LOS BARRIOS LENTOS

27 Jun

miraflores

 

 

 

LA NIÑEZ ILUSTRADA

Entre las calles poco conocidas,

los pisos sin fortuna rebosaban

de broncas y de golpes fácilmente;

el paro, el poco sueldo

o las desilusiones

asediaban la paz de la familia,

mensajeros de un Dios menospreciado

a la busca de algún altar propicio.

 

Este era nuestro pan cada jornada,

la imagen simple y sepia de la vida,

la puta realidad

paciente como un francotirador.

 

Imposible jugar entre los coches;

los locales repletos de basura

nos cobijaron cómplices

en un barrio sin parques ni alamedas.

Siempre fue tonto el último en correr,

y los golpes le daban la medida

del lugar asignado por la tribu.

 

Paco “el bala” tenía fijo el puesto

entre los perdedores de la escuela

y quiso demostrarnos sus cojones;

golpeó con un martillo el proyectil

que, mientras lo dejaba manco y tuerto,

hizo el favor de darle un nombre propio.

Así se convirtió el niño en ejemplo

de que los héroes suelen ser mediocres,

pero con más fortuna que nosotros.


RONDA OESTE (N-340)

Se alzó junto a mi casa como un premio.

 

Aquella arquitectura de prodigios,

pronto fue una conquista bucanera;

excursiones felices por arcenes

repletos de despojos:

latas, preservativos, pintalabios,

algún tubo de escape.

Un álbum oxidado en la desidia.

 

Las noches con matrículas exóticas,

imaginaba alegres pasajeros,

sordos a los encantos

de la quietud fingida del hogar;

el camino de rosas hacia hoteles,

y tarjetas con crédito.

 

Nunca encontré sus límites.

 

Ahora circulo rápido por ella,

evita retenciones,

engaña a la ciudad y me devuelve

con desprecio el peaje obligatorio

de las horas que entrego cada día.

 


ASESINOS

Con quince años,

fuimos ya servidores de la muerte,

mensajeros sin causa

del breve telegrama sin destino,

apenas un motor, la máquina inclemente,

del vodevil que inicia el espectáculo;

luego, su aparición fugaz en la opereta,

con artes de tahúr ensimismada

en sus vicios grotescos

por sabidos.

Quizás la muerte exige sólo muerte,

y punto:

Por la cola, los gatos pendían de los techos

con cierta dignidad ante la farsa;

provocaban las risas al acertar los dardos.

Y las muecas convulsas de las ratas

con la inyección de ácido en los ojos.

O el fiel y noble aullido

de los perros que ardían,

la magia de la hoguera,

como una bailarina de estriptís

que encerrara el deseo

en la luz de su ombligo.

O los otros -cualquiera-

bajo la tarde roja y malva,

el silencio vencido por los golpes,

de dos en dos atados y corriendo

igual que si buscaran

adelantar las horas, la mañana

que no verían.

La muerte exige muerte a sus soldados.

Nos grabó su tatuaje de sombras al nacer.

No cabrá incertidumbre en mi camino.

 

LAS DEUDAS DEL JUEGO

No has cambiado:

melena hippie

y un ron cola a las diez de la mañana.

 

Un rápido saludo delimita,

por compromiso,

tu espacio de silencio y soledad

en una barra llena hasta los topes.

Hora del bocadillo.

 

Sigues cobarde,

instalado en aquellos días

en los que la alimaña del futuro

lamió dócil tu mano,

sol, discoteca, hoteles a los quince,

y el sello de una uñas en la espalda,

carriles de autopista

favorable a los que echan buenos polvos

en la costa.

 

Inquietud en la noche,

cuando nos enseñabas

las frases convincentes del inglés,

los trucos para abrir sujetadores

o para abrir las piernas;

orgullo del trabajo

y el goce de contarnos tus proezas

antes de irte a la playa,

en autobús.

 

La suerte previsible

te dejó en cama y solo,

supurando el vacío de las horas sin rumbo,

calles enmohecidas

por un ritmo viscoso, señor nuestro.

 

Yo pago, te debía las leyendas,

el mundo diferente más allá de esas tardes

diluidas en el cáliz de una iglesia,

o en un partido absurdo con pelotas

de papel en la acera,

esquivando con miedo

algo incoherente,

oculto en la palabra vida.

 

DOCTRINA URBANA

El día de verano se levanta

tras el escape libre de las primeras motos.

Un viento, que es dulzura, dormirá

faroles e inquietudes.

 

No conoce alambradas

la ambición del termómetro;

y el sol, con la certeza del silencio,

secará cada nombre,

cada combate.

