huye por los desagües, el lamento
de quien ve en la derrota
el tatuaje que infecta su destino.
Anuncia la mañana,
el dolor de los golpes.
LA PROFECÍA
Cubre el polvo, los pasos
vacíos de las sombras
y un calor de injusticia
acompasa la siesta;
éramos hombres libres por las tardes,
de tres a cinco, reyes
del silencio y la brisa
que aturde la conciencia,
que derrite el asfalto.
El único mayor que vigilaba,
espectro mortecino del insomnio,
nos quitó la pelota.
La luz era dañina,
y más, aquel discurso
que, sobre miserables, e indolentes
describía con saña
un amplio repertorio de conjuras,
trincheras enemigas y hoteles engañosos,
donde nunca tendríamos descanso
como perros que intuyen la carroña
en la red de los días.
Mientras retuerce
el aire con las manos,
brutal entre el presagio oscuro de los sueños,
alguien lanzó una piedra;
se hizo quietud el odio
y segura, la torpe derrota de los años
Fue inútil que muriese el mensajero;
reconozco, no obstante, que la vida
tuvo alguna nobleza,
pues, igual que en el cine,
engrasaba el revólver,
cuando nos chivató sus planes.
PAISAJE VESPERTINO
Sonó tarde.
El reloj vuelve estorbo la mañana.
Sin afeitar, la misma ropa
y el llanto
de mi hija que despierta
con una historia absurda sobre el monstruo
que papá llama tiempo, y nunca tiene,
y va tarde.
Luego ayuda el atasco;
y el tiempo, que es un monstruo
japonés, ahora vuela.
De pronto, los almendros
-tranquilidad desnuda al paso de tu coche-
te reprochan los límites del día.
Tras la curva atestiguan
el tributo al divorcio
entre alguien que despierta
y un mundo que despierta
con leyes más piadosas,
más exactas.
FANFARRIA PARA LAS CALLES MUERTAS
Trazaron la ciudad para que el tedio
marcara el ritmo lento de los días
y reclutó vecinos como espías,
soldados sin un himno protector,
devotos de miserias cotidianas,
que, entre el ruido trilero de las calles,
son el coro que canta los detalles
del eterno retorno hacia el sopor.
Besos bajo farolas oxidadas
único acelerón a la tibieza
en las horas que quema la pobreza
de un futuro arrancado de raíz;
cualquier operación, a corto plazo,
así la vida pide que se viva
para poder andar sin perspectiva
y en el fondo de nada ser feliz.
Asfalto mal pintado y coches viejos,
tendederos cargados de colores,
banderas que destiñen los sudores
de edificios quemados por un sol
que vuelve perezosas las ventanas,
palcos donde bosteza el desengaño
viendo el teatro del mago torpe y huraño
que mataba la prisa con alcohol.
RESACA
Mi memoria es un mapa preso
del capricho burlón de un contramaestre
que dictó en el cuaderno un falso rumbo;
No coinciden las fotos con los diarios,
Y los lugares tienen otros nombres.
Se enredan los recuerdos
Entre un viento confuso de preguntas.
ALBA
Cuentan que siempre hiciste la calle en estos barrios.
No es verdad;
hacías los retretes, los ascensores,
o los mismos refugios por horas que hoy ocupas.
Íbamos a tu altar, aquella tarde, oscuros,
bajo el brillo insolente
de las farolas,
miedosos navegantes a merced del silencio.
Desde aquel día, heridos
por los trazos seguros de tu lengua,
volvíamos con ron y Coca-cola,
con frecuencia, con prisa y, claro está,
con dinero,
que cortabas tú a hostias
el mal rollo del chulo que quisiera
follar de balde.
Te encuentro en la autopista;
Como a un cliente novato me saludas,
Y me doy el difícil privilegio
De abrazar la memoria, aunque alborotes,
Si te enredo en posturas imposibles,
Engaños que cobijan
Esta porno-victoria
Sobre tus callejones con ratas y sin luz
Tan lejos de mi mundo.
Me demuestras
Que aunque el sexo se oculte en las esquinas,
O haga autostop en zonas de talleres,
Desnudo junto a un fuego,
En la huida
Deja, según costumbre,
Señales que no borran otros labios.
SOBRE MI AMOR
Cuando lo conocí, pillé una faringitis
a causa de una grave ducha fría;
cosas de adolescentes
que compensaron otras duchas dulces
con la limpia insistencia
del jabón en los besos.
Años después, los golpes de reloj,
el orden en la vida marital;
mundo abreviado e impuro
de duchas moderadas, abstraídas
como las buenas noches
que nos dábamos,
tras lavarnos los dientes.