Lo entiendes,

cuando ya has sumergido

el calor en tu cuerpo,

sin huida posible.

 

El día será fiel a su estrategia,

inmóvil,

igual que el evangelio

donde la honra alumbra a la desgracia.

 

Son unos pocos trucos esenciales.

Primero, en la nariz

y cuando el dolor nuble su equilibrio,

en la boca.

Él o tú. Y ya sabes que los hombres

no pueden ser piadosos, ni maldecir el daño

que cultivan. Y nunca

Inclines la cabeza,

el perdón es limosna de cobardes,

sea su muerte la paga del desprecio.

 

COSTURERA EN EL JARDÍN

Los jardines del barrio

casi no ven el cielo que desgarban los bloques,

y en la fuente

entierran su ternura, triste por el olvido,

peluches y dibujos;

orina, polvo y lluvia.

 

Pero ahuyentan el orden impreciso,

el martilleo exacto de metrónomo

con que la soledad asfixia.

 

Fecunda el sol de tarde,

aunque frío,

las escenas campestres del mantel,

y brillan las agujas en el pecho,

galones sobre el luto

por servicios prestados.

 

A veces la costura pesa,

quizás vista cansada

de seguir a las horas que se escurren;

entonces se remansa en su pupila el tiempo,

como un lodazal

que hará fértil la siembra del hastío.

 

El desencanto teje cada día;

no hay dedales que eviten las puntadas

de un péndulo en reposo.

JUANI LA LOCA

Basura.

No hay contenedores.

Son útiles las bolsas en las fuentes;

arden, de vez en cuando,

y compiten los niños

que mean desde muchos metros sobre las llamas.

 

Están rojas e inmóviles, las pupilas de Juani,

espejo de otro mundo ante la hoguera,

su túnel interior con luz de niña débil;

una caja de música en silencio,

rota por la eficaz orina de los niños,

los insultos y golpes.

 

No se limpió el meado ni la sangre,

según los testimonios,

fue apacible su gesto, mientras apuñalaba

a aquel chulo del barrio;

solamente en sus ojos,

el azul ya enfermizo de la hoguera.

Huyeron los demás intimidados

por aquella concordia tan contraria:

Aquí, la mansedumbre nunca había cubierto

con su manto a la muerte.

 

Después, sobre el portal, las luces,

la nerviosa sirena azul-naranja,

policías y médicos, sus padres,

al fin, libres de aquel castigo.

 

Las bolsas de basura arderán otras noches.

 

 

 

Juani la loca,

el cuchillo, el psiquiátrico,

su libertad, las manchas de las calles.

 

 

 

 

 

 

 

PERROS EN LA NOCHE

Con miedo,

mortecinos de día, imperceptibles,

olisqueando el desprecio,

o la supervivencia cabizbaja

del reproche en las sobras.

 

Yo urdía con su imagen,

cuando la cena

quebraba el frágil rato de los juegos,

una legión famélica,

amigos que vencían

el hogar, su liturgia.

 

No los vimos ninguna tarde;

regresaban a oscuras,

quizás acompañados por el frío.

seguían el silencio,

las trochas entre escombros,

los charcos, la paz sucia

de los signos con tiza

que celebraban el coño de la Paqui

o que alguien tiene cuernos.

En sus fauces traían soledad.

 

Furtivos,

expoliaron los cubos de basura,

y mi vigilia,

miedoso fanfarrón sin guardaespaldas,

mientras la podredumbre fuese el calor del aire.

 

A veces, mi hija llora por la noche,

al despertarme siento

una inquietud sureña

por la combinación de noche y llanto;

en la distancia, algún ladrido.

No sé evitar que mi hija

oiga los perros.

 

LOS BARRIOS FAMILIARES

Las esquinas parcelan como agujas

este molde de hastío,

estratos superpuestos que se tiñen

con cortinas y vaho noble

de café vespertino en los cristales,

cuando en invierno duele la ventisca,

camino del trabajo.

 

A la luz de los pobres

voltios, calla el papel pintado,

conflictos hogareños

en que la sangre,

bendecida por santos de culpas y escayola,

casi no deja huellas

en la imitación plástica

del suelo de parqué.

 

Huye por los desagües, el lamento

de quien ve en la derrota

el tatuaje que infecta su destino.

Anuncia la mañana,

el dolor de los golpes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA PROFECÍA

Cubre el polvo, los pasos

vacíos de las sombras

y un calor de injusticia

acompasa la siesta;

éramos hombres libres por las tardes,

de tres a cinco, reyes

del silencio y la brisa

que aturde la conciencia,

que derrite el asfalto.

 

El único mayor que vigilaba,

espectro mortecino del insomnio,

nos quitó la pelota.

 

La luz era dañina,

y más, aquel discurso

que, sobre miserables, e indolentes

describía con saña

un amplio repertorio de conjuras,

trincheras enemigas y hoteles engañosos,

donde nunca tendríamos descanso

como perros que intuyen la carroña

en la red de los días.

 

Mientras retuerce

el aire con las manos,

brutal entre el presagio oscuro de los sueños,

alguien lanzó una piedra;

se hizo quietud el odio

y segura, la torpe derrota de los años

 

Fue inútil que muriese el mensajero;

reconozco, no obstante, que la vida

tuvo alguna nobleza,

pues, igual que en el cine,

engrasaba el revólver,

cuando nos chivató sus planes.

 

 

 

 

PAISAJE VESPERTINO

 

Sonó tarde.

El reloj vuelve estorbo la mañana.

Sin afeitar, la misma ropa

y el llanto

de mi hija que despierta

con una historia absurda sobre el monstruo

que papá llama tiempo, y nunca tiene,

y va tarde.

Luego ayuda el atasco;

y el tiempo, que es un monstruo

japonés, ahora vuela.

 

De pronto, los almendros

-tranquilidad desnuda al paso de tu coche-

te reprochan los límites del día.

Tras la curva atestiguan

el tributo al divorcio

entre alguien que despierta

y un mundo que despierta

con leyes más piadosas,

más exactas.

FANFARRIA PARA LAS CALLES  MUERTAS

Trazaron la ciudad para que el tedio

marcara el ritmo lento de los días

y reclutó vecinos como espías,

soldados sin un himno protector,

devotos de miserias cotidianas,

que, entre el ruido trilero de las calles,

son el coro que canta los detalles

del eterno retorno hacia el sopor.

 

Besos bajo farolas oxidadas

único acelerón a la tibieza

en las horas que quema la pobreza

de un futuro arrancado de raíz;

cualquier operación, a corto plazo,

así la vida pide que se viva

para poder andar sin perspectiva

y en el fondo de nada ser feliz.

 

Asfalto mal pintado y coches viejos,

tendederos cargados de colores,

banderas que destiñen los sudores

de edificios quemados por un sol

que vuelve perezosas las ventanas,

palcos donde bosteza el desengaño

viendo el teatro del mago torpe y huraño

que mataba la prisa con alcohol.

 

RESACA

 

Mi memoria es un mapa preso

del capricho burlón de un contramaestre

que dictó en el cuaderno un falso rumbo;

No coinciden las fotos con los diarios,

Y los lugares tienen otros nombres.

 

Se enredan los recuerdos

Entre un viento confuso de preguntas.

 

 

 

ALBA

Cuentan que siempre hiciste la calle en estos barrios.

No es verdad;

hacías los retretes, los ascensores,

o los mismos refugios por horas que hoy ocupas.

 

Íbamos a tu altar, aquella tarde, oscuros,

bajo el brillo insolente

de las farolas,

miedosos navegantes a merced del silencio.

 

Desde aquel día, heridos

por los trazos seguros de tu lengua,

volvíamos con ron y Coca-cola,

con frecuencia, con prisa y, claro está,

con dinero,

que cortabas tú a hostias

el mal rollo del chulo que quisiera

follar de balde.

 

Te encuentro en la autopista;

Como a un cliente novato me saludas,

Y me doy el difícil privilegio

De abrazar la memoria, aunque alborotes,

Si te enredo en posturas imposibles,

Engaños que cobijan

Esta porno-victoria

Sobre tus callejones con ratas y sin luz

Tan lejos de mi mundo.

 

Me demuestras

Que aunque el sexo se oculte en las esquinas,

O haga autostop en zonas de talleres,

Desnudo junto a un fuego,

En la huida

Deja, según costumbre,

Señales que no borran otros labios.

 

SOBRE MI AMOR

Cuando lo conocí, pillé una faringitis

a causa de una grave ducha fría;

cosas de adolescentes

que compensaron otras duchas dulces

con la limpia insistencia

del jabón en los besos.

 

Años después, los golpes de reloj,

el orden en la vida marital;

mundo abreviado e impuro

de duchas moderadas, abstraídas

como las buenas noches

que nos dábamos,

tras lavarnos los dientes.

 

También hubo algún cuarto ajeno,

postal de vacaciones

en el que adulterar con otro cuerpo

la llama de un calor perdido;

la ducha simplemente higiénica

y un ascensor ruidoso,

que nos devuelve a un vago

proyecto de la noche,

cuando el silencio aturde.