También hubo algún cuarto ajeno,
postal de vacaciones
en el que adulterar con otro cuerpo
la llama de un calor perdido;
la ducha simplemente higiénica
y un ascensor ruidoso,
que nos devuelve a un vago
proyecto de la noche,
cuando el silencio aturde.
Y ahora esta ducha lenta,
cerrados los talleres
que curaban los golpes
en que se funda el verbo convivir,
punto y final de nuestras duchas,
atrae la esencia líquida
donde nada mi amor:
el cubata que cargo antes de la refriega,
las lágrimas,
los fluidos,
-versos con más verdad que cualquier verso-
la necesidad húmeda
de ser saliva en cada hueco,
en cada borde, o en otra historia;
amor inaprensible que te escapas
por las alcantarillas
çcomo el agua a su origen
para volver rebelde y sin aviso
un instante a mis labios.
DETALLES DE PODREDUMBRE
Nos quitamos la ropa con la rabia
de no estar ya desnudos;
dos perros y un despojo de carne en la pelea
se funden
con la lengua, en la espalda, en la victoria
jadeante que se nubla
junto a un cuerpo
por el placer exhausto.
Patente de la urgencia,
la almohada por el suelo,
qué exquisitas cabriolas,
mi luz, mi piel, mi amor,
¿quién no hubiera apostado por nosotros
al vernos en la cama?
Los días, sin embargo, humedecen los muros,
diluyen los colmillos.
Esparcieron su paz muerta en los besos.
Quizá ninguna de estas cosas,
pero los desayunos
en ausencia a tu lado,
los hoteles con nombres cursis,
el chivato ascensor ruidoso,
tus naipes en las bragas
mi fobia a tu teléfono,
la torpe incertidumbre de la lluvia
camino de mi coche
cuando se despereza, gris, la luz.
CONTRA FANTASMAS DE AMOR
Silenció aquel pantano
sus calles.
Desde la presa,
mi abuelo describía
su juventud, sumiso;
le enturbiaban las novias
el oleaje enclaustrado del recuerdo,
y pretendía ver inútilmente
su adolescencia
bajo la superficie legamosa del agua.
Ninguna tarde vio las cumbres
de los montes cercanos
disolverse en la luz, rojizas,
ni la quietud de espejo que planea
tras el rasante gris de los halcones.
La muerte mentirosa
ancla al tiempo pasado la alegría,
va contigo al retrete
en el mejor momento de la fiesta,
no se corta al pedirte
migajas de minutos o de miedo,
que otra vez le darás
dócil como una puta.
Si no, imbécil, dime,
junto a esta chica,
ojos grises que instruye el diablo,
ahora que son propicias la música, las luces,
y la vida se exhibe transparente
bajo las transparencias de su escote,
¿por qué no abrazas
con gesto posesivo su cintura
y la besas igual que un condenado
a la vida?
Te cobrará la muerte su tributo
sin deducir tus anticipos,
y el fantasma que velas, a estas horas,
es un río en los labios de otro.
MOTIVO PARA TATUARME
“Te llamaba
para que nos tomáramos
unas cervezas.
Estaré todo el día en casa,
por favor, cuando llegues,
telefonea.”
La soledad también aumenta de tamaño
avisa, no es traidora,
susurra desde el jueves,
por esa coincidencia
de todos los amigos
en los pequeños viajes
los fines de semana.
Es fiel y libre igual que el lobo
en el pecho tatuado,
su mirada se fija en quien lo mire,
el temor a sus dientes me da fuerzas
como al piel roja.
Anula con su aullido de silencio
la risa de actriz mala
con que la soledad niebla las noches.
MELODRAMA DOMÉSTICO
En frontal, plano medio, un tipo carga
el tambor del revólver;
otro lo empuña dócil a su suerte.
Huye de alguien.
Las apuestas confirman sus victorias.
Me quedo sin patatas,
y desde la cocina intuyo que el disparo
no fue igual que los otros.
El héroe en primer término, sobre un río de sangre.
Sólo una vez se gana a la ruleta.
Seguro que apretó los dientes
para darle al gatillo;
por fin, tras muchos años, la vio en aquel tugurio.
En su memoria dejo las patatas.
Levanto mi cerveza.
No existe indignidad en la derrota, amigo,
pero uno de los dos, a nuestro modo,
merecía la luz clara del triunfo.
Tuve la fortuna, junto al gran Mesa Toré, de ser el editor de este libro. Es uno de los títulos de nuestro catálogo que más me enorgullecen. Me alegra leerlo ahora aquí. Enhorabuena, J.L.