 

Y ahora esta ducha lenta,

cerrados los talleres

que curaban los golpes

en que se funda el verbo convivir,

punto y final de nuestras duchas,

atrae la esencia líquida

donde nada mi amor:

el cubata que cargo antes de la refriega,

las lágrimas,

los fluidos,

-versos con más verdad que cualquier verso-

la necesidad húmeda

de ser saliva en cada hueco,

en cada borde, o en otra historia;

amor inaprensible que te escapas

por las alcantarillas

çcomo el agua a su origen

para volver rebelde y sin aviso

un instante a mis labios.

 

DETALLES DE PODREDUMBRE

Nos quitamos la ropa con la rabia

de no estar ya desnudos;

dos perros y un despojo de carne en la pelea

se funden

con la lengua, en la espalda, en la victoria

jadeante que se nubla

junto a un cuerpo

por el placer exhausto.

 

Patente de la urgencia,

la almohada por el suelo,

qué exquisitas cabriolas,

mi luz, mi piel, mi amor,

¿quién no hubiera apostado por nosotros

al vernos en la cama?

Los días, sin embargo, humedecen los muros,

diluyen los colmillos.

Esparcieron su paz muerta en los besos.

 

Quizá ninguna de estas cosas,

pero los desayunos

en ausencia a tu lado,

los hoteles con nombres cursis,

el chivato ascensor ruidoso,

tus naipes en las bragas

mi fobia a tu teléfono,

la torpe incertidumbre de la lluvia

camino de mi coche

cuando se despereza, gris, la luz.

CONTRA FANTASMAS DE AMOR

Silenció aquel pantano 

sus calles.

Desde la presa,

mi abuelo describía

su juventud, sumiso;

le enturbiaban las novias

el oleaje enclaustrado del recuerdo,

y pretendía ver inútilmente

su adolescencia

bajo la superficie legamosa del agua.

Ninguna tarde vio las cumbres

de los montes cercanos

disolverse en la luz, rojizas,

ni la quietud de espejo que planea

tras el rasante gris de los halcones.

 

La muerte mentirosa

ancla al tiempo pasado la alegría,

va contigo al retrete

en el mejor momento de la fiesta,

no se corta al pedirte

migajas de minutos o de miedo,

que otra vez le darás

dócil como una puta.

 

Si no, imbécil, dime,

junto a esta chica,

ojos grises que instruye el diablo,

ahora que son propicias la música, las luces,

y la vida se exhibe transparente

bajo las transparencias de su escote,

¿por qué no abrazas

con gesto posesivo su cintura

y la besas igual que un condenado

a la vida?

 

Te cobrará la muerte su tributo

sin deducir tus anticipos,

y el fantasma que velas, a estas horas,

es un río en los labios de otro.

MOTIVO PARA TATUARME

 “Te llamaba

para que nos tomáramos

unas cervezas.

Estaré todo el día en casa,

por favor, cuando llegues,

telefonea.”

 

La soledad también aumenta de tamaño

avisa, no es traidora,

susurra desde el jueves,

por esa coincidencia

de todos los amigos

en los pequeños viajes

los fines de semana.

 

Es fiel y libre igual que el lobo

en el pecho tatuado,

su mirada se fija en quien lo mire,

el temor a sus dientes me da fuerzas

como al piel roja.

Anula con su aullido de silencio

la risa de actriz mala

con que la soledad niebla las noches.

 

MELODRAMA DOMÉSTICO

En frontal, plano medio, un tipo carga

el tambor del revólver;

otro lo empuña dócil a su suerte.

Huye de alguien.

Las apuestas confirman sus victorias.

Me quedo sin patatas,

y desde la cocina intuyo que el disparo

no fue igual que los otros.

El héroe en primer término, sobre un río de sangre.

Sólo una vez se gana a la ruleta.

Seguro que apretó los dientes

para darle al gatillo;

por fin, tras muchos años, la vio en aquel tugurio.

En su memoria dejo las patatas.

Levanto mi cerveza.

 

No existe indignidad en la derrota, amigo,

pero uno de los dos, a nuestro modo,

merecía la luz clara del triunfo.

 

 

FIN

27 respuestas a «LOS BARRIOS LENTOS»

  1. Tuve la fortuna, junto al gran Mesa Toré, de ser el editor de este libro. Es uno de los títulos de nuestro catálogo que más me enorgullecen. Me alegra leerlo ahora aquí. Enhorabuena, J.L.

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